Refutación de la doctrina: «Además de la muerte, también el adulterio y la decisión del no creyente de no querer más vivir con el creyente puede permitir que el otro cónyuge se case de nuevo»


manos-de-dosIntroducción

Giorgio Peyrot, pastor valdense, en un artículo titulado «El problema del divorcio y de las segundas bodas en la disciplina de la iglesia» dijo: «Sólo la muerte o el adulterio de cualquiera de los cónyuges (salvo la excepción de 1 Cor VII. 15) pueden permitir al otro cónyuge el paso legítimo para que contraiga de nuevo matrimonio». (Protestantismo, IX, N º 3-4, 1954, p. 189). ¿Cómo puede afirmar que además de la muerte, también el adulterio y la decisión del no creyente de no querer más vivir con el creyente puede permitir que el otro cónyuge se case de nuevo? Con estos dos pasajes de la Escritura. El primero es: «Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera» (Mateo 19:9); de hecho, al comentar estas palabras, dice: «Creo que entre las diversas interpretaciones dadas por los exégetas en este atormentado tema, se deba aceptar como más adherente a la enseñanza de Jesús, la que le da un valor también a la posibilidad de volverse a casar una segunda vez. El cónyuge inocente debe por lo tanto considerarse que es libre para casarse de nuevo sin que el nuevo vínculo caiga dentro de la hipótesis de adulterio. (…) La aclaración dada por Jesús: «salvo por causa de fornicación», nunca se debe colocar en relación con el divorcio, sino al adulterio cometido con su fornicación. Él declara que el pecado de adulterio es la causa de la ruptura de la relación y por lo tanto hace posible no sólo el alejamiento del adúltero, sino también legítimo para el cónyuge inocente la posibilidad de contraer un nuevo matrimonio» (Protestantismo, IX, N º 3-4, 1954, p. 184); El segundo es éste: «Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso..» (1 Corintios 7:15); comentando estas palabras de Pablo, él de hecho dice: «Diferente es el caso en el que el infiel no quiere seguir siendo vinculado al cónyuge creyente. El matrimonio, de hecho, no puede ser ofensivo para la fe. Pero debido a que el matrimonio sea disuelto hay el obligo que la renuncia a continuar la relación matrimonial sea causada por la fe del cónyuge creyente. Si el incrédulo se separa, el creyente ya no está ligado a él» (Protestantismo, IX, N º 3-4, 1954, p. 188).

Esta enseñanza está muy extendida dentro de la Iglesia Evangélica; también se encuentra en varias Iglesias Pentecostales. Ahora vamos a demostrar que es falsa.

 

Refutación

En primer lugar, vamos a ver todo el contexto en el que Jesús pronunció las siguientes palabras: «Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera».

Está escrito: «Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera. Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba» (Mateo 19:3-12).

Ahora, en primer lugar, observen cómo los fariseos hicieron aquella pregunta específica sobre el divorcio a Jesús para tentarle, así que no fueron animados por un sentimiento bueno porque la hicieron tendiéndole una trampa para atraparlo en sus palabras. Noten la pregunta: «¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?» pero sobre todo la respuesta de Jesús que – recordando el principio de la creación y las palabras que Dios dijo al hombre y a la mujer que se unen en matrimonio – dejó en claro que el matrimonio es indisoluble, y sólo la muerte puede disolverlo. Pero los fariseos en este momento le hicieron otra pregunta, es decir, le preguntaron porque Moisés les había permitido dar carta de divorcio y repudiar sus esposas. A lo que Jesús respondió que Moisés permitió el divorcio por la dureza de sus corazones, pero desde el principio no fue así, es decir que esa cosa desde el principio no estaba permitida. Este es un punto clave, ya que el divorcio fue reemplazado más tarde con el permiso de Dios, pero al principio no fue así. Es un poco como la poligamia: Dios la permitió, pero al principio no fue así. He aquí porque Dios dice que aborrece el repudio (Véase Malaquías 2:16). Y el Señor continuó haciendo esta declaración: «Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera», declaración por la que parece que Jesús permita las segundas bodas a la parte ‘dañada’, es decir, la parte traicionada. Pero no es así, y voy a probarlo de inmediato.

Ahora, la ley de Moisés dice: «Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa» (Deuteronomio 24:1). Como se puede ver aquí no dice en qué consistía ese alguna cosa indecente. En los días de Jesús habían dos corrientes en el Judaísmo, dos escuelas rabínicas, que interpretaron aquel «alguna cosa indecente» de una manera diferente. La primera escuela era la de Shammai que afirmaba que se podía repudiar la mujer sólo en caso de adulterio; la otra era la de Hillel, que permitía repudiar la mujer por otras razones, incluso si quemaba el almuerzo a su marido. La posición más popular era la de Hillel. Y esta es la posición que se halla mayormente en el judaísmo, de hecho, según la tradición judía el esposo puede solicitar el divorcio por las siguientes razones: si la esposa comete adulterio, si la mujer no ha sido capaz de darle hijos después de diez años de matrimonio; si la esposa se ​​convierte epiléptica, si ella contrae una enfermedad que conduce a la muerte; si tiene hacia su marido una conducta impropia, como en el caso que la esposa habitualmente lo maldiga o lo ataque…; si la mujer se convierte en un apóstata (también una Cristiana porque un Judio que cree en Jesús es considerado un apóstata por los Judios). Así que la respuesta de Jesús tiene que ser tomada a la luz de lo que se enseñaba en sus días. Jesús sabía que la ley permitía el divorcio, y también los que eran las interpretaciones dadas a ese algo vergonzoso.

Es claro, pues, que en aquel «alguna cosa indecente» había también el adulterio, pero ¿cuál adulterio? El adulterio cometido en secreto por la mujer sin testigos, y no lo que tenía testigos, porque en este último caso la mujer tenía que ser lapidada hasta la muerte (Véase Deuteronomio 22:22). En el caso que el adulterio había sido cometido por la mujer en secreto, sin testigos, entonces la mujer podía ser repudiada de su marido. Escuchen lo que dice la ley en este sentido: «También Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Si la mujer de alguno se descarriare, y le fuere infiel, y alguno cohabitare con ella, y su marido no lo hubiese visto por haberse ella amancillado ocultamente, ni hubiere testigo contra ella, ni ella hubiere sido sorprendida en el acto; si viniere sobre él espíritu de celos, y tuviere celos de su mujer, habiéndose ella amancillado; o viniere sobre él espíritu de celos, y tuviere celos de su mujer, no habiéndose ella amancillado; entonces el marido traerá su mujer al sacerdote, y con ella traerá su ofrenda, la décima parte de un efa de harina de cebada; no echará sobre ella aceite, ni pondrá sobre ella incienso, porque es ofrenda de celos, ofrenda recordativa, que trae a la memoria el pecado. Y el sacerdote hará que ella se acerque y se ponga delante de Jehová. Luego tomará el sacerdote del agua santa en un vaso de barro; tomará también el sacerdote del polvo que hubiere en el suelo del tabernáculo, y lo echará en el agua. Y hará el sacerdote estar en pie a la mujer delante de Jehová, y descubrirá la cabeza de la mujer, y pondrá sobre sus manos la ofrenda recordativa, que es la ofrenda de celos; y el sacerdote tendrá en la mano las aguas amargas que acarrean maldición. Y el sacerdote la conjurará y le dirá: Si ninguno ha dormido contigo, y si no te has apartado de tu marido a inmundicia, libre seas de estas aguas amargas que traen maldición; mas si te has descarriado de tu marido y te has amancillado, y ha cohabitado contigo alguno fuera de tu marido (el sacerdote conjurará a la mujer con juramento de maldición, y dirá a la mujer): Jehová te haga maldición y execración en medio de tu pueblo, haciendo Jehová que tu muslo caiga y que tu vientre se hinche; y estas aguas que dan maldición entren en tus entrañas, y hagan hinchar tu vientre y caer tu muslo. Y la mujer dirá: Amén, amén. El sacerdote escribirá estas maldiciones en un libro, y las borrará con las aguas amargas; y dará a beber a la mujer las aguas amargas que traen maldición; y las aguas que obran maldición entrarán en ella para amargar. Después el sacerdote tomará de la mano de la mujer la ofrenda de los celos, y la mecerá delante de Jehová, y la ofrecerá delante del altar. Y tomará el sacerdote un puñado de la ofrenda en memoria de ella, y lo quemará sobre el altar, y después dará a beber las aguas a la mujer. Le dará, pues, a beber las aguas; y si fuere inmunda y hubiere sido infiel a su marido, las aguas que obran maldición entrarán en ella para amargar, y su vientre se hinchará y caerá su muslo; y la mujer será maldición en medio de su pueblo. Mas si la mujer no fuere inmunda, sino que estuviere limpia, ella será libre, y será fecunda. Esta es la ley de los celos, cuando la mujer cometiere infidelidad contra su marido, y se amancillare; o del marido sobre el cual pasare espíritu de celos, y tuviere celos de su mujer; la presentará entonces delante de Jehová, y el sacerdote ejecutará en ella toda esta ley. El hombre será libre de iniquidad, y la mujer llevará su pecado» (Números 5:11-31). Noten bien lo que estaba esperando a una mujer si ella había cometido adulterio en secreto y si viniera sobre su esposo espíritu de celos. Dios sacaba a la luz su crimen, y la castigaba en el cuerpo por su infidelidad. Y entonces el marido podía repudiarla y pasar a un segundo matrimonio.

Ahora, Jesús diciendo: «Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera» (Mateo 19:9) no se puso del lado de ninguna de las escuelas rabínicas de su tiempo. Debido a que Jesús ha permitido que el marido traicionado repudiase a su mujer infiel, pero no le ha permitido contraer un segundo matrimonio. Esto puede deducirse muy bien por la reacción de sus discípulos, que dijeron: «Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse» porque entendieron muy bien que de acuerdo a las enseñanzas de Jesús también en el caso que la mujer comete adulterio, el marido no puede contraer un segundo matrimonio como en cambio lo permitían tanto la escuela de Shamai como la de Hillel. Tanto es así que en el Evangelio escrito por Marcos, donde se habla del mismo episodio, cuando luego los discípulos en la casa volvieron a preguntarle a Jesús sobre el mismo tema, Jesús les dijo: «Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Marcos 10:11-12). Tengan en cuenta que aquí no tenemos las palabras «salvo por causa de fornicación». Así que, en las palabras de Jesús, no importa por cual motivación el marido repudia a su mujer, es decir no importa si la mujer es repudiada por causa de fornicación (entonces lícitamente) o por alguna otra razón (entonces ilícitamente), si él contrae un segundo matrimonio, comete adulterio. El Señor no ha admitido excepciones: las segundas bodas son adulterio hasta que el otro cónyuge está vivo. Ahora tomamos también estas otras palabras de Jesús escritas en Lucas: «Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera» (Lucas 16:18). Noten como aquí también se confirma la misma cosa: es decir, que si el marido se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio.

Así que, para resumir, según las palabras de Jesús, al hombre no es lícito repudiar a su esposa si ella está gravemente enferma, si ella no cocina la comida exactamente como le gusta al marido, o si su cuerpo recibe la amputación de un miembro, o si pierde un ojo o el pelo, o si se comporta de una manera irrespetuosa hacia el marido o si el marido, después de casarse con ella, la encuentra estéril y no puede darle hijos, o si ha encontrado a una mujer más hermosa que ella, porque repudiarla por una de estas razones significa hacerla adúltera. Pero le es lícito repudiarla en el caso que ella cometa adulterio; en este caso él, repudiandola, no la hace una adúltera porque ella ya lo es. Pero miren que tener el derecho de repudiar a su mujer si ella ha cometido adulterio, no significa que ustedes tienen el derecho de casarse con otra mujer, después de haberla repudiada. ¿Por qué eso? Porque tanto que el hombre repudie a su mujer porque ha fornicado (con el derecho a hacerlo), como que el hombre repudie a su mujer por otra razón (a pesar de no tener el derecho de hacerlo), si se casa con otra, comete adulterio, porque está escrito: «Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera» (Lucas 16:18). Así que el «salvo por causa de fornicación» mencionado en Mateo no quiere decir que un marido, si su esposa le es infiel y la repudia, si se casa con otra, no comete adulterio; y esto porque tanto en Marcos como en Lucas las siguientes palabras «salvo por causa de fornicación» no están escritas, pero sólo está escrito que el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio.

Pero hay otra cosa que decir sobre este tema, es decir, que también comete adulterio el que se casa con una mujer repudiada de su marido (no importa si fue repudiada por causa de fornicación o por otra causa), porque Jesús dijo: «y el que se casa con la repudiada del marido, adultera» (Lucas 16:18). Este «el que», significa que se trata tanto de un soltero como de un divorciado.

Estando así las cosas, tanto el hombre como la mujer no tienen derecho a casarse de nuevo tampoco si uno de los dos comete adulterio, y hasta que el otro todavía está vivo seguirán estando obligados por la ley, y si uno de ellos se casa de nuevo comete adulterio.

Las siguientes Escrituras lo confirman plenamente.

– Pablo dijo a los santos en Roma: «Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive (….) Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera» (Romanos 7:2,3). Con estas palabras el apóstol da testimonio de que la mujer casada, por todo el tiempo que vive su propio marido (aunque viva separado de su esposa y vive con otra mujer), es por la ley de Dios sujeta al marido y no puede casarse con otro, de lo contrario ella comete adulterio, y esto se debe a que el hombre y la mujer cuando se casan están unidos por Dios y son una sola carne.

– Pablo dice a los Corintios: «Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer» (1 Corintios 7:10-11). Como se puede ver, incluso si la mujer se separase de su marido, le es mandado que permanezca soltera, o que se reconcilie con su marido. Entonces esta otra Escritura confirma que ninguno de los cónyuges tiene derecho para volver a casarse mientras que el otro todavía está vivo porque de lo contrario cometería adulterio.

En resumen, si una mujer casada se casa con otro hombre mientras su esposo todavía está vivo, comete adulterio; Lo mismo se aplique si el hombre casado se casa con otra mientras que su esposa todavía está viva. Sin embargo, en el caso que el marido de una mujer creyente muere, entonces ella tiene el derecho, según la ley de Dios, a casarse de nuevo, de hecho, Pablo escribió: «La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive; pero si su marido muriere, libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor» (1 Corintios 7:39) y de nuevo: «Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera» (Romanos 7:3). Lo mismo se aplica al hombre si su esposa muere.

Por lo tanto, la enseñanza de Jesús y la de Pablo nos hace claramente entender que si uno de los cónyuges es infiel al otro, la otra parte tiene el derecho de repudiarle o irse, pero no tiene derecho de volverse a casar; mientras que si uno de los cónyuges muere, quien permanece vivo tiene derecho a volverse a casar porque no comete adulterio estando libre de la ley que le une al otro.

Para confirmar que es sólo la muerte que disuelve el matrimonio y nada más, les recuerdo que Pablo dijo a los Romanos que la mujer casada es libre para casarse con otro hombre antes la ley del Señor sólo si el marido muere, y que sólo en este caso no será llamada adúltera, para explicar que también nosotros estamos muertos a la ley por medio del cuerpo de Cristo para pertenecer a otro, es decir a Jesús que resucitó de entre los muertos. Ahora, será bueno recordar las siguientes cosas: éramos pecadores bajo el yugo de la ley y esta ley despertaba en nosotros muchas pasiones pecaminosas de las que éramos esclavos, pero a través de la cruz de Cristo hemos muerto con Cristo a la ley que nos mantenía atados. En otras palabras, hemos sido libertados de la ley que nos mantenía esclavos muriendo con Cristo Jesús. Por lo tanto, si lo que podía libertarnos de la ley era sólo nuestra muerte a la ley por medio del cuerpo de Cristo, y nada más; y si Pablo para explicar este concepto recorda a los santos que también en el matrimonio es sólo la muerte del marido que libera a la mujer ante la ley de tal manera que no será adúltera si ella se casa con otro hombre, creemos que esto confirma plenamente que el «salvo por causa de fornicación» mencionado por Mateo, no significa en absoluto que el cónyuge traicionado (o como algunos dicen «la parte inocente») está libre para volverse a casar porque libres ante la ley que le une al otro.

Para que ustedes entiendan que es sólo a través de la muerte de uno de los dos que el vínculo matrimonial se rompe, les digo esto también: como he dicho anteriormente la mujer casada está libre de la ley sólo si el marido muere y no lo es en absoluto si el marido le es infiel. Sólo su muerte le da el derecho a casarse con otro hombre y por lo tanto en este caso no se puede llamar adúltera. Ahora les pregunto: ‘¿Cómo habríamos podido pertenecer a Cristo si no hubiésemos muerto con Él al pecado en la cruz? ¿Había tal vez alguna otra manera de convertirse en la esposa de Jesucristo fuera de la de morir al mundo? Éramos del mundo, hermanos, no se olviden de esto; se puede decir que antes éramos «casados» con el mundo, y si hemos podido liberarnos del vínculo que nos mantenía cerca de ello fue sólo en virtud de la muerte de Cristo, porque con su muerte hemos muerto al mundo y hemos ido a Cristo. Ahora Él es el marido de todos los santos, y los santos son de hecho su esposa porque el mundo en el que fueron una vez atados murió (de hecho, el mundo a través de la cruz de Cristo fue crucificado por los creyentes).

Les formulo la pregunta de otra manera: «¿Creen ustedes que habríamos podido llegar a ser la esposa de Cristo por guardar la ley? ¿Creen que habríamos podido ir a Cristo mientras que el mundo todavía no había muerto en la cruz por nosotros?

Ustedes ven que desde cualquier lado nos examinamos nuestro paso de este mundo a Cristo, sobresale el hecho de que es sólo a través de la muerte del mundo (es un decir ‘nuestro anterior marido’) que hemos podido llegar a ser la esposa de Cristo; así que esto explica porque Pablo usó esto símil para explicar nuestra transición del mundo a Cristo, del yugo de la ley al yugo de Cristo.

Vamos ahora a demostrar que un cónyuge creyente no es libre para volverse a casar, tampoco si su cónyuge no creyente lo deja no consintiendo en vivir con él, ya que las palabras de Pablo: «Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso..» (1 Corintios 7:15) no son en absoluto el significado que le dan estos creyentes que afirman que este es otro caso en el que uno de los cónyuges tiene derecho para volverse a casar, mientras que el otro todavía está vivo. Ahora, vamos a ver, en primer lugar, el contexto en el que se encuentran estas palabras de Pablo: «Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?» (1 Corintios 7:12-16).

Ahora, de acuerdo a ellos, las palabras «pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso», significan que ellos son libres de casarse con quien ellos quieren; entonces si el cónyuge no creyente deja el cónyuge creyente, el creyente puede casarse seguro de que no comete adulterio. Pero las cosas no están para nada como dicen porque estas palabras tienen otro significado, de lo contrario, Pablo se habría contradicho a sí mismo y habría contradicho también las palabras de Cristo. Pablo quería decir esto en su lugar, y es que la mujer creyente que tiene un marido no creyente, si él consiente en vivir con ella, tiene la obligación de no dejarlo; pero, si el marido no creyente decide separarse y alejarse de ella porque ya no está más dispuesto a vivir con ella, entonces ella, en este caso, no está sujeta a servidumbre, es decir no está obligada a seguir viviendo con él y a no dejarlo. Lo mismo se aplica con un esposo creyente que tiene una mujer no creyente. El esposo creyente no está obligado a luchar para preservar la unidad familiar. La paz a la que Dios nos ha llamado de la que Pablo habla en este contexto es la armonía matrimonial. Así que si el cónyuge no creyente insiste en el hecho de irse, entonces el creyente no está obligado a vivir en perpetuo conflicto con el cónyuge no creyente y es libre de dejar que se vaya.

Quería de esta manera advertirles, para que nadie les engañe con sus palabras vanas.

Por el Maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

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