Cuando Dios no da oídos para oír


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¡Cuántas personas han oído la palabra de Cristo durante años, pero nunca han creído en Cristo Jesús, y murieron en sus pecados para ir al infierno! Algunos dirán: ‘Pero ¿no está escrito que «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17)? ¿Cómo es posible, entonces, que no hayan creído?’ Les respondo: es cierto que la fe viene por el oír la Palabra de Cristo, sin embargo, para que las personas que oyen la palabra de Cristo crean, es esencial que Dios les dé oídos para oír, porque, de lo contrario, pueden escuchar lo que quieren de la Palabra de Cristo – y hasta ver también milagros y sanidades en el nombre de Jesús – ellos no van a creer. En otras palabras, para que los que oyen la palabra de Cristo crean en Cristo es necesario que Dios les dé oídos para oír; sólo entonces oyendo, creerán. De lo contrario, si Dios no les da oídos para oír, no podrán creer. De hecho ¿qué dice el apóstol Pablo acerca de los Judíos que no creen en Jesús? » … fueron endurecidos; como está escrito: Dios les dio espíritu de sopor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy» (Romanos 11:7-8 ‘RVR1977’). El apóstol Pablo cita las siguientes palabras de Isaías: «Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sopor» (Isaías 29:10 ‘RVR1977’), y estas palabras que Moisés dijo a Israel: «Hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír» (Deuteronomio 29:4). Así que los Judíos oyen la palabra de Cristo, pero no creen, porque Dios no les dio oídos para oír habiéndoles endurecido el corazón.

¿Y no es la misma razón por la cual los Judíos que oyeron personalmente a Jesucristo y lo vieron hacer milagros no creyeron en Él? Escuchen lo que dice, de hecho, el apóstol Juan: «Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane» (Juan 12:39-40). ¡Por lo tanto ellos no creyeron porque Dios había endurecido sus corazones! Un pecador, entonces, puede escuchar la Palabra de Cristo en innumerables ocasiones, pero si Dios endurece su corazón, él no podrá creer en Cristo. Nunca vendrá a él la fe en el Hijo de Dios.

Esto confirma que el creer en Jesucristo es algo que viene de Dios, porque los oídos para oír los da Dios y Él los da a quien Él quiere.

Por lo tanto, demos gracias a Dios por habérnos dado oídos para oír, y luego habérnos dado de creer en Su Hijo para tener vida.

A Él sea la gloria ahora y para siempre. Amén

Por el maestro de la Palabra de Dios: Gacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

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En la foto judíos ultra-ortodoxos – Judíos, por lo tanto, que se niegan a creer que Jesús es el Mesías – reunidos durante un día de fiesta judío, cerca de Tel Aviv en febrero de 2012

El misterio de Dios que ha sido manifestado a los santos


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Jesucristo: piedra angular escogida y preciosa para los creyentes, pero piedra de tropiezo para los incrédulos

Dios, por medio del profeta Isaías había dicho: «He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado» (1 Pedro 2:6; Isaías 28:16). Jesucristo es «la principal piedra del ángulo… en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor» (Efesios 2:20,21) y este edificio espiritual que fue construido sobre Jesucristo (piedra escogida y preciosa para todos los que han creído en él) es la Iglesia de Dios, «columna y baluarte de la verdad» (1 Timoteo 3:15).

Dios había predicho que todo aquel que en él cree (en el sólido fundamento de Dios) no será avergonzado, y también predijo que la piedra escogida (su Ungido) habría sido rechazada por los edificadores y que se habría convertido para los incrédulos en una piedra de tropiezo, de hecho, Dios dijo: «La piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo; y: piedra de tropiezo, y roca que hace caer» (1 Pedro 2:7,8). También el profeta Isaías dijo a este respecto que el Ungido de Dios habría sido una piedra de tropiezo para Israel, y que muchos en Israel habrían tropezado sobre ella, y lo dijo en estos términos: «Entonces él será por santuario; pero a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén. Y muchos tropezarán entre ellos, y caerán, y serán quebrantados; y se enredarán y serán apresados» (Isaías 8:14,15). Aquel hombre llamado Simeón, que era temeroso de Dios y esperaba la consolación de Israel, cuando tomó al niño Jesús en sus brazos, le dijo a María la madre de Jesús: «He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel… » (Lucas 2:34), y de hecho esto es lo que pasó, porque muchos en Israel desobedeciendo al Evangelio han tropezado en la Palabra. El apóstol Pedro dice de ellos: «a lo cual fueron también destinados» (1 Pedro 2:8), ya que su caída es parte del plan que Dios había formado en sí mismo antes de la fundación del mundo, y que Él, en la plenitud del tiempo, envió a efecto en el Señor Jesucristo, para que la salvación llegase a nosotros los Gentiles de nacimiento.

Por la caída de Israel la salvación ha llegado a nosotros los Gentiles

El apóstol Pablo dijo: «por su transgresión vino la salvación a los gentiles» (Romanos 11:11), Por lo tanto, se debe al hecho de que Jesucristo fue rechazado por Israel que la salvación de Dios que es en Cristo Jesús ha llegado a todos los pueblos y todas las naciones, y todo esto para que las Escrituras profeticas se cumpliesen, de hecho, Dios había dicho que habría hecho de su Ungido la luz de los pueblos, y el instrumento de su salvación hasta los confines de la tierra.

Los profetas antiguos predijeron por el Espíritu que la salvación de Dios y la justicia de Dios se habrían revelado y extendido para todas las naciones; ahora veamos de qué manera lo dijeron y cómo lo que dijeron se cumplió.

Dios, por medio de Isaías, dijo acerca de su Santo Siervo: «él traerá justicia a las naciones» (Isaías 42:1) Y esto se cumplió porque Cristo predicó a los hombres la justicia de Dios por la fe; Él dijo: «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación…» (Juan 5:24), (no vendrá a condenación porque está envuelto en el manto de la justicia de Dios) y estas palabras están dirigidas a todos, tanto a los Judíos como a los Gentiles.

Que también nosotros, los Gentiles por nacimiento, habríamos sido justificados por la fe, fue dicho por Dios a Abraham de esta manera: «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra» (Génesis 22:18), y de hecho hemos sido justificados en Cristo Jesús (que es la simiente de Abraham), el cual nos ha sido hecho por Dios justicia, de acuerdo a lo que se dijo de él por Jeremías: «Este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra» (Jeremías 23:6). Pablo dijo a los Judíos en Antioquía de Pisidia: «Todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree» (Hechos 13:39), estas palabras son verdaderas porque «el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree» (Romanos 10:4), de hecho, todo aquel que cree en Jesucristo recibe la remisión de sus pecados y la justificación, precisamente porque él nos ha sido hecho por Dios ‘justicia’. Dios había dicho: «Mi justicia [está cercana] para manifestarse» (Isaías 56:1), Y ha cumplido su palabra, porque Él, en la plenitud del tiempo la ha demostrado y se ha cumplido, de esta manera, la Escritura que dice: «A vista de las naciones ha descubierto su justicia» (Salmos 98:2).

También con respecto a su salvación Dios había prometido dar a conocerla y extenderla para todos los hombres; Él dijo: «Cercana está mi salvación para venir» (Isaías 56:1) Y también: «Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra…. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve» (Isaías 45:22; 43:11). Sabemos que Dios ha dado a conocer su salvación, porque Cristo nos ha sido hecho por Dios «redención» y que esta salvación es ofrecida a todos los hombres, Judíos y Gentiles, porque está escrito: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:13; Joel 2:32). Jesucristo es el Señor, que todavía dice: «Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más». Nosotros, los Gentiles, hemos sido salvados con una salvación eterna, aquella salvación de las que hablaron los profetas en la antigüedad y que en la plenitud de los tiempos se anunció primero por Jesucristo, quien dijo: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo..» (Juan 10:9), y luego por los apóstoles, que predicaron esta tan grande salvación, tanto a los Judíos como a los Gentiles.

Dios dijo acerca de su Siervo: «Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones..» (Isaías 49:6). y esto ha sucedido porque Él ha dado Jesús por luz del mundo.

Dios había dicho que habría puesto su derecho como luz de las naciones, y que esta luz se habría levantado sobre los que caminaban en las tinieblas iluminandolos, y esto se cumplió porque nosotros los Gentiles en Cristo hemos sido inundados de luz por Cristo, y ahora podemos decir al Señor: ‘Por tu luz vemos la luz’. Nosotros que una vez andábamos en las tinieblas sin saber a dónde íbamos, ahora, por la gracia de Dios, después de haber sido iluminados por Cristo, andamos en la luz y sabemos hacia dónde vamos.

Dios dijo a través de Isaías: «He aquí, yo tenderé mi mano a las naciones, y a los pueblos levantaré mi bandera» (Isaías 49:22) y también dijo que esa bandera que él habría levantado para nosotros los Gentiles habría sido la raíz de Isaí, de hecho, dijo: «Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes» (Isaías 11:10). Ahora, ¿pero quién es esta raíz de Isaí? Es Jesucristo, como está escrito: «Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca» (Isaías 53:2) y otra vez: «Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces…» (Isaías 11:1), entonces Jesús es nuestra bandera, la bandera de todos los que hemos creído en él, como está escrito: «El Señor es mi estendarte ‘NVI’» (Éxodo 17:15) y nosotros, como buenos soldados de Jesucristo, debemos mantener en alto la Palabra de vida en medio de esta generación maligna y perversa, porque está escrito: «Has dado a los que te temen bandera que alcen por causa de la verdad» (Salmos 60:4).

Dios dijo acerca de su Ungido, «He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos» (Isaías 55:4); Jesús es el testigo fiel dado a las naciones porque testificó de lo que había visto y oído de su Padre, y este fiel testimonio es conocido a la gente. Juan el Bautista dijo de Cristo: «Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz..» (Juan 3:32,33). Hermanos, recuerden que Jesús dijo: «Yo hablo lo que he visto cerca del Padre» (Juan 8:38) y: «Lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» (Juan 12:50) y otra vez: «mi testimonio es verdadero» (Juan 8:14). Tenemos plena confianza en lo que Cristo ha dicho, porque sus palabras son las palabras de Dios que él ha reportado fielmente a los hombres sin añadir nada ni quitar nada; y nosotros los Gentiles que hemos recibido su testimonio hemos confirmado la veracidad de Dios.

También Dios dijo a través de Isaías: «He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones» (Isaías 55:4): y esto se cumplió porque Dios ha hecho a Jesús, jefe de todos nosotros los Gentiles; El es el que ha nacido para gobernarnos, nuestro gobernador.

La Escritura dice: «He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado» (Isaías 55:5), y también esta escritura se ha cumplido, porque nosotros somos aquellas gentes que Cristo ha llamado a su gloria eterna; somos aquellas gentes que se han ido al Salvador que antes no conocían, y todo esto se pudo verificar porque Dios ha glorificado a su Santo Siervo Jesús.

Dios dijo acerca de su Ungido, «Aún juntaré [los dispersos] sobre él a sus congregados» (Isaías 56:8) y también esta palabra se ha cumplido, de hecho nosotros los Gentiles somos aquellos que Dios prometió juntar sobre su Siervo. Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a juntar sobre él, así como a las ovejas perdidas de la casa de Israel, también las ovejas perdidas de otras naciones; esto lo confirmó él mismo cuando dijo: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor» (Juan 10:16). En torno a él, así como el resto de Israel, Jesús ha recogido muchas otras ovejas que no son de ese redil (es decir, que no pertenecen a Israel según la carne) y estas ovejas somos nosotros los Gentiles que están en el camino de la salvación. Pero ahora en Cristo Jesús hay un solo rebaño, un solo pueblo y no más dos, porque «de ambos pueblos hizo uno» (Efesios 2:14).

Dios dijo a través de Isaías: «Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí» (Romanos 10:20; Isaías 65:1) y esto es lo que sucedió, de hecho, el Señor ha sido claramente hallado y conocido por nosotros los Gentiles, sí, precisamente por nosotros que no le buscábamos y que no preguntábamos por él: Pablo, apóstol de los gentiles, les dijo a los santos en Roma: «Los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe» (Romanos 9:30), y sus palabras confirman plenamente lo que el Señor había dicho por medio de Isaías siglos antes.

Dios dijo a través de Isaías: «La descendencia de ellos será conocida entre las naciones, y sus renuevos en medio de los pueblos; todos los que los vieren, reconocerán que son linaje bendito de Jehová» (Isaías 61:9). Nosotros, los Gentiles en Cristo Jesús, somos ese linaje que es conocido entre las naciones, y todos los que nos ven reconocen que somos un linaje bendecido por Dios. Esta descendencia bendecida por el Señor que se esparce sobre la faz de la tierra, fue creada por Dios; es él quien la trajo a la existencia en este mundo de tinieblas; aquellos a quienes Dios ha engendrado están llamados y todavía se llaman Cristianos, y estamos felices y nos sentimos honrados de llevar este nombre. Cuando sufrimos como Cristianos no tenemos vergüenza en absoluto para llevar este nombre, al contrario, y glorificamos a Dios llevando este nombre, y nos regocijamos en los sufrimientos que padecemos a causa del nombre de Cristo que es invocado sobre nosotros.

Dios dijo al Hijo: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Salmos 2:8) y esto se cumplió; nosotros, los hijos de Dios de entre los Gentiles somos ‘las naciones’ que Dios ha dado como herencia a su Hijo, porque Jesús dice acerca de nosostros los Gentiles que hemos creído en él, «He aquí, yo y los hijos que Dios me dio» (Hebreos 2:13; Isaías 8:18) y ustedes saben que la Escritura atestigua que «herencia de Jehová son los hijos» (Salmos 127:3). Nosotros los creyentes de entre los Gentiles hemos sido dados como herencia y posesión al Hijo de Dios y se ha cumplido la palabra escrita en los salmos, acerca del Hijo, que dice: «Es hermosa la heredad que me ha tocado» (Salmos 16:6).

Dios dijo a través del profeta Oseas: «Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente» (Romanos 9:25,26; Oseas 2:23), esta palabra se ha cumplido; somos nosotros los que no eran su pueblo, pero ahora somos llamados por Dios ‘su pueblo’, somos nosotros los que no habían alcanzado misericordia, pero ahora han alcanzado misericordia, y precisamente a nosotros que se nos decía que no éramos el pueblo de Dios, ahora se nos dice: ‘Ustedes son los hijos del Dios vivo’ y lo somos desde el día en que hemos creído, como está escrito: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios… » (Juan 1:12) y: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3:1) y otra vez: «Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gálatas 3:26).

Dios dijo por medio del profeta Amós: «Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos» (Amós 9:11,12, Hechos 15:16-18) y estas palabras se cumplieron, porque nosotros los Gentiles, en Cristo Jesús nos hemos convertido en parte del edificio que tiene que ser una morada de Dios en el Espíritu. Nosotros los Gentiles en Cristo somos aquellas naciones sobre las que es invocado el nombre de Dios; Jesucristo es nuestro gran Dios y es su nombre que fue invocado sobre nosotros.

Dios dijo a través del profeta Miqueas: «Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas» (Miqueas 4:1,2); nosotros somos las naciones que han venido al monte sobre el que está la casa de Dios, y sobre él nos hemos subido; el profeta Joel dijo: «En el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado» (Joel 2:32) y de hecho en el monte de Sion, en medio de los dispersos que Dios ha llamado, hay la salvación de Dios, Jesucristo, y nos hemos acercado al monte Sión y a Jesús, como está escrito en la Epístola a los Hebreos: «Os habéis acercado al monte de Sion… y a Jesús el Mediador del nuevo pacto… » (Hebreos 12:22,24). Amados, en el monte de Sion hay salvación, hay descanso, hay paz y gozo en abundancia, y nosotros que antes, como ovejas descarriadas, vagábamos por las montañas de la infidelidad, ahora, por la gracia de Dios, hemos venido al monte del Señor.

El Evangelio de la gracia debía ser predicado primero a los Judíos y luego a los Gentiles

Cuando el Señor Jesús envió a sus doce discípulos a predicar el Reino de Dios, les dijo: «Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 10:5,6), y esto lo dijo porque todavía no había llegado el tiempo en que el Evangelio debía ser predicado abiertamente a los Gentiles; en primer lugar, el Evangelio debía ser predicado a los Judíos; la primeras ovejas que debían ser reunidas alrededor de Cristo, tenían que ser aquellas perdidas de la casa de Israel, y más tarde Dios habría reunido en torno a él otras ovejas que no pertenecían a la nación de Israel, es decir, nosotros que somos Gentiles de nacimiento. Hay que decir, sin embargo, que ya durante la vida terrenal de Jesús, hubieron algunos que, aunque no eran parte de la nación judía, expresaron su fe en el Señor Jesús; entre éstos les recuerdo el centurión romano que pidió a Jesús que sanara a su siervo paralítico, diciendole: ‘solamente di la palabra, y mi criado sanará’, y acerca de la fe de este hombre Jesús dijo a los que le seguían: ‘De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe’; también hubieron muchos samaritanos que creyeron en él, y digo esto para mostrar cómo el Señor no hacía acepción de personas en los días de su carne, porque él mismo había dicho: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37). Después que Jesús resucitó de entre los muertos, antes de ser llevado al cielo, dijo a sus discípulos: «Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lucas 24:46,47) y: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15) y de nuevo: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mateo 28:19,20); como pueden ver Jesús les mandó a predicar el Evangelio a todas las naciones, y no sólo a la nación de Israel, pero los apóstoles, aunque habían recibido estas órdenes, inicialmente mostraron una cierta resistencia para ir a predicar a los Gentiles, y esto porque como Judíos, no querían tener relaciones con los extranjeros; el Señor vio esta resisitencia y obró con el fin de convencerlos de que él no hacía acepción de personas, sino que era el Salvador de todos los hombres, rico en misericordia para con todos los que le invocan en verdad. Cornelio era un centurión romano, «piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre» (Hechos 10:2); este hombre, un día, mientras oraba, fue advertido por un ángel de Dios para que llamase a Simón Pedro, que albergaba en Jope, el cual le habría hablado de las cosas por las que él y su familia habrían sido salvados. Cornelio hizo como el ángel del Señor le había mandado. Pedro, el día siguiente, desconocedor de lo que iba a suceder pronto «subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta. Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo. Y mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había visto, he aquí los hombres que habían sido enviados por Cornelio, los cuales, preguntando por la casa de Simón, llegaron a la puerta. Y llamando, preguntaron si moraba allí un Simón que tenía por sobrenombre Pedro. Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado» (Hechos 10:9-20). Al día siguiente Pedro se fue con algunos de los hermanos en Cesarea en la casa de Cornelio que lo estaba esperando con sus familiares y amigos cercanos para escuchar lo que Simón Pedro les tenía que decir. Cuando Pedro llegó y vio todos los Gentiles que estaban esperando oírle hablar, él les dijo: «Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo» (Hechos 10:28). Pedro les anunció el Evangelio y mientras hablaba el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían la Palabra, y poco después fueron bautizados en agua en el nombre del Señor Jesús. Dios mostró a Pedro que él no debía hacer acepción de personas porque Él quería sacar también de entre los Gentiles un pueblo para su nombre, y no sólo de entre los Judíos de nacimiento. Posteriormente, está escrito que «oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos» (Hechos 11:1-3). Entonces Pedro comenzó a decirles cómo habían ido las cosas y los de la circuncisión, después de haber escuchado «callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: !!De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!» (Hechos 11:18). Sí, Dios ha dado el arrepentimiento también a nosotros los Gentiles, de hecho, el Evangelio de nuestra salvación ha llegado hasta nosotros; así que, Dios después de haber glorificado a su Hijo Jesús, abrió la puerta de la fe a los Gentiles y esta puerta ha permanecido abierta hasta ahora, nadie ha sido capaz de cerrarla y nadie la podrá cerrar porque es necesario que se cumpla la palabra que Jesús dijo: «Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones…» (Mateo 24:14).

Nosotros los Gentiles en Cristo hemos llegado a ser participantes de la raíz y de la rica savia del olivo; no jactémonos contra las ramas naturales que fueron desgajadas

La Escritura enseña que Dios ha demostrado su gran misericordia hacia nosotros los Gentiles desde los tiempos de los apóstoles, y que Dios escogió a Saulo de Tarso para llevar el Evangelio a los Gentiles; amados, esta salvación tan grande fue enviada a nosotros por Dios que nos ha abierto la mente para oír la Palabra de su gracia, y se ha cumplido la Palabra que dice: «Los que nunca han oído de él, entenderán» (Romanos 15:21; Isaías 52:15). Por supuesto, ahora no somos más extranjeros porque somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios por la gracia de Dios y Pablo nos ha dejado escrito en su epístola: «Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Efesios 2:11,12). Hermanos, ustedes que son gentiles de nacimiento como lo soy yo, no se olviden que de los israelitas «son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas» (Romanos 9:4) y que «les ha sido confiada la palabra de Dios» (Romanos 3:2); nosotros que somos Gentiles éramos extraños a todo esto porque no éramos parte de este pueblo según la carne. Estábamos lejos de Dios «pero ahora (dice Pablo) en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efesios 2:13-22). Hermanos, Cristo Jesús, muriendo en la cruz, de ambos pueblos hizo uno, y esto porque hizo morir en la cruz la enemistad que había entre los Judíos y nosotros los Gentiles, Él derribó la pared que nos separaba de los Judíos, una pared hecha de una ley de mandamientos, aboliendo esa ley en su carne y además de reconciliarnos con los Judíos también nos ha reconciliado a ellos con Dios por su muerte. Si hoy somos miembros de la familia de Dios, y si somos juntamente edificados para morada de Dios (es decir la Iglesia), lo debemos a Cristo, el Hijo de Dios que ha permitido nuestra entrada en el Reino de Dios, nuestra reconciliación con los Judíos y nuestro acercamiento a Dios, Pablo escribió a los Gálatas: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:27,28). Hermanos, somos de Cristo, pertenecemos a Él y con los Judíos que han creído en Él formamos un un solo pueblo y un solo rebaño, y nos sometemos a un sólo Jefe y Pastor que es Jesucristo. Esto que les he explicado anteriormente es «el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:9,10), y nosotros, los creyentes entre los Gentiles, agradecemos a Dios porque Él quiso que supiéramos cuál es la riqueza de la gloria de este misterio. Pablo dice que «en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Efesios 3:5), de hecho, se ha mantenido oculto desde los tiempos más remotos para que se conociese en la plenitud de los tiempos. Dios nos dio a conocer este misterio (y es que nosotros los Gentiles somos coherederos con los Judios que han creído que Jesús es el Cristo y miembros con ellos del mismo cuerpo y partícipes con ellos de la promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio) «para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales…» (Efesios 3:10); además, este misterio «por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe..» (Romanos 16:26).

Hermanos en el Señor, nosotros reconocemos que Dios ha tenido misericordia para con nosotros en Cristo Jesús y es a causa de la misericordia de Dios que debemos glorificar a Dios, como está escrito: «Los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia» (Romanos 15:9) y en otra parte: «Alabad al Señor todos los gentiles» (Romanos 15:11; Salmos 117:1), entonces regocijémonos en el Señor, aclamémosle con cánticos porque Él nos salvó, pero no jactémonos contra los Judíos que no han creído en Cristo. Pablo, hablando de nuestro injerto, dijo: «Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme» (Romanos 11:16-20). Hermanos, nos hemos sido desgajados del olivo por su naturaleza silvestre y hemos sido injertados en el buen olivo por medio de nuestra fe. Sabemos que muchas de las ramas naturales de este buen olivo fueron desgajadas por su incredulidad y que se nos ha injertado en lugar de ellas, y por eso nuestro injerto en su propio olivo, ahora disfrutamos de las bendiciones de Cristo y sus consuelos habiendo sido partícipes de los bienes espirituales de los Judíos, pero no debemos ensoberbecer contra los Judíos desobedientes, a sabiendas de que la raíz del olivo en la que hemos sido injertados es Israelita según la carne, y además de esto es la raíz que nos lleva y no a la inversa. Pablo dijo de los Judíos desobedientes: «Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Romanos 11:28,29), esto significa que aunque muchos Judíos no han obedecido el Evangelio y no son agradable a Dios a causa de su incredulidad y dureza de corazón, Dios no ha rechazado a Israel, de hecho, Pablo dijo: «No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció» (Romanos 11:2). Hermanos, guárdense de decir que Israel es un pueblo rechazado por Dios, porque Dios ha dicho: «Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron» (Jeremías 31:37) y otra vez: «Si no permanece mi pacto con el día y la noche, si yo no he puesto las leyes del cielo y la tierra, también desecharé la descendencia de Jacob, y de David mi siervo..» (Jeremías 33:25,26). Por supuesto, si por un lado vemos la bondad de Dios para con los que han creído, es decir nosotros, por otro lado también vemos la severidad de Dios para con los que cayeron, es decir, hacia los Judíos que han tropezado en la la piedra de tropiezo, pero Pablo dice acerca de estos últimos: «Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar» (Romanos 11:23), lo que significa es que las ramas naturales desgajadas del buen olivo serán injertadas de nuevo en su propio olivo si no continúan en la dureza de su corazón, pero tengan en cuenta que también es cierto que si nosotros los creyentes no perseveramos en la fe y en el buen obrar hasta el final, seremos desgajados del buen olivo, por lo tanto, temamos a Dios. el Apóstol Pablo dijo: «Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos» (Romanos 11:25-27, 30-32), entonces Dios ha prometido salvar a todos los Judíos y tener misericordia de ellos cuando habrá entrado la plenitud de los Gentiles, y entonces ocurrirá que el velo que todavía está en su corazón cuando hacen la lectura del Antiguo Pacto se eliminará, ya que es en Cristo que es abolido; sabiendo todo esto a partir de ahora, no seamos presuntuosos porque Dios es fiel y a su tiempo enviará a efecto su buena palabra hacia el pueblo que antes conoció.

Los Judíos desobedientes; predestinados a tropezar por la salvación de los Gentiles

Cuando se habla del endurecimiento en parte que se produce en Israel, surge la pregunta: «Pero, ¿quién ha endurecido los Judíos desobedientes? ¿Por qué se han enduricido? Ahora, el hecho de que muchos Judíos se hayan quedado desobedientes al Evangelio de Cristo no significa en absoluto que la Palabra de Dios haya fallado, y esto Pablo lo explica de esta manera: «No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo» (Romanos 9:6-9). Consideren esto: Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava que es Agar, el otro de la libre, es decir, Sara. Ambos fueron generados por Abraham, pero sólo uno era el hijo que Dios había prometido a Abraham, es decir, Isaac. Dios le prometió a Abraham que le habría dado la tierra prometida a su descendencia, es decir, a Isaac, y no a Ismael, hijo de la esclava; Dios también le prometió a Abraham que Él habría confirmado su pacto con Isaac, como está escrito: «Llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él» (Génesis 17:19), y de hecho el pacto Dios lo estableció con los descendientes de Isaac (los Israelitas) y no con los descendientes de Ismael (las tribus árabes). Ahora, el hijo de la esclava nació según la carne y, en cambio, el de la libre por la promesa o como Pablo dijo: ‘por el Espíritu’, y esto significa que Ismael, a pesar de descender de Abraham, no era la semilla que Dios había prometido a Abraham. Entre los Judíos por nacimiento, no todos son hijos de Abraham (aunque todos son descendientes de Abraham), porque entre ellos hay los nacidos según la carne a la manera de Ismael, que son esclavos del pecado, ya que han tropezado en la piedra de tropiezo y no han nacido de Dios. Los hijos de Abraham entre los Judíos son los que, habiendo creído que Jesús es el Cristo, han sido liberados de sus pecados a través de su fe en Jesús; ellos son bendecidos con el creyente Abraham y herederos del reino de Dios, precisamente porque son los hijos de la libre como Isaac. Deben saber que los hijos de la esclava, es decir, los Judíos incrédulos no son herederos del Reino porque no han nacido de Dios; La Escritura dice: «Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre» (Gálatas 4:30; Génesis 21:10), de hecho está escrito que Abraham se alejó del esclava Agar y su hijo, y que «Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac» (Génesis 25:5), el hijo de la libre, y no a Ismael, el hijo de la esclava; así entre los Judíos de nacimiento, los que han nacido según la carne pero no por el Espíritu porque desobedecen el Evangelio, no heredarán la vida eterna juntamente con los Judíos que obedecen al Evangelio de la gracia de Dios. Quiero que se den cuenta de que fue Dios que constituyó Isaac, el heredero de Abraham y que lo hizo de acuerdo con el puro afecto de su voluntad. Pablo continúa y dice: «Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí» (Romanos 9:10-13; Génesis 25:23; Malaquías 1:2,3). Rebeca, la esposa de Isaac, cuando ella quedó embarazada dio a luz dos gemelos, y «los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor» (Génesis 25:22,23). Entonces, ¿por qué Dios le dijo a Rebeca (​​antes de que nacieran los niños y antes de que hubieran hecho algo bueno o malo) el mayor servirá al menor? La razón es la siguiente: «para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama» (Romanos 9:11); Dios hizo esto para demostrar que Él actúa en todas las cosas como Él quiere.

Fuimos engendrados por Dios a través de Su Palabra, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, o por la voluntad del hombre, sino, como dijo Santiago, «de su voluntad» (Santiago 1:18). Hermanos, recuerden las palabras que Jesús dijo a sus discípulos: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Juan 15:16). Hermanos, aunque durante los siglos muchos han tratado de borrarlo, yo les digo que el propósito de Dios conforme a la elección ha permanecido firme y los intentos de los audaces no tuvieron éxito, porque las palabras que Dios habló a Rebeca muestran que Dios elige a la salvación los que Él quiere. No fue ni Jacob ni Esaú a decidir cuál de los dos habría sido el pueblo más fuerte; no fue ni lo uno ni lo otro a decidir con cuál de los dos Dios habría establecido su pacto, y miren que a decidir estas cosas no fueron ni Isaac su padre y ni su madre Rebeca. También hay que decir que Jacob no mereció por Dios (por sus obras justas) que Esaú su hermano mayor, le sirviese, porque cuando Dios dijo: ‘El mayor servirá al menor’, todavía estaba en el vientre materno y todavía no había hecho ni bien ni mal. Está escrito: «¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece» (Romanos 9:14-18; Éxodo 33:19; 9:16). Mientras Jesús estaba en la tierra (es decir, en los días de su carne) Dios endureció el corazón de muchos de los Judíos para que no creyesen en su Hijo, y este Juan lo dice de esta manera: «Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane» (Juan 12:37-40; Isaías 53:1; 6:10). Muchos Judíos estaban destinados para tropezar y no creer en la Palabra, de hecho, Isaías había dicho: «Entonces él será por santuario; pero a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén. Y muchos tropezarán entre ellos, y caerán, y serán quebrantados; y se enredarán y serán apresados» (Isaías 8:14,15), por eso Juan dijo de los Judíos desobedientes: ‘no podían creer’, porque tenían que cumplirse las palabras del profeta Isaías acerca de ellos, y no sólo de él sino también las de Moisés, «Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy» (Romanos 11:8; Éxodo 29:10; Deuteronomio 29:4), y también las de David, quien dijo: «Sea vuelto su convite en trampa y en red, en tropezadero y en retribución; sean oscurecidos sus ojos para que no vean, y agóbiales la espalda para siempre» (Romanos 11:9,10; Salmo 69:22,23). Sepan que Dios no tiene la culpa de haberlo hecho, o más bien sea Dios veraz y todo hombre mentiroso; si Dios dijo a Moisés: «Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca» (Éxodo 33:19; Romanos 9:15) ¿por qué tiene que ser reprobado? ¿No es Él El que hace todo lo que le gusta en el cielo en la tierra y en los mares y en todos los abismos? ¿No es Él el que dijo: «Haré todo lo que quiero… lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?» (Isaías 46:10; 43:13). Pero ¿Quién es lo que es tan osado como para decirle ‘qué estás haciendo’? ¿Tal vez Dios debe actuar como los hombres quieren para evitar ser criticado por ellos? Sepan que Dios permanece el ganador cuando se juzga por los hombres.

Dios, si por un lado ha endurecido el corazón de muchos Judíos, por otro lado ha tenido misericordia para un remanente de Israel escogido por gracia, como está escrito: «Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia…Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado…» (Romanos 11:5-7), pero esto también, es decir, que sólo un remanente de Israel se habría conviertido al Señor, había sido anunciado por los profetas. Isaías dijo: «El remanente volverá, el remanente de Jacob volverá al Dios fuerte. Porque si tu pueblo, oh Israel, fuere como las arenas del mar, el remanente de él volverá..» (Isaías 10:21,22; Romanos 9:27) y, «Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes» (Romanos 9:29; Isaías 1:9) y otra vez: «Y acontecerá que el que quedare en Sion, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo.. Porque de Jerusalén saldrá un remanente, y del monte de Sion los que se salven» (Isaías 4:3; 37:32). El profeta Miqueas dijo al respecto: «De cierto te juntaré todo, oh Jacob; recogeré ciertamente el resto de Israel; lo reuniré como ovejas de Bosra, como rebaño en medio de su aprisco» (Miqueas 2:12) Y otra vez: «El remanente de Jacob será en medio de muchos pueblos como el rocío de Jehová…» (Miqueas 5:7). Dios a través del profeta Sofonías dijo del remanente de Israel: «El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira..» (Sofonías 3:13) y esto está totalmente de acuerdo con lo que dice Juan en su epístola acerca de los nacidos de Dios: «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios» (1 Juan 3:9).

Jesús dijo a los Judíos: «Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre» (Juan 6:65), porque Él bien sabía que iban a creer en Él sólo aquellos a quienes Dios, su Padre, habría hecho gracia; Él sabía que iban a venir a Él sólo los que el Padre le habría dado, y el apóstol Pablo confirmó las palabras de Cristo diciendo: «De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece» (Romanos 9:18).

Hermanos, les recuerdo que fue precisamente después de la transgresión de los Judíos que el Evangelio ha llegado hasta nosotros los Gentiles, como está escrito: «Por su transgresión vino la salvación a los gentiles» (Romanos 11:11), ¿y saben por qué es eso? «Para provocarles a celos» (Romanos 11:11), dice Pablo, para que se cumpliesen las palabras que Dios había dicho por medio de Moisés a Israel: «Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo» (Romanos 10:19; Deuteronomio 32:21). Dios, antes de que el pueblo de Israel entrase en la tierra prometida, había dicho de Israel: «Ellos me movieron a celos con lo que no es Dios; me provocaron a ira con sus ídolos» (Deuteronomio 32:21), de hecho, Israel en el desierto movió Dios a celos llevando la tienda de Moloc y la estrella del dios Remphan, de las imágenes que se había hecho para adorarles, y Dios para tomar venganza y para retribuir los israelitas de lo que habían hecho contra Él, dijo: «Yo también los moveré a celos con un pueblo que no es pueblo, los provocaré a ira con una nación insensata. Porque fuego se ha encendido en mi ira…» (Deuteronomio 32:21,22), y esto ha sucedido y es todavía el caso, porque los Judíos desobedientes están movidos a celos por nosotros los Gentiles que hemos creído en el Evangelio que Dios había prometido en las Sagradas Escrituras por los oráculos revelados a los profetas judíos y también están indignados contra nosotros, y todo esto por causa del Evangelio. Esta es la razón por la cual Pablo dijo acerca de los Judíos: «Se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven» (1 Tesalonicenses 2:15,16); ¿Se han preguntado por qué los Judíos perseguían a su compatriota Pablo? Esto sucedía porque Pablo, hablando a los Gentiles de Jesús, (demostrando por las Escrituras que Él era el Cristo) les movía a celos, y les hacía indignar, y para confirmarlo les recuerdo lo que pasó en Antioquía de Pisidia, donde «viendo los judíos la muchedumbre, se llenaron de celos, y rebatían lo que Pablo decía, contradiciendo y blasfemando» (Hechos 13:45). Por lo tanto, mientras que los hijos de Israel movieron Dios a celos con lo que no era Dios, ahora Dios les mueve a celos con nosotros los Gentiles de nacimiento que somos a los ojos de ellos ‘un pueblo que no es un pueblo’, pero a los ojos de Dios, ‘su pueblo’; se ha cumplido lo que Dios había predicho, entonces también reconozcan ustedes que Dios lo hizo todo con un propósito y que también esto endurecimiento producido por Él en Israel era parte del diseño que Él había predestinado antes de los siglos para nuestra gloria. «Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles» (Romanos 9:19-24); Hermanos, les digo esto con franqueza: ‘No hay nada que replicar si Dios, para cumplir sus maravillosos dibujos, hizo y hace lo que está escrito claramente en las Escrituras. A Muchas personas estas palabras del apóstol no les gustan, ellos se enfaden y se indignan en su lectura y tratan de deshacerlas con una amplia variedad de vanos razonamientos humanos. A estas personas que altercan con Dios, yo digo: ¿Cuándo dejarán de censurar a Dios? ¿Cuándo dejarán de juzgar a los caminos de Dios al igual que los impíos? Dios es más grande del hombre y no hay hombre que se haya endurecido contra Él que haya prosperado y no haya sido reprendido por Él; la verdad es que todos los hombres que están sobre la tierra son como arcilla en sus manos, Él los hizo y Él, de toda la masa de los hombres, hace unos para usos honrosos, y otros para usos viles, Él tiene el poder de hacerlo, y lo hace porque es el Alfarero.

A Él sea la gloria por los siglos. Amén.

Otra vez acerca del endurecimiento parcial de Israel

Jesús fue rechazado por el pueblo de Israel, y de hecho fueron precisamente los Judíos, los descendientes de Abraham según la carne, que le condenaron a muerte y que le entregaron a Poncio Pilato para que fuese crucificado. La razón aducida fue que Él merecía la muerte porque se había hecho el Hijo de Dios. Eso no era más que el cumplimiento de las palabras pronunciadas por el Espíritu Santo a través de David: «¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo» (Hechos 4:25,26). Las gentes a las que el salmista se refiere son los Gentiles y el pueblo de Israel, y los reyes y príncipes son Herodes, quien en ese momento gobernaba Galilea, y Poncio Pilato gobernador de Judea, que se convirtieron en amigos en la ocasión. Así que Jesús, el Mesías prometido por Dios a través de sus santos profetas, fue rechazado por Israel. Pero no por todo Israel, de hecho, un remanente de israelitas aceptaron a Jesús como el Mesías de Dios. Ahora, con respecto a la posición actual de la gente de los Judíos en contra de Jesús hay que decir que a una distancia de más de mil novecientos años desde la llegada de Jesucristo no ha cambiado, porque aún hoy en día sólo un remanente de los Judíos que están en el mundo aceptan a Jesús como el Mesías; la gran mayoría de ellos, en cambio, rechazan a Jesús como el Mesías. Hay Judíos ortodoxos que se niegan hasta a pronunciar el nombre de Jesús de Nazaret, tan es su aversión a su nombre. Sin embargo, hay que mirar bien que el hecho de que la mayoría de los Judíos rechacen a Jesús, no significa que la palabra de Dios haya fallado; Pablo dice: «No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece» (Romanos 9:6-18). Este discurso de Pablo explica cómo la aceptación de Cristo por un pequeño número de Judíos, y el rechazo por la la mayoría de ellos son cosas que dependen de Dios, porque Él tiene misericordia de quien quiere y endurece a quien Él quiere. En otras palabras, la razón de esta situación que ha surgido en medio del pueblo de los Judíos se encuentra en el propósito de Dios conforme a la elección, no por obras, sino por la voluntad del que llama. Aquí, entonces, porque la mayoría de los Judíos rechazan a Cristo, y sólo un pequeño número lo acepta, porque Dios ha endurecido los primeros y ha hecho gracia de los últimos, aunque sean todos descendientes de Abraham e Isaac. Pero entonces, dice Pablo, al ser descendientes de Abraham no significa necesariamente ser hijos de Abraham. ¿Por qué? Porque Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre, pero Isaac era el hijo de la promesa, no Ismael. De hecho, Dios había establecido para concluir su pacto con Isaac, el hijo de la libre, y no con Ismael, el hijo de la esclava. Después de que nacieron Ismael e Isaac, Dios le dijo a Abraham: «En Isaac te será llamada descendencia» Ismael era ciertamente la simiente de Abraham, pero no fue nombrado heredero con Isaac; Dios lo bendijo, pero no concluyó su pacto con él. Isaac tuvo una cosa similar, de hecho, su esposa Rebeca dio a luz dos hijos gemelos generados por Isaac, pero Dios escogió a Jacob, el minor, antes de que naciesen; y rechazó Esaú, el mayor, porque le dijo Rebecca que el mayor serviría al menor. Y, de hecho, Dios hizo su pacto con Jacob y no con Esaú. Todo esto, como dice Pablo, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese.

Evidentemente alguien podría pensar que este curso de acción sea injusto, entonces que Dios es injusto, pero esto debe ser negado categóricamente porque Dios dijo a Moisés: «Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente» (Éxodo 33:19). Esta conducta de Dios hacia Israel fue predicha por Dios de esta manera: «Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo» (Romanos 9:27), y también: «Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes» (Romanos 9:29). Este remanente de Israel, por lo tanto, constituye el resto escogido por gracia, remanente que junto con todos los Gentiles que han aceptado a Cristo son la Iglesia de Dios, es decir, la asamblea de los redimidos, los que son llamados fuera de este presente siglo malo. Esto se debe a que en Cristo se ha abolido la pared que los separaba, y Él con su muerte, de los dos pueblos ha hecho uno solo. ¿Y los otros Judíos, los que no creen? Fueron endurecidos, como dijo Moisés: «Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy» (Romanos 11:8). Este endurecimiento que se ha producido en ellos por Dios, endurecimiento que les hizo caer (o tropezar en la Palabra), era necesario para mover Israel a celos y hacer que se indignase. De hecho, a través de su caída la salvación vino a los Gentiles, y ellos viendo que los Gentiles han sido hechos aptos para participar de la raíz y de la grosura de su olivo, están movidos a celos y están indignados contra ellos. Todas las cosas que Dios dijo que habría hecho a Israel desde los días de Moisés, «Yo también los moveré a celos con un pueblo que no es pueblo, los provocaré a ira con una nación insensata» (Deuteronomio 32:21). ¿La razón? Para castigar a Israel por su comportamiento contumaz y rebelde que tuvo lugar en el desierto. Dios, de hecho, justo antes dijo: «Ellos me movieron a celos con lo que no es Dios; me provocaron a ira con sus ídolos» (Deuteronomio 32:21). Esto nos recuerda que Dios es vengador y que fiel es su palabra: «Como tú hiciste se hará contigo» (Abdías 15). Por lo tanto, podemos decir que el endurecimiento de los Judíos no es nada más que el cumplimiento de la promesa de venganza hecha por Dios a Moisés contra su pueblo rebelde, porque endureciendo muchos de ellos Dios ha enviado la salvación a los Gentiles, haciendo mover los Judíos a celos contra ellos. Las cosas, por lo tanto, están estrechamente vinculadas.

El endurecimiento parcial de Israel cesará

Pero el plan de Dios establece que el endurecimiento parcial que se ha producido en Israel algún día cesará. Esto es lo que Pablo dice: «Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia» (Romanos 11:25-31). Ahora, como se puede ver, Pablo nos dice algo para que no seamos presuntuosos. Esto algo es que en Israel se ha producido un endurecimiento parcial que durará hasta que venga la plenitud de los Gentiles. Entonces todo Israel será salvo, porque Dios apartará de Jacob la impiedad y le quitará sus pecados. Que aquí Pablo habla de todo el pueblo de Israel (es decir, los Judíos según la carne) es evidente por el hecho de que justo antes habla del endurecimiento parcial que se ha producido en Israel. No se puede decir, por tanto, que cuando Pablo dice que «todo Israel será salvo» se refiere a la Iglesia de Dios, como algunos afirman en su lugar. Es claro, sin embargo, que cuando todo Israel será salvo, se convertirá en parte de la Iglesia de Dios, porque Cristo de los dos pueblos ha hecho uno solo, y en Él no hay ni judío ni griego. Pablo explica que Dios un día salvará todo Israel; porque si por un lado son enemigos con respecto al Evangelio, por otro lado, son amados por sus padres porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables.

La fidelidad de Dios hacia Israel a pesar de su incredulidad

Así que Dios no ha rechazado a Israel como pueblo; no lo rechazó ni en el desierto cuando se rebeló contra sus mandamientos, ni después de que entró en la tierra de Canaán y se mezcló con las naciones sirviendo los ídolos mudos, ni siquiera (después de que el reino se dividió en dos reinos) cuando el pueblo se abandonó a la maldad en el tiempo de los profetas. Los profetas fueron vituperados, matados, pero Dios, también después haber castigado severamente Israel enviandolo en cautiverio, se apiadó de su pueblo haciendole encontrar compasión por los pueblos que lo dominaban, y haciendolo regresar en la tierra dada como herencia a sus padres. Me refiero al regreso del cautiverio ocurrido al tiempo de Ciro rey de Persia, regreso que trajo a los sobrevivientes a reconstruir el templo (Véase Esdras cap. 1-6); más tarde, bajo el reinado de Artajerjes I Longimanus (465-424 a. C.), también el muro fue reconstruido (bajo la dirección de Nehemías). Jesús vino 100 años después de la reconstrucción del muro, pero fue rechazado y asesinado por los Judíos como lo habían sido antes de Él muchos profetas de Dios. La venganza de Dios, también en este caso, no se hizo esperar mucho; en 70 d.C. de hecho, Dios envió contra Jerusalén el ejército romano dirigido por Tito y por medio de ello mató a 100.000 Judíos, y destruyó el templo de Jerusalén, y se llevaron cautivos a muchos de los Judíos. Gran enojo y angustia cayeron sobre el pueblo de los Judíos en ese año. Seguramente muchos en esos días pensaron que Dios había rechazado a Israel como su pueblo; no hay duda; porque cada vez que Dios ha ejercido sus juicios contra este pueblo, las naciones han dicho que Dios rechazó a su pueblo. Y no sólo en esos días, sino también en los siglos posteriores, cuando los Judíos fueron dispersados ​​por el mundo sin una patria terrenal. Objeto de burla para todos, sin patria, sin un Estado que los representase se encontraban un poco en todas partes. Pero a continuación, en la segunda mitad del siglo pasado comenzó a formarse, entre una parte de los Judíos, la idea de que había llegado el momento de volver a la tierra dada por heredad a los padres. Algunos saludaron la idea con entusiasmo, otros se mostraron escépticos y otros se opusieron violentamente a este regreso a la tierra de sus padres. Poco a poco el número de los que creyeron en la creación de un futuro estado de Israel en la tierra de sus padres creció, hasta que fue fundado por Theodor Herzl en 1897, el movimiento sionista que tenía como objetivo declarado la creación del Estado de Israel. Bajo la presión de este movimiento judío hubieron varias oleadas migratorias que trajeron en unos cincuenta años alrededor de medio millón de Judíos en Palestina. En 1948, después de una serie de acontecimientos que sería demasiado largo contar en esta ocasión, se fundó el Estado de Israel. Entonces Dios, haciendo regresar muchos Judíos en Israel y prometiendoles volver a establecer el Estado judío, demostró al mundo que no se había olvidado de la nación de Israel. Sin embargo, hay quienes no creen que todo fue hecho por Dios en el cumplimiento de su palabra. Quisiera, pues, preguntar a estas personas que dicen que este regreso de muchos Judíos en la tierra que Dios dio a sus padres, y el establecimiento del Estado de Israel después de más de dieciocho siglos no ha venido de parte de Dios: ‘¿Cómo pueden decir esas cosas cuando es suficiente leer un poco el Antiguo Testamento para darse cuenta de las veces que Dios ha vuelto a tener piedad de su pueblo, incluso después de que había sido rebelde?’ Basta con pensar, por ejemplo, a la rebelión de Israel en el desierto; Israel no guardó la ley de Dios en el desierto, en repetidas ocasiones la transgredió y fue juzgado por Dios, y cuando Dios le mandó a tomar posesión de la tierra de Canaán, no confió en Dios y Dios a causa de la incredulidad de ellos los castigó por no hacerlos entrar en el tierra prometida. Pero hizo entrar la generación sucesiva, porque Él es fiel y cumple sus promesas. ¿No está escrito que si somos infieles, Él permanece fiel? ¿Por qué esto no se aplica a los Judíos, el pueblo que Dios antes conoció? Dios no hace acepción de personas, ¿verdad? ¿Si cuando nosotros, nosotros su pueblo, cuando somos infieles podemos contar siempre con la fidelidad de Dios, por qué los Judíos a pesar de su infidelidad, a pesar de que han rechazado a Cristo, no deberían también confiar en la fidelidad de Dios? Claro, aquí se trataría por ahora sólo de un regreso de parte de muchos Judíos en la tierra dada a Abraham, un re-establecimiento del Estado de Israel, pero esto es siempre una demostración de la fidelidad de Dios. Si Antes muchos podían decir a los Judíos: ustedes son un pueblo sin patria, que no está representado por ningún estado en la tierra, ahora esto no se puede decir de ellos. Debido a que tienen un estado que los representa; e aunque sean ciudadanos de otro país siempre pueden volver a este estado y llegar a ser ciudadanos de Israel. Ciertamente, para los enemigos de Israel, y como enemigos no sólo deben entenderse los árabes, el establecimiento del Estado de Israel ha sido una humillación. Pero entonces se sabe; Dios ha humillado a Israel cuando se enalteció contra Él, pero también ha humillado a sus enemigos y eso es porque Él es justo. Para todos los que se enaltecen llega el tiempo de la humillación; para los que abren la boca y hablan mal llega un momento cuando Dios cierra su boca. Y después muchos siglos en los que los enemigos de este pueblo han abierto su boca en repetidas ocasiones en contra de el, diciendo que ya no es un pueblo, llegó el momento en que Dios los calló restableciendo el Estado de Israel en la tierra dada en herencia a Abraham y a su progenie. Así reconocemos en el regreso de una parte de los Judíos en la tierra de Israel una obra cumplida por Dios. Y ¿cómo se puede decir que esto no se hizo por la voluntad de Dios cuando sabemos que ni siquiera un pajarillo cae a tierra sin la voluntad de Dios? ¿Cuando sabemos que como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová y que a todo lo que quiere lo inclina? Pero ¿Vamos ahora a ver cuales son las Escrituras que se cumplieron con este regreso de los Judíos y el establecimiento del Estado de Israel en 1948? Isaías dijo: «Porque Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra…» (Isaías 14:1). Jeremías dijo: «He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y cojos, la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente; en gran compañía volverán acá» (Jeremías 31:8). Y Ezequiel dijo: «Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado… Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país» y otra vez: «He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel…» (Ezequiel 36:22,24; 37:21,22). Zacarías dijo: «Porque yo los traeré de la tierra de Egipto, y los recogeré de Asiria…» (Zacarías 10:10). Estas son sólo algunas de las Escrituras que predijeron el regreso de los Judíos a su tierra. ¿Qué decir acerca del templo que fue destruido en el año 70 d.C. y que hasta hoy no se ha reconstruido? Hay que decir que, de acuerdo a las Escrituras del Nuevo Testamento debería ser reconstruido antes del regreso de Cristo en gloria. Las Escrituras son los siguientes: «Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Tesalonicenses 2:1-4); «Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses» (Apocalipsis 11:1-2) – y tengan en cuenta que cuando Juan tuvo esta visión el templo de Jerusalén ya había sido destruido -. Como se puede ver en estos dos pasajes se habla de un templo que no puede no ser el templo terreno de Jerusalén. Debemos tener en cuenta, sin embargo, que la reconstrucción de este templo, aunque tendrá que ser cumplida antes del regreso de Cristo, no eliminará el hecho de que con la venida de Cristo, todos aquellos que han sido salvados se han convertido en parte del edificio espiritual que ha de servir para morada de Dios en el Espíritu, es decir, su templo; y que el templo terrenal sigue siendo una figura de las cosas celestiales. En otras palabras, para nosotros los creyentes, también cuando el templo será reconstruido en Jerusalén, el templo de Dios seguirá siendo la Iglesia de Dios y el templo terrenal seguirá siendo una sombra de las cosas celestiales. Ciertamente, para los Judíos de acuerdo a la carne, su reconstrucción tendrá un gran significado, pero para nosotros no tendrá el mismo significado. Y, por supuesto, una vez que el templo será reconstruido y sabiendo que en el templo se sentará el hombre de pecado haciéndose pasar por Dios, nos no podremos dejar de reconocer que la llegada del impío será aún más cerca, así como, por supuesto, la venida de Cristo que matará aquel inicuo con el espíritu de su boca y lo destruirá con el resplandor de su venida (2 Tesalonicenses 2:8). En este momento, la reconstrucción del templo en el lugar donde estaba cuando fue destruido parece imposible, porque como ustedes saben en el sitio del templo ahora hay una mezquita árabe cuya eliminación por el gobierno israelí desataría una guerra de los países árabes contra Israel. Sin embargo, esto no es un problema para Dios, porque Él, lo que ha dicho, lo hará suceder en su propio tiempo y en la forma que Él determine. ¿Pero los Judíos quieren reconstruir el templo? Sí, de hecho en el corazón de muchos de los Judíos hay el deseo de verlo reconstruido en el lugar donde estaba antes de ser destruido. Recuerdo que hace unos años, un hermano me dijo que había sido informado de que la reconstrucción del templo de Jerusalén era inminente; estando confundido acerca de lo que él me dijo, quise llamar a la Embajada de Israel en Roma para preguntar si era cierto; la primera respuesta fue: ‘¡Ojalá fuera cierto!’, y luego la noticia fue desmentida. De todos modos, hay grupos de judíos ortodoxos extremistas que están dispuestos incluso a hacer explotar la mezquita árabe para reconstruir el templo. Grupos, sin embargo, que no tienen el favor de muchos de los Judíos, porque la destrucción de la mezquita árabe significaría una guerra de escala sin precedentes en contra de Israel. Guerra, sin embargo, que no asusta a estos grupos que consideran que en el caso empezase esta guerra, el Mesías vendrá y luchará por ellos!

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

¿Debe un Cristiano guardar el domingo?


domNo, un discípulo de Cristo no es llamado para guardar el domingo, en el sentido que no es llamado para abstenerse de cualquier trabajo en ese día, mandamiento que, sin embargo, fueron llamados a guardar los Judíos en el día de reposo conforme a la ley de Moisés. En este sentido, es bueno que esto quede claro, es decir, que entre los trabajos prohibidos en sábado también hay lo de no encender el fuego en sus moradas, tanto para cocinar como para calentarse, (Véase Éxodo 35:1-3) si se debe observar el domingo en lugar del sábado judío también es necesario abstenerse de hacer estas cosas, con los inevitables problemas que surgirían. El problema no es, sin embargo, abstenerse de realizar cualquier tipo de trabajo en domingo, porque esto está permitido a aquellos que consideran el Domingo más importante que otros días, porque lo hacen para el Señor (y no me atrevo a juzgar a los que tienen esta creencia personal y actúan en consecuencia), pero el hecho de que si se empieza a imponer la observancia del domingo como los Judíos observan el sábado, entonces no se actúa más de acuerdo a la caridad porque se quiere imponer a los demás su propia convicción personal sobre un día de la semana. Pablo, acerca de las opiniones sobre los días, dijo: «Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente» (Romanos 14:5). No puede, por lo tanto, un creyente en el caso que estime el domingo mayor que los otros días – tal vez incluso expresando esta estimación absteniendose tanto del cocinar que del encender el fuego – empezar a decir a los otros hermanos que deben observar el domingo como él lo hace para el Señor. También porque esta orden no se puede confirmar en modo alguno con los escritos del Nuevo Testamento; esto, sin embargo, es muy diferente en relación con el sábado, porque en la ley de Moisés hay varias referencias con el mandamiento de guardar el sábado.

En conclusión, si un creyente se siente para honrar al Señor por no hacer ningún trabajo o algunos trabajos en domingo, que lo haga bien, pero sin juzgar o despreciar a los que no se comportan exactamente como él en el día de domingo, tal vez porque hace un trabajo que requiere para trabajar también el domingo algunas veces.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

Véase también: “En Cristo no se observan más los días»

Nuestro deseo por los Judíos


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El apóstol Pablo dijo a los santos en Roma acerca de los Judíos: «Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación» (Romanos 10:1). Nuestro deseo y nuestra oración a Dios por ellos son los mismos que los del apóstol. Pero recordemos también para llevar a los Judios el mismo mensaje que les trajo Pablo: «arrepentíos, y creed en el Señor Jesucristo» (Véase Hechos 20:21).

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

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