«El Señor es el Espíritu» (2 Corintios 3:17) y ha comenzado una obra en cada uno de nosotros y esta obra la está continuando a desarrollar y la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús. Hermanos, hemos sido predestinados para que seamos hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios, y Dios por el Espíritu Santo nos transforma y renueva de día en día para que lleguemos a ser como Jesucristo.
Pablo dijo a los corintios: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18); Amados, el Espíritu que hemos recibido es un espíritu de poder que actúa en nosotros poderosamente en conformidad con la voluntad de Dios; Él nos transforma diariamente para que asumamos la imagen de Cristo… la imagen espiritual por supuesto.
Está escrito: «Cristo… no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros» (2 Corintios 13:3), de hecho, el Señor, que es Espíritu es poderoso en nosotros para hacer que nuestro carácter sea semejante al carácter de Cristo. Ahora, tenemos un hombre exterior y un hombre interior; el primero es de carne y huesos y lo vemos desgastarse, siendo corruptible, mientras que el segundo es espiritual y «no obstante se renueva de día en día» (2 Corintios 4:16), como dice el Apóstol Pablo. El hombre interior que está en los creyentes ha sido renovado, mientras que el exterior se ha mantenido sin cambios, de hecho nosotros, cuando hemos nacido de nuevo no hemos cambiado la imagen del cuerpo, ya que nuestra altura, nuestro peso y nuestras características físicas no han cambiado, pero lo que ha cambiado profundamente es nuestro carácter espiritual, de hecho, para nuestros viejos amigos del mundo nos hemos convertido en irreconocibles; se nos ha dicho, después de haber nacido de nuevo, por los que nos conocían en otro tiempo: ‘Yo no te reconozco’, ‘Eres otra persona’ ‘Ya no eres el mismo’; en cuanto a la apariencia física, no han notado ningún cambio, pero en cuanto a la forma de hablar y la conducta han visto tal renovación para quedarse sorprendidos. Saulo de Tarso, después de que se convirtió al Señor, dice: «En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?» (Hechos 9:20-21); los Judíos en Damasco sabían que Saulo de Tarso perseguía en Jerusalén a los que creían en Jesús y que él entró en Damasco para llevar encadenados a los discípulos del Señor Jesús en Jerusalén, por esta razón, se quedaron atónitos cuando lo oyeron predicar que Jesús era el Hijo de Dios. La apariencia física de Saulo no había cambiado, pero fue cambiado radicalmente su comportamiento; él se había ido para devastar la iglesia de Damasco, pero ahora la edificaba; él ante blasfemaba el buen nombre invocado sobre los santos, pero ahora con toda confianza lo predicaba en las sinagogas de los Judíos; se había ido a Damasco para llevar a los santos encadenados en Jerusalén, pero en su lugar estuvo en Damasco con ellos, como está escrito: «Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco» (Hechos 9:19). Más tarde, Saulo fue a Jerusalén, y Lucas dice que «trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo» (Hechos 9:26); Saulo se había convertido en un discípulo del Señor y, sin embargo, los discípulos en Jerusalén, cuando vieron que trataba de juntarse con ellos, al principio, no creyeron que él se había convertido en un discípulo. Saulo, en verdad había sido renovado y no había tratado de unirse a los santos con falsas apariencias y esto los discípulos del Señor, poco después, le reconocieron.
En cuanto a esta renovación realizada por el Espíritu Santo en nosotros, podemos compararla con la renovación que una cabeza de familia lleva a cabo en su casa, haciéndola nueva internamente y poniéndole una nueva decoración, eliminando la decoración antigua, pero sin cambiar el aspecto exterior de la casa. Hay personas que compran casas y aunque las dejan por fuera como las han comprado, las renuevan internamente como lo consideran necesario porque deben ir a vivir en ellas; sí, también el Señor que nos ha comprado por precio ha dejado intacto nuestro exterior sin realizar ningún cambio, pero interiormente nos ha renovado para venir a morar en nosotros. Cristo ha limpiado nuestros corazones de la mala conciencia, y vino a vivir en nosotros por el Espíritu; Jesús dijo que «el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar» (Lucas 5:38) y Dios a través del profeta había hecho esta promesa antes de la venida de Cristo: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros…»(Ezequiel 36:25,26), y esto es lo que Él ha hecho, de hecho, el Señor nos ha dado un corazón nuevo y ha puesto un espíritu nuevo dentro de él, que es el Espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba! Padre. Nosotros, ahora, somos la casa de Dios, y sepan que el propietario no está inactivo, porque perfecciona su obra en nosotros, por el Espíritu. El Espíritu de Dios quiere llevarnos a la «unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13), en otras palabras, Él quiere que crezcamos en todo. Cuando uno nace de nuevo es un niño espiritualmente, es un hijo de Dios, pero tiene poca comprensión espiritual y poco conocimiento de muchas cosas pertenecientes al reino de Dios y Dios para ayudarnos a crecer espiritualmente ha constituido sus ministros en la Iglesia, de hecho, Pablo dice: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Efesios 4:11,12). Un niño que nace produce mucha alegría en la familia, todos se regocijan, su padre y madre, los niños que ya tenían, pero no lo dejan a sí mismo porque sus padres comienzan a hacerse cargo de él, dándole de comer y el debido cuidado, así el niño empieza a crecer en estatura, peso, y con el paso del tiempo adquiere un aspecto físico que se ve cada vez más como lo del padre que lo generó; cuando el niño nace se parece al padre, porque él tiene las características físicas que ha heredado de él, son visibles, pero con el paso del tiempo, se acentúan; yo, por ejemplo, cuando nací me parecía a mi padre, pero con el paso de los años, al crecer, la similitud se ha acentuado. Acerca de Adán está escrito que «engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen» (Génesis 5:3), y esto confirma lo que he dicho antes. Sabemos que quien es generado hereda las características físicas de la persona que lo genera; esto es lo que ocurre en la naturaleza, pero esto también es lo que sucede espiritualmente en aquellos que son regenerados por Dios.
Fuimos regenerados por Dios a través del Evangelio, y cuando somos nacidos de nuevo, los que ya eran miembros de la familia de Dios, han visto en nosotros la semejanza que había con el Hijo de Dios (el primogénito entre muchos hermanos y hermanas), pero esta semejanza espiritual con el tiempo se ha incrementado y continúa incrementando debido a que el Señor que es Espíritu obra en nosotros transformándonos en la misma imagen de Él.
Dios quiere que los que son niños en Cristo apenas nacidos de nuevo, lleguen a ser, en el modo de pensar, hombres maduros y para que esto suceda se necesita tiempo; el crecimiento de un niño se desarrolla poco a poco, y aunque en su infancia él no entienda muchas cosas, de todos modos sigue siendo un miembro de la familia hacia el cual el padre se muestra paciente y misericordioso.
Dentro de la iglesia de Dios que estaba en Corinto, habían surgido divisiones durante la ausencia de Pablo y esto Pablo lo llegó a conocer, de hecho, escribió a los Corintios: «Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo» (1 Corintios 1:11,12); tengan en cuenta que a pesar de que surgieron contenciones entre los hermanos, Pablo continuó a llamarlos hermanos, ellos nacieron de nuevo pero tenían este defecto, había entre ellos quien decía que era de Pablo, quien de Apolo, quien de Pedro y por esta razón Pablo les dijo: «porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?» (1 Corintios 3:3,4). Los santos en Corinto demostraron por su conducta no ser espirituales, pero fueron enriquecidos en toda palabra y en todo conocimiento, no faltaron en ningún don. Ellos caminaban según la carne, y no según el Espíritu, porque entre ellos habían divisiones, rivalidades y celos, que son las obras de la carne, y por esta razón, Pablo les llamó ‘carnales’. Pablo les escribió: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales» (1 Corintios 3:1-3); hermanos, quien ha sido vivificado por el Espíritu, también debe caminar en el Espíritu. El que anda en el Espíritu es espiritual (un hombre maduro), pero quien anda en los celos y las contiendas sigue siendo carnal (un niño en Cristo) y tiene necesidad de leche, ya que todavía no puede alimentarse con la comida sólida.
La Escritura dice: «Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (Hebreos 5:13,14); el niño en Cristo es el que anda según el hombre y no según el Espíritu, y es precisamente por esta razón que sus sentidos todavía no están ejercitados en el discernimiento del bien y del mal; en el hombre maduro, en cambio, los sentidos están ejercitados en el discernimiento del bien y del mal, porque él camina en el Espíritu. Hermanos, ustedes sepan que es a través de la observancia de los mandamientos de Dios que se aprende a discernir entre el bien y el mal; hoy en día hay muchos dentro de la Iglesia que llaman bien el «mal» y el mal «bien», porque no practican la piedad y porque sus pies no están dirigidos a observar los mandamientos de Dios y por lo tanto carecen del discernimiento que necesitan. Dentro de la Iglesia de Dios hay los niños en Cristo que son apenas nacidos de nuevo que tienen necesidad de leche y no de alimento sólido, esto significa que ustedes tienen que hablar con ellos como se habla a los niños, enseñándoles los primeros rudimentos de la Palabra de Dios, pero hay también creyentes que por su tiempo en la fe deberían ser maestros, pero tienen de nuevo la necesidad de aprender los primeros rudimentos, y también éstos son niños que tienen necesidad de leche a los que no se puede dar alimentos sólidos porque todavía no son capaces de asimilárlos. Pablo escribió a los Corintios: «Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar» (1 Corintios 14:20); ahora, hay una gran diferencia entre un niño y un adulto, de hecho, la forma de hablar y razonar de un adulto es completamente diferente de la de un niño; Pablo dijo: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño» (1 Corintios 13:11), y lo mismo sucede espiritualmente porque el hombre maduro en Cristo ha dejado de hablar como un niño en Cristo. Tomemos, por ejemplo, un niño en Cristo que dice: «Yo soy de aquel tal porque me ha engendrado en Cristo», ¿creen ustedes que cuando llegará a ser en un hombre maduro en Cristo seguirá decir lo mismo? No, en absoluto. La medida de inteligencia espiritual en el hombre maduro excede la de un niño en Cristo; ambos son hijos de Dios, pero mientras el uno ha crecido, el otro ha permanecido un niño. Los ministerios se han dado por el Señor para la edificación de la Iglesia «hasta que todos lleguemos… a un varón perfecto… para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (Efesios 4:13,14), esto significa que por Cristo, a través de la ayuda prestada por los ministros de Dios, constituidos por Él en los varios ministerios, los niños toman su alimento necesario para convertirse en hombres maduros.
Pablo escribió a los santos en Éfeso: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:22-24); nosotros, por lo que se refiere a nuestra pasada manera de vivir se nos ha enseñado a tirar lejos de nosotros las obras de las tinieblas que son las orgías, la embriaguez, la lujuria, el libertinaje, pleitos, celos, las hipocresías y todo tipo de calumnias, todas esas cosas que engañan a los que van detrás de ellas; pero en lo que se refiere a nuestra nueva conducta se nos han enseñado a ser renovados en el espíritu de nuestra mente y a vestírnos de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, es decir, del nuevo hombre que es creado a imagen de Dios (Aquel que lo creó), en la justicia y santidad, que proceden de la verdad.
Hermanos, ustedes sepan que parecerse cada vez más a Cristo es esencial para la renovación de nuestras mentes, esto significa en la práctica que no tenemos que conformárnos a los gustos, costumbres y forma de pensar de la gente del mundo; aquellos que se conforman a este siglo plantean frente a ellos un enorme obstáculo que les impide crecer espiritualmente; no se puede crecer en sabiduría, ni en la gracia ni en el conocimiento hasta que se piensa como piensa el mundo; la forma de pensar del mundo es perjudicial para el creyente y no sirve para nada en su crecimiento, y ¿cómo podría ser útil cuando se sabe que «el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19)? Hermanos, la forma de pensar de la gente del mundo está claramente opuesta a la de los santos que se santifican; nosotros tenemos la mente de Cristo, pero la gente del mundo, ¿qué mente tiene? ¿No tiene la mente del príncipe de este mundo? Isaías dice de los impíos que sus pensamientos son «pensamientos de iniquidad» (Isaías 59:7), pero no sólo sus pensamientos, sino también sus obras son de iniquidad, de hecho el mismo Isaías dice: «Sus obras son obras de iniquidad «(Isaías 59:6), y esto demuestra que la gente del mundo piensa mal y actúa mal como su consecuencia.
Consideren esta exhortación de Pablo: «Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente» (Efesios 4:17); ahora, los que no conocen a Dios no sólo tienen pensamientos vanos en su mente, sino también tienen una vana manera de vivir y esto muestra cómo la forma de pensar de una persona afecta la forma en la que actúa. Hermanos, manténganse alejados de la manera de pensar inútil de la gente del mundo y no permitan que se introduzca en su mente porque les haría daño; «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2), como dice la Escritura. Sepan que para entender la voluntad de Dios es esencial ser transformados por medio de la renovación del entendimiento; algunos no están llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría e inteligencia espiritual porque se conforman a este mundo, y al hacerlo caminan en la vanidad de los pensamientos de aquellos que no conocen a Dios y la sabiduría se mantiene lejos de ellos. ¿Qué piensan los del mundo? Ellos piensan a enriquecerse, llegar a ser famosos, disfrutar de toda clase de impureza y libertinaje y hacer el mal al prójimo; pero nosotros los creyentes ¿qué debemos pensar? Pablo escribió: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Filipenses 4:8), éstas son las cosas que debemos pensar para que seamos transformados por el Espíritu en la misma imagen de Cristo y para saber cuál es la voluntad de Dios.
La sabiduría dice: «Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios… Entonces entenderás justicia, juicio y equidad, y todo buen camino» (Proverbios 2:1-5; 2:9); hermanos, Dios ha prometido dárnos a entender Su temor, hacérnos encontrar Su conocimiento y hacérnos entender la justicia, la equidad, y todos los caminos correctos, pero en esta condición, si recibimos Sus palabras, si guardamos Sus mandamientos, y si buscamos la inteligencia espiritual como la plata; pero si nos negamos a guardar Sus mandamientos, seguramente no entenderemos el temor de Dios y no entenderemos ni la justicia, ni los buenos caminos. Ahora, puesto que Dios dio este mandamiento: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2), quien desobedece a Dios conformandose a este siglo, seguramente no conocerá lo que es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.
Pablo dijo que el hombre nuevo es «creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:24); esto significa que para vivir con justicia y piadosamente en medio de esta generación maligna y perversa, es necesario conocer la verdad, pero, ¿de qué manera se llega a conocer la verdad? Un día Jesús dijo a los Judíos que habían creído en Él: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:31-32); en primer lugar, observen que Jesús dijo estas palabras a los Judíos que habían creído en Él, y no a las personas que todavía no creían en Él; ahora, para un creyente perseverar en la Palabra de Cristo significa seguir creyendo en ella, seguir a meditarla y seguir observandola, y al hacerlo conocerá la verdad, que procede de la justicia y la santidad. Hermanos, es sólo perseverando en la Palabra de Cristo que se viene a conocer la verdad acerca de muchas cosas; no es andando de nuevo detrás a fábulas judaicas o detrás a palabras persuasivas de sabiduría humana que se nos abrirán los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, sino por la perseverancia en la palabra de Cristo. Jesús dijo: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32); ahora, el conocimiento de la verdad viene de la Palabra de Dios porque la Palabra de Dios es verdad, por lo tanto, es esencial escudriñar la Palabra de Dios y observarla para obtener este precioso conocimiento. El conocimiento de la verdad es una riqueza de liberación porque libera al creyente de las maquinaciones de Satanás y muchos malos hábitos y malas compañías y le hace caminar seguro y tranquilo; en los Salmos está escrito: «Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos» (Salmo 119:45) y, de hecho, los que tienen su deleite en la Palabra de Dios caminan con libertad y sin temor. La Palabra de Dios enseña la justicia y la santidad, y los que se deleitan en ella son por ella enseñados a renunciar a los deseos mundanos y a vivir de una manera justa y santa como Dios quiere, por lo tanto, su conocimiento es esencial para ser transformados en la misma imagen del Señor; hoy en día es triste decirlo y verlo, muchos desprecian el conocimiento de la Palabra de Dios y su desprecio hacia el conocimiento de la verdad ha traído sus desastrosas consecuencias en sus vidas, ellos se parecen a las personas del mundo porque viven de una manera injusta y disoluta, ellos no perseveran en la Palabra de Cristo y son esclavos de tantas malas acciones y faltan de discernimiento; Dios dice en Jeremías: «Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová» (Jeremías 8:7) y otra vez: «he aquí que aborrecieron la palabra de Jehová; ¿y qué sabiduría tienen?» (Jeremías 8:9), y esto es lo que vemos hoy en día entre el pueblo de Dios. Sí, hoy muchos tienen el nombre de Cristianos pero no la conducta de un Cristiano, y esto precisamente porque no han perseverado en la Palabra de Cristo, ellos ignoran muchas cosas porque quieren ignorárlas, no tienen conocimiento de las cosas pertenecientes al reino de Dios debido a que no quieren conocerlas, les gusta permanecer en la ignorancia, pero su insensatez les castiga y les hace vivir en tierra árida y estéril; ellos se oponen al Espíritu Santo que quiere transformárlos en la misma imagen del Señor y, al hacerlo, se han convertido en enemigos de Dios. ¡Ah! … ¡me se rompe el corazón al verlos vivir y hablar mundanamente!
Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro
Traducido por Enrico Maria Palumbo