Lugares de culto como si fueran mercados


mercado centralMuchos lugares de culto de las iglesias evangélicas se han convertido en mercados donde se venden libros y otros materiales. La historia se repite, porque ya en los días de Jesús el templo – que era un lugar donde los Judios se reunían para adorar a Dios – se había convertido en una casa de mercado y por eso Jesús se enojó y lo purificó, como está escrito en Juan: «Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado» (Juan 2:13-16), y en Mateo: «Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Mateo 21:12-13).

Hoy, por lo tanto, hay la necesidad de hombres valientes y celosos que contrarresten la venta de las cosas que pertenecen al reino de Dios que es algo que va en contra de la voluntad de Dios para nosotros en Cristo y es un escándalo, una piedra de tropiezo para muchos.

La Iglesia tiene que volver a la sencillez y a la pureza que es en Cristo da la cual se ha extraviado, y sin duda para cumplir este propósito debe, entre las otras cosas, desterrar de su medio la venta de las cosas que pertenecen al reino de Dios. ¿Los apóstoles pusieron a la venta las cosas del Reino de Dios? No, porque dieron todo de forma gratuita. Y ya que ellos fueron y siguen siendo un ejemplo a seguir para los santos, hemos sido llamados a seguir sus pasos. Bienaventurados aquellos que les imitan.

«De gracia recibisteis, dad de gracia» (Mateo 10:8).

El que tiene oídos para oír, que oiga

Por el Maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro