Una pregunta sencilla para los Unicitarios



Punto-di-domanda1«Te encarezco DELANTE DE DIOS Y DEL SEÑOR JESUCRISTO, Y DE SUS ÁNGELES ESCOGIDOS, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad» (1 Timoteo 5:21)
.

Pablo dice que delante de él hay:

1) Dios

2) Jesús

3) Los ángeles escogidos

Ahora, si Jesús y el Padre fuesen la misma persona, ¿Cómo se explica que sean citados por separado? (Y noten que Pablo cita también los ángeles escogidos haciendo entender que ellos también están SEPARADOS de Jesús y el Padre). Si ustedes afirman que Dios y el Padre son la misma persona, a la luz de este versículo, deben necesariamente afirmar que TAMBIÉN los ángeles escogidos sean Dios.

Unicitarios ¿Pueden ver AHORA la clara contradicción de su falsa doctrina?

Quien tiene oídos, oiga.

Enrico Maria Palumbo

Estudios Bíblicos acerca de la Trinidad: https://justojuicio.wordpress.com/category/trinidad/

Dios es el Padre de Cristo Jesús que es Dios y nuestro Salvador


tumblr_mfvy15owEN1qlbkn0o1_500» … y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de DIOS NUESTRO SALVADOR, a Tito, verdadero hijo en la común fe: Gracia, misericordia y paz, DE DIOS PADRE Y DEL SEÑOR JESUCRISTO NUESTRO SALVADOR» (Tito 1:3-4)

Hemos leído que el apóstol Pablo distingue claramente las DOS PERSONAS de DIOS PADRE y de CRISTO JESÚS que es llamado nuestro Salvador. Y luego confirma esta distinción con las siguientes palabras, llamando también a Dios Padre nuestro Salvador. Como está escrito: «Pero cuando se manifestó la bondad de DIOS NUESTRO SALVADOR, y su amor para con los hombres, NOS SALVÓ, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente POR JESUCRISTO NUESTRO SALVADOR» (Tito 3:4-6).

Dios Padre es, por lo tanto, nuestro Salvador que nos salvó por medio de Su Hijo (Jesucristo) nuestro Salvador.

A la luz de estas palabras nos comprendemos de una manera aún más clara las palabras del apóstol Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era CON DIOS, y el Verbo ERA DIOS» (Juan 1:1)

Jesús es Dios, sin embargo, es una persona diferente de Dios Padre porque Dios Padre no murió en la cruz, como falsamente dicen los Unicitarios, sino fue EL HIJO QUE NOS COMPRÓ A DIOS PADRE con Su preciosa sangre. Como está escrito acerca del Hijo: «Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y CON TU SANGRE COMPRASTE PARA DIOS gente de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Apocalipsis 5:9 ‘NVI’) y «Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de DIOS, QUE ÉL ADQUIRIÓ CON SU PROPIA SANGRE» (Hechos 20:28 ‘NVI’).

Dios (Jesús) nos adquirió a Dios (Dios Padre) con Su preciosa sangre.

Unicitarios, ¿No son bastante claras estas palabras? ¿Han sido así indoctrinados y engañados por los espíritus seductores que no pueden entender esta VERDAD FUNDAMENTAL?

Y a ustedes que dudan les digo, no se dejen engañar por los Unicitarios y ánclense firmamente a lo que está escrito en la Palabra de Dios, única lámpara a nuestros pies y luz en nuestro sendero.

Enrico Maria Palumbo

La Verdad


La Verdad

La verdad te hace saltar de alegría, o te aniquila y te hace morir de rabia, a menos que estés de acuerdo con ella.

La verdad te libera el alma y la mente de todo peso, pero también te puede agravar el alma y la mente si no estás de acuerdo con ella.

La verdad hace doler el corazón y entristece aquellos que están en un cierto estado de ánimo y conducta, pero no ofende, no insulta, no lisonjea, no miente.

La verdad anda junto con el AMOR, y donde no hay verdad, no hay ni siquiera amor, son HERMANAS INSEPARABLES.

La verdad viene de Dios, pero la mentira viene del DIABLO.

La verdad dura para siempre, pero la mentira dura un momento, dura justo el tiempo para ser descubierta.

La verdad permanece siempre la verdad, pero la mentira, aunque repetida continuamente, permanece siempre una mentira.

Jesús es el CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.

Por el hermano en Cristo: Giuseppe Piredda

Traducido por Enrico Maria Palumbo

Nosotros predicamos a Cristo crucificado, poder de Dios


10734246_10152768018296043_6649640367189890002_n«Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Corintios 1:22-25)

Para muchos parece una frase obvia la que dice que nosotros predicamos a Cristo CRUCIFICADO, pero no lo es. ¿Cuántas veces ustedes han oído hablar de la muerte de Cristo en la cruz, del hecho que su costado ha sido HERIDO y ha salido la sangre de Jesús, que es la sangre del nuevo pacto, por medio de la cual nuestros pecados han sido perdonados? No muchas veces en estas congregaciones de hoy en día.

Miren, hablar de la muerte de Cristo como está escrito en la Palabra de Dios, es considerado por algunos como CRUENTO, y para no molestar al auditorio, he ahí que no hablan de ella casi nunca. Y eso no es bueno, ya que en la SANGRE DE JESÚS, en LA MUERTE DE JESÚS hay un gran poder, es el poder que salva al hombre pecador, por lo tanto, somos llamados para hablar de ella continuamente.

Muchos nos dicen que hablan de Jesús, evangelizan, pero yo les digo a éstos: ‘¿Pero ustedes anuncian el Evangelio de Cristo como está escrito en la Biblia? ¿Pero ustedes proclaman que Cristo en la cruz derramó su sangre para limpiárnos de todo pecado? ¿Pero ustedes proclaman que hay curación del cuerpo por las heridas que se han infligido en el cuerpo de Jesucristo?’

Hermanos y hermanas en el Señor, les recuerdo que nosotros los creyentes debemos hablar y recordar a los demás que Cristo murió en la cruz y derramó Su sangre para limpiárnos de toda iniquidad, y al tercer día resucitó; esto es lo que debemos proclamar a los pecadores, esto es el Evangelio, y como leemos en el pasaje citado más arriba, ESTE EVANGELIO ES PODER DE DIOS, Y SABIDURÍA DE DIOS. Así que, queridos en el SEÑOR, no reemplacen este mensaje de gran alcance con nada más, dejen las palabras: ‘Jesús te ama’, porque no es EVANGELIO, sino proclamen la muerte y resurrección de Cristo, de acuerdo a lo que está escrito en la Biblia.

Tengan cuidado con las amonestaciones del apóstol Pablo, quien dice:
«Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gálatas 1:6)

Hermanos, pregúntense: ‘¿Cuál es el Evangelio que me salvó?’ He ahí, ese es lo que tienen que predicar, y el Evangelio que les salvó no fue ‘Jesús te ama’, sino la fe que les ha sido dada en el sacrificio logrado por Jesucristo en la cruz, en su derramamiento de sangre, ese es el que les ha salvado y limpiado de todo pecado, por lo tanto, proclamen ese MENSAJE, no otro.

Entonces, dejen por un lado el resto de los mensajes que no son Evangelio, porque hay que predicar EL MISMO EVANGELIO que predicaban los apóstoles, es decir, ustedes tienen que predicar a CRISTO CRICIFICADO, que es PODER DE DIOS, para la salvación de todo aquel que cree.

Por el hermano en Cristo: Giuseppe Piredda

Traducido por Enrico Maria Palumbo

¿Jesús resucitó física o espiritualmente?


tomb1La Escritura enseña que Jesucristo resucitó corporalmente, en otras palabras que Él retomó su cuerpo con el cual murió sobre la cruz, y que fue puesto en el sepulcro. Obviamente el cuerpo con el cual Él resucitó y con el cual les apareció a sus discípulos era diferente de aquel precedente porque era inmortal, incorruptible y glorioso, y a demostración de esto hay el hecho de que Jesús se presentó entre sus discípulos a puertas cerradas, por lo tanto, pasando por los muros del lugar dónde ellos estaban en ese momento; pero aquel cuerpo quedó siempre su cuerpo. De hecho, cuando Jesús les apareció a sus discípulos y éstos creyeron ver un espíritu, Él les dijo: “¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:38-39). Noten como Jesús dijo que no era un espíritu porque un espíritu no tiene carne y huesos como Él, entonces los invitó a tocarle. Pero además del hecho que sus discípulos podían tocarle, hay el hecho que en aquel cuerpo habían las señales de los clavos y la señal de la lanza en su costado, cosa muy importante esta, diría fundamental; esas señales en su cuerpo resucitado, de hecho, confirman su resurrección corporal.

Y entonces, digo, si Jesús no hubiese recuperado su cuerpo, ¿cómo habrían podido haberse cumplido las palabras proféticas de David: “Y aun mi carne descansará en esperanza” (Hechos 2:26)? ¿No creen ustedes que habría sido una contradicción por Dios decir que la carne del cuerpo del Mesías habría descansado en esperanza, y luego aquel mismo su cuerpo no habría salido inmortal y glorioso de la tumba en la que fue colocado? ¿Qué esperanza habría sido la que habría tenido el Cristo sobre su carne, si entonces esta no habría sido por Él retomada? Una ilusoria y falsa esperanza. Pero no, de esa esperanza el Mesías vio el cumplimiento porque su alma no fue dejada en el Hades, y su cuerpo no vio corrupción, de hecho, resucitó al tercer día, volvió con su alma en su cuerpo traspasado pero esta vez aquel cuerpo era inmortal y glorioso.

Y de nuevo, digo esto: ‘Si no hubiera sido su resurrección corporal, ¿cómo habría podido Jesús destruir la muerte?’ No habría podido, porque cuando vino la muerte aconteció una separación física del alma de Jesús de su cuerpo, por lo cual el cuerpo decimos que en cierto sentido fue “perdido”, por lo tanto, para que la muerte fuese vencida era necesario que el alma del Jesús muerto volviese precisamente en aquel cuerpo del que estaba separado; en otras palabras, que Jesús retomara su cuerpo. Y así sucedió; sí, esto es lo que pasó con su resurrección, por la que ahora proclamamos que Jesucristo ha destruido la muerte.

Por tanto, miren por ustedes hermanos y tengan cuidado con todos los que de una u otra manera niegan la resurrección corporal de Jesús; éstos mienten contra la verdad. La resurrección corporal de Jesús es parte del plan divino de redención, porque Pablo dice que Jesucristo fue “resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25); cancelar esto significa cancelar la redención llevada a cabo por Cristo por amor de nosotros. Decir de hecho que Jesús no resucitó físicamente significa negar implícitamente su resurrección, porque no hay una resurrección espiritual, tal resurrección no se puede llamar una resurrección. Así que, hermanos y hermanas sigan proclamando la resurrección de Cristo, y defendiendola de los ataques de los que, seducidos por el diablo, la niegan.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por enrico Maria Palumbo

Pasos que demuestran que Jesús es Dios


479989_543169739047173_373980122_n– Juan dice: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho…. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:1-3, 14). Y como se dice claramente que el Verbo era Dios y el Verbo fue hecho carne, declaramos que Dios fue manifestado en carne en la persona de Cristo Jesús. Las siguientes palabras escritas en los Salmos: «Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos» (Salmos 33:6), confirman lo que dijo Juan («el Verbo era Dios «[Juan 1:1]), porque sabemos que los cielos fueron hechos por Dios, como está escrito: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Génesis 1:1); Por lo tanto, si la Palabra de Dios no era Dios, no podría haber creado los cielos.

– Juan el Bautista dijo: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3:36), por eso todos los que creen en Jesucristo tienen la vida eterna. Pero Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24), haciendo entender que, a fin de recibir la vida eterna, se debe creer en Dios. entonces alguien dirá: ‘¿En quién debemos creer para tener la vida eterna?’ En Cristo Jesús, porque Él es Dios con el Padre, y nos informó de las palabras de su Padre, y porque el que cree en Él automáticamente cree en Dios que lo envió, porque Jesús dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió» (Juan 12:44).

– Jesús dijo: «Yo y el Padre uno somos» (Juan 10:30). ¿No está claro el significado de estas palabras de Jesús? Él y el Padre, a pesar de que son dos personas separadas, son Dios. Los Testigos de Jehová dicen en cambio que estas palabras significan sólo que el Hijo y el Padre son uno en acuerdo y propósito. Pero nosotros decimos: ‘Si fuera sólo eso el significado de las palabras de Jesús, ¿por qué los Judíos inmediatamente después de que lo pronunció recogieron unas piedras para apedrearlo?’ ¿No es otra, y precisamente porque se hacía igual a Dios, la razón por la que recogieron piedras para apedrearlo? Sí, de hecho está escrito que los Judíos le dijeron: «Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios» (Juan 10:33). El hecho de declarar sólo estar de acuerdo con Dios no habría provocado la ira de los Judíos incrédulos.

– Respondió Jesús y le dijo al hombre que le había llamado «Maestro bueno» (Marcos 10:17): «¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios» (Marcos 10:18). Ahora, alguien dirá: ‘¿Por qué tomar este paso para dar fe de que Jesús es Dios?’ Por esta razón, porque Jesús no se negó a ser llamado bueno, sino sólo le preguntó al hombre porque le había llamado bueno, ya que sólo Dios es bueno. Y así, ya que sólo Dios es bueno el Maestro es Dios, porque Él es bueno. Si Jesús no hubiera sido bueno, sin duda habría dicho al hombre para llamar sólo Dios bueno, y por lo tanto, implícitamente se habría declarado sólo un hombre. Pero precisamente porque era la misma cosa con Dios el Padre, Él era bueno. Por lo tanto, hacemos bien en el llamarlo Maestro bueno, porque Él es Dios.

– Pablo dijo de Jesucristo a los Colosenses que «agradó al Padre que en él habitase toda plenitud» (Colosenses 1:19). Y es precisamente en virtud del hecho de que en Cristo habitó toda la plenitud de la Deidad que hemos recibido gracia sobre gracia de Él, de hecho, Juan dice: «Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia» (Juan 1:16). En otras palabras, no habríamos sido capaces de recibir de Cristo la salvación, ni la vida, ni la paz, ni ninguna otra bendición si en Él no hubiese vivido la plenitud de la Deidad, o si Él no hubiese sido Dios.

– El apóstol Pablo dijo a los Romanos: «De quienes (los Israelitas) son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén» (Romanos 9:5). Así que Jesús Cristo, aunque fue encontrado en la condición de hombre, es el Dios que es bendito por los siglos.

– Pablo dice a Tito: «Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo…» (Tito 2:13). Ahora, el profeta Daniel llamó a Dios «el gran Dios», porque después de que habló con el rey Nabucodonosor dijo: «El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir» (Daniel 2:45); Jeremías hizo lo mismo, de hecho dijo: «Dios grande» (Jeremías 32:18); David reconoció que sólo Dios es grande cuando él dijo: «Porque yo sé que Jehová es grande» (Salmos 135:5); por tanto, si Pablo llamó a Jesús «nuestro gran Dios» significa que él creía firmemente que Cristo es Dios. Si Jesús no fuera Dios, y por lo tanto si no era igual a Dios, Pablo no lo habría jamás llamado «nuestro gran Dios», porque de esta manera habría definido una criatura Dios, haciendose culpable de idolatría. Recuerden que Pablo era un Judío por nacimiento que sabía muy bien que Dios había dicho: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20:3), y por lo tanto nunca se habría permitido, si Jesucristo hubiese sido sólo un hombre, llamarlo «nuestro gran Dios» También el hecho de que Pablo llama a Jesucristo «nuestro Salvador» muestra que él creía que Él era Dios. Él sabía que Dios había dicho a través de Isaías: «Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí» (Isaías 45:21), sin embargo, Él no llamó «nuestro Salvador» sólo a Dios el Padre (en Tito dice: «La predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador» [Tito 1:3], y a Timoteo dice: «Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador» [1 Timoteo 1:1], y: «porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen» [1 Timoteo 4:10]), sino también a su Hijo Jesucristo, como está escrito en Tito: «Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo nuestro Salvador» (Tito 1:4).

– El apóstol Pedro también llamó Jesucristo «nuestro Dios y Salvador», de hecho, en el comienzo de su segunda epístola está escrito: «Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 1:1). También él, como Pablo, sabía que hay un sólo Dios y único Salvador, pero llamó el Cristo a quien había conocido en los días de su carne «nuestro Dios y Salvador» porque Él lo es.

– En el libro de los Hechos de los Apóstoles, entre las palabras de Pablo a los ancianos de la iglesia en Efeso, hay las siguientes: «Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre» (Hechos 20:28 ‘NVI’). Ahora, en estas palabras se dice que Dios compró la iglesia con su propia sangre, que a primera vista parece increíble, porque sabemos que no es Dios que murió en la cruz y derramó su sangre por nosotros, sino su unigénito Hijo. Pero examinando cuidadosamente este paso y comparándolo con otros pasajes de la Escritura vemos que Pablo aquí se refiere al Hijo de Dios y no a Dios el Padre, que en los días de la carne de su Hijo siguió sentado en su trono en el cielo. Recuerden que cuando Tomás le dijo a Jesús: «!!Señor mío, y Dios mío!» (Juan 20:28), implícitamente admitió que su Dios murió en la cruz, que derramó su sangre para comprarnos, y luego fue resucitado; pero tengan en cuenta que con esas palabras no admitió que Dios el Padre murió en la cruz; digo esto para que se entienda que siempre hay una clara distinción entre Dios Padre y Dios Hijo. Son dos personas unidas y de la misma sustancia desde toda la eternidad, pero al mismo tiempo diferentes entre ellas y deben ser especificadas por separado a fin de no intercambiar el uno para el otro. En conclusión, Jesucristo es el Dios que, según las palabras de Pablo, compró su iglesia con su propia sangre.

– En la epístola a los Hebreos está escrito: «Mas del Hijo dice: tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo..» (Hebreos 1:8). También por estas palabras del cuadragésimo quinto salmo se entiende claramente que el Hijo es Dios, y no un dios.

– Siempre en la misma carta está escrito, «Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios» (Hebreos 1:6). Ahora, nos sabemos que los ángeles adoran sólo a Dios, como está escrito: «Los ejércitos de los cielos te adoran» (Nehemías 9:6); entonces, como los ángeles saben que se debe adorar sólo a Dios (el ángel de Jesús que se le apareció a Juan en la isla de Patmos, cuando vio que Juan se postró ante él para adorarlo le dijo: «Mira, no lo hagas… Adora a Dios» [Apocalipsis 22:9]) ellos saben y reconocen que Jesucristo es Dios. Y entonces, si Dios el Padre ha ordenado a sus ángeles para adorar a su Hijo, quiere decir que Él mismo reconoce en Cristo Jesús la segunda persona de la Divinidad. Si Jesús no fuera Dios, el Padre nunca habría ordenado a sus ángeles para que le adorasen.

– Mateo dice que los magos «al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron…» (Mateo 2:11). Estas palabras muestran que Jesús era Dios, incluso cuando era un bebé, porque los Magos le dirigieron su adoración debida sólo a Dios.

– El mismo apóstol dice al final del Evangelio que escribió que las mujeres acercándose a Jesús resucitado «abrazaron sus pies, y le adoraron» (Mateo 28:9), y luego que los discípulos «se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron» (Mateo 28:16-17). Ahora, ya que está escrito en la ley: «Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás» (Mateo 4:10), entonces Cristo era Dios. Si el Hijo no hubiera sido Dios, no sólo no habría sido digno de ser adorado, sino Él mismo habría regañado tanto a las mujeres como a sus discípulos cuando le adoraron. Recuerden que Jesús nunca renunció a reprender a los suyos cuando se lo merecían; Él reprendió a Santiago y Juan cuando se le preguntó si quería que mandasen que desciendese fuego del cielo para devorar a los samaritanos que no lo habían recibido porque se dirigía a Jerusalén, (Véase Lucas 9:51-56); y reprendió a Pedro porque no quería que sufriera y muriera (Véase Mateo 16:22-23). Por lo tanto, si sus discípulos, adorandole, se hubiesen hechos culpables de idolatría, Jesús les habría regañado y les habría dicho: ‘¡¡Adoren a Dios!’; en cambio el hecho de que Él aceptó su adoración confirma que Jesús era Dios y no sólo un hombre.

– Pablo dice a los Filipenses: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…» (Filipenses 2:5-7). De esta manera Pablo ha confirmado tanto que Jesucristo era igual a Dios, como que Él, como Hijo de Dios, estaba con el Padre antes de la fundación del mundo.

– En la carta a los Hebreos dice: «Sino que os habéis acercado… a Dios el Juez de todos» (Hebreos 12:22,23). Dios en este caso se llama el Juez de todos; pero también el Hijo es el Juez de todos, porque Pedro dijo de Él «que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos» (Hechos 10:42). Por lo tanto, ya que sabemos que el juicio pertenece al Señor, que es el único Dios verdadero, y no hay otro, Jesucristo es Dios.

–  Un día Jesús dijo a los Judíos: «Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó» (Juan 8:56), y los Judíos le dijeron: «Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?» (Juan 8:57) y Jesús les dijo: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Juan 8:58). Ahora bien, sabemos que el Yo soy apareció a Moisés en el Monte Horeb en la llama de una zarza ardiente y habló con él y le envió a Egipto para liberar a Israel, pero veamos ahora cuando el Yo soy le apareció al patriarca Abraham, porque Jesús proclamó haber visto a Abraham y que Abraham había visto su día, y él se había regocijado. Está escrito: «Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él…» (Génesis 18:1-2). Tengan en cuenta que la Escritura dice que Abraham vio a tres hombres. Continuando la lectura de esta visita que Abraham recibió se nota que dos de estos hombres eran en realidad dos ángeles, de hecho, después de que los tres hombres habían comido lo que Abraham había puesto frente a ellos, la Escritura antes dice: «Y se apartaron de allí los varones, y fueron hacia Sodoma» (Génesis 18:22), y un poco más adelante: «Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde…» (Génesis 19:1). Por tanto, dos de esos tres hombres eran dos ángeles; pero entonces, ¿quién era el tercero? Era el Señor, que es, el Yo soy, de hecho, la Escritura después de decir que «El Señor se le apareció a Abraham» dice que, después de que los dos hombres salieron de Abraham, el patriarca «estaba aún delante de Jehová» (Génesis 18:22). Ahora quiero que noten algo más que considero importante porque confirma que aquel hombre que se le apareció a Abraham era Dios (el Hijo) antes de su encarnación. Después de que los dos ángeles tomaron la mano de Lot, su esposa y sus dos hijas, y los sacaron de la ciudad de Sodoma, la Escritura dice: «Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos» (Génesis 19:24). Noten la expresión: «Jehová hizo llover… de parte de Jehová», porque confirma que aquel hombre que hizo llover de parte de Dios fuego y azufre sobre Sodoma era Dios, el Hijo.

– Isaías dijo: «!!Ved aquí al Dios vuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder» (Isaías 40:9-10); a continuación, en las palabras de Isaías nuestro Dios vendrá con poder. Ahora, comparando estas palabras del profeta con estas palabras de Jesús: «Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria» (Lucas 21:27), y las de Juan: «He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá…» (Apocalipsis 1:7), entendemos que Jesucristo es nuestro Dios que viene con poder. Si luego examinamos las siguientes palabras pronunciadas por el Señor Jesús a Juan: «Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso» (Apocalipsis 1:8) se darán cuenta de que el que viene es llamado el Alfa y la Omega y el Todopoderoso; y por lo tanto esto también es una confirmación de que Jesucristo, que ha de venir, es Dios.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

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La preciosa sangre de Jesús


La preciosa sangre de Jesus

¡Cuán preciosa es la sangre de Jesús, que Él derramó en la cruz y de la que hemos sido rociados (1 Pedro 1:2)! Esa sangre ha limpiado nuestra conciencia de las obras muertas, haciéndonos perfectos en cuanto a la conciencia (Hebreos 9:14), y si andamos en la luz nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Por medio de ella hemos sido justificados (Romanos 5:9), reconciliados con Dios (Colosenses 1:20), hechos cercanos a Dios (Efesios 2:13), santificados (Hebreos 10:29; 13:12); rescatados de nuestra vana manera de vivir, la cual recibimos de nuestros padres (1 Pedro 1:18), nos ha lavado y liberado de nuestros pecados (Apocalipsis 1:5; Efesios 1:7), y comprado para Dios (Apocalipsis 5:9 ‘NVI’). Por Su sangre fue dedicada la alianza que Dios hizo con nosotros (Hebreos 9:18; 13:20); en virtud de Su sangre tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo (Hebreos 10:19), y por medio de Su sangre hemos vencido al diablo (Apocalipsis 12:11).

A Cristo Jesús, que derramó Su sangre por nosotros, sea la gloria ahora y para siempre. Amén

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

https://www.facebook.com/groups/JustoJuicio/

Somos transformados en la misma imagen de Él


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«El Señor es el Espíritu» (2 Corintios 3:17) y ha comenzado una obra en cada uno de nosotros y esta obra la está continuando a desarrollar y la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús. Hermanos, hemos sido predestinados para que seamos hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios, y Dios por el Espíritu Santo nos transforma y renueva de día en día para que lleguemos a ser como Jesucristo.

Pablo dijo a los corintios: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18); Amados, el Espíritu que hemos recibido es un espíritu de poder que actúa en nosotros poderosamente en conformidad con la voluntad de Dios; Él nos transforma diariamente para que asumamos la imagen de Cristo… la imagen espiritual por supuesto.

Está escrito: «Cristo… no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros» (2 Corintios 13:3), de hecho, el Señor, que es Espíritu es poderoso en nosotros para hacer que nuestro carácter sea semejante al carácter de Cristo. Ahora, tenemos un hombre exterior y un hombre interior; el primero es de carne y huesos y lo vemos desgastarse, siendo corruptible, mientras que el segundo es espiritual y «no obstante se renueva de día en día» (2 Corintios 4:16), como dice el Apóstol Pablo. El hombre interior que está en los creyentes ha sido renovado, mientras que el exterior se ha mantenido sin cambios, de hecho nosotros, cuando hemos nacido de nuevo no hemos cambiado la imagen del cuerpo, ya que nuestra altura, nuestro peso y nuestras características físicas no han cambiado, pero lo que ha cambiado profundamente es nuestro carácter espiritual, de hecho, para nuestros viejos amigos del mundo nos hemos convertido en irreconocibles; se nos ha dicho, después de haber nacido de nuevo, por los que nos conocían en otro tiempo: ‘Yo no te reconozco’, ‘Eres otra persona’ ‘Ya no eres el mismo’; en cuanto a la apariencia física, no han notado ningún cambio, pero en cuanto a la forma de hablar y la conducta han visto tal renovación para quedarse sorprendidos. Saulo de Tarso, después de que se convirtió al Señor, dice: «En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?» (Hechos 9:20-21); los Judíos en Damasco sabían que Saulo de Tarso perseguía en Jerusalén a los que creían en Jesús y que él entró en Damasco para llevar encadenados a los discípulos del Señor Jesús en Jerusalén, por esta razón, se quedaron atónitos cuando lo oyeron predicar que Jesús era el Hijo de Dios. La apariencia física de Saulo no había cambiado, pero fue cambiado radicalmente su comportamiento; él se había ido para devastar la iglesia de Damasco, pero ahora la edificaba; él ante blasfemaba el buen nombre invocado sobre los santos, pero ahora con toda confianza lo predicaba en las sinagogas de los Judíos; se había ido a Damasco para llevar a los santos encadenados en Jerusalén, pero en su lugar estuvo en Damasco con ellos, como está escrito: «Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco» (Hechos 9:19). Más tarde, Saulo fue a Jerusalén, y Lucas dice que «trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo» (Hechos 9:26); Saulo se había convertido en un discípulo del Señor y, sin embargo, los discípulos en Jerusalén, cuando vieron que trataba de juntarse con ellos, al principio, no creyeron que él se había convertido en un discípulo. Saulo, en verdad había sido renovado y no había tratado de unirse a los santos con falsas apariencias y esto los discípulos del Señor, poco después, le reconocieron.

En cuanto a esta renovación realizada por el Espíritu Santo en nosotros, podemos compararla con la renovación que una cabeza de familia lleva a cabo en su casa, haciéndola nueva internamente y poniéndole una nueva decoración, eliminando la decoración antigua, pero sin cambiar el aspecto exterior de la casa. Hay personas que compran casas y aunque las dejan por fuera como las han comprado, las renuevan internamente como lo consideran necesario porque deben ir a vivir en ellas; sí, también el Señor que nos ha comprado por precio ha dejado intacto nuestro exterior sin realizar ningún cambio, pero interiormente nos ha renovado para venir a morar en nosotros. Cristo ha limpiado nuestros corazones de la mala conciencia, y vino a vivir en nosotros por el Espíritu; Jesús dijo que «el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar» (Lucas 5:38) y Dios a través del profeta había hecho esta promesa antes de la venida de Cristo: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros…»(Ezequiel 36:25,26), y esto es lo que Él ha hecho, de hecho, el Señor nos ha dado un corazón nuevo y ha puesto un espíritu nuevo dentro de él, que es el Espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba! Padre. Nosotros, ahora, somos la casa de Dios, y sepan que el propietario no está inactivo, porque perfecciona su obra en nosotros, por el Espíritu. El Espíritu de Dios quiere llevarnos a la «unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13), en otras palabras, Él quiere que crezcamos en todo. Cuando uno nace de nuevo es un niño espiritualmente, es un hijo de Dios, pero tiene poca comprensión espiritual y poco conocimiento de muchas cosas pertenecientes al reino de Dios y Dios para ayudarnos a crecer espiritualmente ha constituido sus ministros en la Iglesia, de hecho, Pablo dice: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Efesios 4:11,12). Un niño que nace produce mucha alegría en la familia, todos se regocijan, su padre y madre, los niños que ya tenían, pero no lo dejan a sí mismo porque sus padres comienzan a hacerse cargo de él, dándole de comer y el debido cuidado, así el niño empieza a crecer en estatura, peso, y con el paso del tiempo adquiere un aspecto físico que se ve cada vez más como lo del padre que lo generó; cuando el niño nace se parece al padre, porque él tiene las características físicas que ha heredado de él, son visibles, pero con el paso del tiempo, se acentúan; yo, por ejemplo, cuando nací me parecía a mi padre, pero con el paso de los años, al crecer, la similitud se ha acentuado. Acerca de Adán está escrito que «engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen» (Génesis 5:3), y esto confirma lo que he dicho antes. Sabemos que quien es generado hereda las características físicas de la persona que lo genera; esto es lo que ocurre en la naturaleza, pero esto también es lo que sucede espiritualmente en aquellos que son regenerados por Dios.

Fuimos regenerados por Dios a través del Evangelio, y cuando somos nacidos de nuevo, los que ya eran miembros de la familia de Dios, han visto en nosotros la semejanza que había con el Hijo de Dios (el primogénito entre muchos hermanos y hermanas), pero esta semejanza espiritual con el tiempo se ha incrementado y continúa incrementando debido a que el Señor que es Espíritu obra en nosotros transformándonos en la misma imagen de Él.

Dios quiere que los que son niños en Cristo apenas nacidos de nuevo, lleguen a ser, en el modo de pensar, hombres maduros y para que esto suceda se necesita tiempo; el crecimiento de un niño se desarrolla poco a poco, y aunque en su infancia él no entienda muchas cosas, de todos modos sigue siendo un miembro de la familia hacia el cual el padre se muestra paciente y misericordioso.

Dentro de la iglesia de Dios que estaba en Corinto, habían surgido divisiones durante la ausencia de Pablo y esto Pablo lo llegó a conocer, de hecho, escribió a los Corintios: «Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo» (1 Corintios 1:11,12); tengan en cuenta que a pesar de que surgieron contenciones entre los hermanos, Pablo continuó a llamarlos hermanos, ellos nacieron de nuevo pero tenían este defecto, había entre ellos quien decía que era de Pablo, quien de Apolo, quien de Pedro y por esta razón Pablo les dijo: «porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?» (1 Corintios 3:3,4). Los santos en Corinto demostraron por su conducta no ser espirituales, pero fueron enriquecidos en toda palabra y en todo conocimiento, no faltaron en ningún don. Ellos caminaban según la carne, y no según el Espíritu, porque entre ellos habían divisiones, rivalidades y celos, que son las obras de la carne, y por esta razón, Pablo les llamó ‘carnales’. Pablo les escribió: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales» (1 Corintios 3:1-3); hermanos, quien ha sido vivificado por el Espíritu, también debe caminar en el Espíritu. El que anda en el Espíritu es espiritual (un hombre maduro), pero quien anda en los celos y las contiendas sigue siendo carnal (un niño en Cristo) y tiene necesidad de leche, ya que todavía no puede alimentarse con la comida sólida.

La Escritura dice: «Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (Hebreos 5:13,14); el niño en Cristo es el que anda según el hombre y no según el Espíritu, y es precisamente por esta razón que sus sentidos todavía no están ejercitados en el discernimiento del bien y del mal; en el hombre maduro, en cambio, los sentidos están ejercitados en el discernimiento del bien y del mal, porque él camina en el Espíritu. Hermanos, ustedes sepan que es a través de la observancia de los mandamientos de Dios que se aprende a discernir entre el bien y el mal; hoy en día hay muchos dentro de la Iglesia que llaman bien el «mal» y el mal «bien», porque no practican la piedad y porque sus pies no están dirigidos a observar los mandamientos de Dios y por lo tanto carecen del discernimiento que necesitan. Dentro de la Iglesia de Dios hay los niños en Cristo que son apenas nacidos de nuevo que tienen necesidad de leche y no de alimento sólido, esto significa que ustedes tienen que hablar con ellos como se habla a los niños, enseñándoles los primeros rudimentos de la Palabra de Dios, pero hay también creyentes que por su tiempo en la fe deberían ser maestros, pero tienen de nuevo la necesidad de aprender los primeros rudimentos, y también éstos son niños que tienen necesidad de leche a los que no se puede dar alimentos sólidos porque todavía no son capaces de asimilárlos. Pablo escribió a los Corintios: «Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar» (1 Corintios 14:20); ahora, hay una gran diferencia entre un niño y un adulto, de hecho, la forma de hablar y razonar de un adulto es completamente diferente de la de un niño; Pablo dijo: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño» (1 Corintios 13:11), y lo mismo sucede espiritualmente porque el hombre maduro en Cristo ha dejado de hablar como un niño en Cristo. Tomemos, por ejemplo, un niño en Cristo que dice: «Yo soy de aquel tal porque me ha engendrado en Cristo», ¿creen ustedes que cuando llegará a ser en un hombre maduro en Cristo seguirá decir lo mismo? No, en absoluto. La medida de inteligencia espiritual en el hombre maduro excede la de un niño en Cristo; ambos son hijos de Dios, pero mientras el uno ha crecido, el otro ha permanecido un niño. Los ministerios se han dado por el Señor para la edificación de la Iglesia «hasta que todos lleguemos… a un varón perfecto… para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (Efesios 4:13,14), esto significa que por Cristo, a través de la ayuda prestada por los ministros de Dios, constituidos por Él en los varios ministerios, los niños toman su alimento necesario para convertirse en hombres maduros.

Pablo escribió a los santos en Éfeso: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:22-24); nosotros, por lo que se refiere a nuestra pasada manera de vivir se nos ha enseñado a tirar lejos de nosotros las obras de las tinieblas que son las orgías, la embriaguez, la lujuria, el libertinaje, pleitos, celos, las hipocresías y todo tipo de calumnias, todas esas cosas que engañan a los que van detrás de ellas; pero en lo que se refiere a nuestra nueva conducta se nos han enseñado a ser renovados en el espíritu de nuestra mente y a vestírnos de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, es decir, del nuevo hombre que es creado a imagen de Dios (Aquel que lo creó), en la justicia y santidad, que proceden de la verdad.

Hermanos, ustedes sepan que parecerse cada vez más a Cristo es esencial para la renovación de nuestras mentes, esto significa en la práctica que no tenemos que conformárnos a los gustos, costumbres y forma de pensar de la gente del mundo; aquellos que se conforman a este siglo plantean frente a ellos un enorme obstáculo que les impide crecer espiritualmente; no se puede crecer en sabiduría, ni en la gracia ni en el conocimiento hasta que se piensa como piensa el mundo; la forma de pensar del mundo es perjudicial para el creyente y no sirve para nada en su crecimiento, y ¿cómo podría ser útil cuando se sabe que «el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19)? Hermanos, la forma de pensar de la gente del mundo está claramente opuesta a la de los santos que se santifican; nosotros tenemos la mente de Cristo, pero la gente del mundo, ¿qué mente tiene? ¿No tiene la mente del príncipe de este mundo? Isaías dice de los impíos que sus pensamientos son «pensamientos de iniquidad» (Isaías 59:7), pero no sólo sus pensamientos, sino también sus obras son de iniquidad, de hecho el mismo Isaías dice: «Sus obras son obras de iniquidad «(Isaías 59:6), y esto demuestra que la gente del mundo piensa mal y actúa mal como su consecuencia.

Consideren esta exhortación de Pablo: «Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente» (Efesios 4:17); ahora, los que no conocen a Dios no sólo tienen pensamientos vanos en su mente, sino también tienen una vana manera de vivir y esto muestra cómo la forma de pensar de una persona afecta la forma en  la que actúa. Hermanos, manténganse alejados de la manera de pensar inútil de la gente del mundo y no permitan que se introduzca en su mente porque les haría daño; «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2), como dice la Escritura. Sepan que para entender la voluntad de Dios es esencial ser transformados por medio de la renovación del entendimiento; algunos no están llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría e inteligencia espiritual porque se conforman a este mundo, y al hacerlo caminan en la vanidad de los pensamientos de aquellos que no conocen a Dios y la sabiduría se mantiene lejos de ellos. ¿Qué piensan los del mundo? Ellos piensan a enriquecerse, llegar a ser famosos, disfrutar de toda clase de impureza y libertinaje y hacer el mal al prójimo; pero nosotros los creyentes ¿qué debemos pensar? Pablo escribió: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Filipenses 4:8), éstas son las cosas que debemos pensar para que seamos transformados por el Espíritu en la misma imagen de Cristo y para saber cuál es la voluntad de Dios.

La sabiduría dice: «Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de DiosEntonces entenderás justicia, juicio y equidad, y todo buen camino» (Proverbios 2:1-5; 2:9); hermanos, Dios ha prometido dárnos a entender Su temor, hacérnos encontrar Su conocimiento y hacérnos entender la justicia, la equidad, y todos los caminos correctos, pero en esta condición, si recibimos Sus palabras, si guardamos Sus mandamientos, y si buscamos la inteligencia espiritual como la plata; pero si nos negamos a guardar Sus mandamientos, seguramente no entenderemos el temor de Dios y no entenderemos ni la justicia, ni los buenos caminos. Ahora, puesto que Dios dio este mandamiento: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2), quien desobedece a Dios conformandose a este siglo, seguramente no conocerá lo que es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.

Pablo dijo que el hombre nuevo es «creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:24); esto significa que para vivir con justicia y piadosamente en medio de esta generación maligna y perversa, es necesario conocer la verdad, pero, ¿de qué manera se llega a conocer la verdad? Un día Jesús dijo a los Judíos que habían creído en Él: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:31-32); en primer lugar, observen que Jesús dijo estas palabras a los Judíos que habían creído en Él, y no a las personas que todavía no creían en Él; ahora, para un creyente perseverar en la Palabra de Cristo significa seguir creyendo en ella, seguir a meditarla y seguir observandola, y al hacerlo conocerá la verdad, que procede de la justicia y la santidad. Hermanos, es sólo perseverando en la Palabra de Cristo que se viene a conocer la verdad acerca de muchas cosas; no es andando de nuevo detrás a fábulas judaicas o detrás a palabras persuasivas de sabiduría humana que se nos abrirán los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, sino por la perseverancia en la palabra de Cristo. Jesús dijo: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32); ahora, el conocimiento de la verdad viene de la Palabra de Dios porque la Palabra de Dios es verdad, por lo tanto, es esencial escudriñar la Palabra de Dios y observarla para obtener este precioso conocimiento. El conocimiento de la verdad es una riqueza de liberación porque libera al creyente de las maquinaciones de Satanás y muchos malos hábitos y malas compañías y le hace caminar seguro y tranquilo; en los Salmos está escrito: «Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos» (Salmo 119:45) y, de hecho, los que tienen su deleite en la Palabra de Dios caminan con libertad y sin temor. La Palabra de Dios enseña la justicia y la santidad, y los que se deleitan en ella son por ella enseñados a renunciar a los deseos mundanos y a vivir de una manera justa y santa como Dios quiere, por lo tanto, su conocimiento es esencial para ser transformados en la misma imagen del Señor; hoy en día es triste decirlo y verlo, muchos desprecian el conocimiento de la Palabra de Dios y su desprecio hacia el conocimiento de la verdad ha traído sus desastrosas consecuencias en sus vidas, ellos se parecen a las personas del mundo porque viven de una manera injusta y disoluta, ellos no perseveran en la Palabra de Cristo y son esclavos de tantas malas acciones y faltan de discernimiento; Dios dice en Jeremías: «Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová» (Jeremías 8:7) y otra vez: «he aquí que aborrecieron la palabra de Jehová; ¿y qué sabiduría tienen?» (Jeremías 8:9), y esto es lo que vemos hoy en día entre el pueblo de Dios. Sí, hoy muchos tienen el nombre de Cristianos pero no la conducta de un Cristiano, y esto precisamente porque no han perseverado en la Palabra de Cristo, ellos ignoran muchas cosas porque quieren ignorárlas, no tienen conocimiento de las cosas pertenecientes al reino de Dios debido a que no quieren conocerlas, les gusta permanecer en la ignorancia, pero su insensatez les castiga y les hace vivir en tierra árida y estéril; ellos se oponen al Espíritu Santo que quiere transformárlos en la misma imagen del Señor y, al hacerlo, se han convertido en enemigos de Dios. ¡Ah! … ¡me se rompe el corazón al verlos vivir y hablar mundanamente!

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

Jesucristo nació pobre y vivió pobre


water-fall-Este breve tratado sobre Jesucristo, el Hijo de Dios, que en los días de su carne hizo la voluntad de Dios y entonces es un ejemplo de obediencia, tiene la finalidad de tapar la boca de todos esos charlatanes, rebeldes y engañadores que enseñan que Dios quiere que seamos ricos materialmente, y quien es materialmente rico tiene mucha fe en Dios y es una persona bendecida, ya que hace la voluntad de Dios, mientras que quien es pobre tiene poca fe en Dios y no es una persona bendecida por Dios porque no hace la voluntad de Dios.

Vamos a empezar diciendo que Cristo, el Hijo de Dios, cuando nació fue puesto en un pesebre, como está escrito que María «dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón» (Lucas 2:7). El pesebre es un lugar humilde, y precisamente en un pesebre el Rey de los Judíos fue puesto cuando nació; Dios habría podido hecer que se hubiese habido lugar en el mesón para José y Maria, pero no lo permitió, no obstante el niño que María dio a luz era el Hijo del Altísimo. Después José con María y el niño se mudaron a una casa, ya que fue en una casa que los unos magos de Oriente encontraron al niño, y lo adoraron, como está escrito: «Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mateo 2:11); también en este caso hay que decir que la Escritura no habla de un palacio, sino que simplemente dice: «En la casa». En cuanto a los regalos que los magos ofrecieron a Jesús hay que decir que no fueron guardados por Jesús como su tesoro personal en la tierra, porque Él mismo dijo: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan» (Mateo 6:19), y lo digo porque hay gente perversa que hace insinuaciones sobre el fin que estos regalos han hecho más tarde. Nosotros sus insinuaciones las destruimos porque sabemos que Jesús nació sin pecado y vivió de manera irreprochable durante todos los días de su carne (incluso durante los años de su infancia y adolescencia).

Jesús, el Hijo de Dios, nació según la carne, no sólo en un lugar humilde, sino también por gente humilde, de hecho, su Padre le había hecho nacer según la carne en una familia pobre y no en una rica familia de la casa de David de aquel tiempo (y Dios lo habría podido hacer, pero no lo hizo porque no estaba de acuerdo con su voluntad). De acuerdo con la ley de Moisés, la mujer, después de haber dado a luz un hijo (cuando los días de su purificación se llevaban a cabo) tenía que ofrecer un holocausto y sacrificio por el pecado, como está escrito: «Cuando los días de su purificación fueren cumplidos, por hijo o por hija, traerá un cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del tabernáculo de reunión, al sacerdote; y él los ofrecerá delante de Jehová, y hará expiación por ella, y será limpia del flujo de su sangre… Y si no tiene lo suficiente para un cordero, tomará entonces dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación; y el sacerdote hará expiación por ella, y será limpia» (Levítico 12:6-8). Lucas, a este respecto, dice: «Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos» (Lucas 2:22-24); por estas palabras se puede deducir claramente que José y María eran pobres.

Jesús mismo vivió pobre en este mundo, porque está escrito: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Corintios 8:9); y de hecho ni siquiera tenía un lugar para recostar su cabeza, como Él dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza» (Lucas 9:58). Pero ¿de qué tipo de casas de lujo era propietario Jesús en la tierra? El Rey de los Judíos, cuando vivió en la tierra, no vivió en un palacio real, no llevaba vestiduras preciosas y tampoco vivió en los deleites como hacen los reyes de la tierra; Él dijo que «los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están» (Lucas 7:25), pero él no era uno de ellos; sin embargo, Él era el rey de Israel. Podía permitirse el lujo de vivir como un rey, pero lo renunció; prefirió despojarse a sí mismo y tomar la forma de un siervo para servir.

El rey de Israel, en los días de su carne, no se vistió de púrpura y ni siquiera se puso una corona de oro sobre su cabeza; su ropa modesta consistía en vestidos y en una túnica «la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo» (Juan 19:23). Fueron los que lo vistieron de púrpura que se burlaron de Él, como está escrito: «Entonces los soldados le llevaron dentro del atrio, esto es, al pretorio, y convocaron a toda la compañía. Y le vistieron de púrpura.. » (Marcos 15:16,17); fueron siempre los soldados que le pusieron una corona en la cabeza…pero de espinas, como está escrito: «Y poniéndole una corona tejida de espinas..» (Marcos 15:17).

Él era el Rey de los Judíos, pero después de que Él había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces, cuando supo que iban a venir para adoperarse de Él y hacerlo rey «volvió a retirarse al monte él solo» (Juan 6:15). Él no buscó la gloria de los hombres, sino la del Padre que le envió. Si Él hubiera buscado la gloria de los hombres, cuando supo que la gente iba a venir para adoperarse de Él y hacerlo rey no se habría retirado al monte solo.

Cuando Jesús entró en Jerusalén no llegó montado sobre un caballo blanco o llevado por sus discípulos en una camilla real como lo hicieron los reyes de la antigüedad, pero montado sobre un pollino de asna, como está escrito: «Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna» (Juan 12:14,15; Zacarías 9:9). Jesús era humilde de corazón, pero esto no se limitó al decirlo con la boca, sino que también lo demostró a través de los hechos; Él nunca puso la mira en las cosas altivas, sino en las humildes. Lo repito: Vivió pobre; sí hermanos, así es, de hecho Él tampoco tenía el estatero con qué se pagaba el impuesto anual que cada israelita, de veinte años de edad, tenía que pagar por el mantenimiento del culto, de hecho dijo a Pedro: «Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti» (Mateo 17:27).

Jesús era pobre, pero habría podido convertirse en un hombre muy rico si hubiese empezado a pedir compensaciones por sus enseñanzas y por sus sanaciones, pero Él no tomó la piedad como fuente de ganancia, como en cambio lo hacen hoy en día muchos predicadores corruptos y descarriados; Jesucristo ejerció «la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6), dejándonos un ejemplo a seguir.

Ahora, los predicadores de la prosperidad económica se atreven a decir que los que son pobres en la tierra no tienen una gran fe en Dios, sino muy poca. Pero, ¿qué diremos? ¿Que Jesucristo, siendo pobre no tenía una gran fe en Dios? ¿O tal vez que Jesús era un hombre de poca fe, porque no era propietario de nada en la tierra? En ninguna manera. Jesucristo tuvo una gran fe en Dios y lo demostró haciendo muchas señales y prodigios y milagros en el nombre de su Padre, tanto no pidiendo ofrendas para sí, como dando su vida por nosotros. El Justo tuvo realmente fe en Dios, mientras que estos charlatanes y rebeldes muestran su incredulidad porque piden dinero como mendigos; algunos de ellos también lloran al pedirlo, otros maldicen a aquellos que no les dan nada o les dan poco; estos son comerciantes que venden sus predicaciones; cada uno de ellos establece su propia tarifa (que aumenta a medida que se hace más famoso). Pero ¿dónde está toda esta gran fe que dicen que tienen en Dios, estos que viven en delicias en los placeres de la vida, en medio del lujo desenfrenado? Ellos dicen que tienen fe en Dios, y en realidad tienen fe, y mucha, en sus caminos tortuosos y en sus riquezas que han acumulado oprimiendo a los creyentes con los pasajes de las Escrituras que se relacionan con el dar. Han robado las ovejas del Señor, rasgandoles el dinero de las manos con los más variados pretextos; han acumulado riquezas en grandes cantidades por el fraude y luego se atreven a decir: ‘¿Ya ven cómo Dios me ha bendecido? ¿Ustedes lo ven? El Señor honra a los que le honran’, y otras palabras bonitas, pero falsas. Y los ingenuos les creen, pero nadie o casi nadie sabe cuántos de sus oyentes, estos predicadores, han robado y despojado de sus bienes.

Estos predicadores hablan de sus bienes como si Dios se les hubiese dados por su conducta recta y justa; dicen que son como Abraham, pero no lo son, porque son como Balaam; Abraham sí, fue llamado amigo de Dios, pero estos no son amigos de Dios sino enemigos de Dios porque son amigos del mundo (como está escrito: «Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» [Santiago 4:4]).

Quien tiene oídos para oír, oiga

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

El creyente no debe seguir su propia denominación cuando está en contra de la Palabra de Dios


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«El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y EL QUE NO  toma su cruz y SIGUE EN POS DE MÍ, no es digno de mí» (Mateo 10:37,38)
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Muchos dicen que siguen a Cristo, pero cuando se les pone delante de los ojos las PALABRAS DE CRISTO, entonces van a preguntarle a su pastor lo que piensa, y luego siguen las palabras de su pastor denominacional, y dejan de seguir a Cristo.

No se sigue a Cristo sólo de palabra, sino de hecho y en verdad.

Por el hermano en Cristo: Giuseppe Piredda

Traducido por Enrico Maria Palumbo