La Cena del Señor no es la repetición del sacrificio de Cristo


pope-francis-massEl Catecismo de la Iglesia Católica Romana dice acerca de la Eucaristía (que se llama la Cena del Señor en la Iglesia papista) que «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio: ‘La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque vuelve a presentar (hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y porque aplica su fruto: Cristo ‘nuestro Señor y Dios, […] fue ofrecido a Dios Padre una sola vez al morir en el altar de la cruz por hacer una redención eterna: como, sin embargo, su sacerdocio no debía extinguirse con la muerte (Hebreos 7,24.27), en la última cena «en la noche que fue entregado» (1 Corintios 11:23) […] [quiso] dejar a la Iglesia, su Esposa amada, un sacrificio visible (como la naturaleza humana demanda) por el cual fuese significado el sacrificio sangriento que habría ofrecido una vez para siempre en la cruz, prolongando su memoria hasta el fin del mundo, y aplicando su eficacia salvadora a la remisión de nuestros pecados de cada día’. De hecho, se trata de una sóla y misma víctima y el mismo Jesús la ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, Él que entonces se ofreció a sí mismo en la cruz: sólo es diverso el modo de ofrecerse». «Y puesto que en este divino sacrificio, que se realiza en la Misa, se contiene y se inmola de manera incruenta el mismo Cristo, que ‘ofreció a sí mismo una sóla vez de manera cruenta’ en el altar de la cruz, […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio». http://www.vatican.va/archive/catechism_it/p2s2c1a3_it.htm#V El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia).

Así la Eucaristía (o la misa) – para los Católicos Romanos – es la repetición del sacrificio de Cristo. Pero esto es falso, porque Cristo se ofreció a sí mismo una vez para siempre porque la Escritura dice: «Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre» (Hebreos 10:10), y también que entró «en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:24-26). La misa que el sacerdote hace es por lo tanto un acto de presunción y una abominación a Dios que engaña a los que creen en él, porque el sacerdote pretende con la misa renovar el sacrificio de Cristo, pero la Escritura enseña que Cristo Jesús en la plenitud de los tiempos ofreció a sí mismo por nuestros pecados una vez para siempre.

Por supuesto, el clero romano admite que el sacrificio de la misa es un sacrificio incruento en el que Cristo no derrama su sangre, pero esto no justifica en absoluto la misa. La Escritura, de hecho, condena esta enseñanza.

¿Es un sacrificio incruento sin el derramamiento de sangre? Para nosotros no es ni un sacrificio y ni siquiera incruento; sino sólo un rito que es una abominación para Dios. Pero, ya que los teólogos papistas hablan de esta manera sobre la misa y dicen al mismo tiempo que se ofrece para aplacar a Dios y darle satisfacción por nuestros pecados, y dado que la Escritura dice que «sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (Hebreos 9:22), les preguntamos: ‘¿Pero no se dan cuenta que se contradicen por ustedes mismos? Ustedes dicen que «en el sacrificio de la Misa, Jesús aplaca para nosotros el Eterno Padre, ofreciéndose a sí mismo, de manera que después del pecado no nos castigue como habríamos merecido (…) y ofrece a satisfacción por nuestros pecados», y al mismo tiempo dicen que la misa es un sacrificio sin derramamiento de sangre, por tanto sin el poder de perdonar sus pecados! Y entonces, de nuevo: ‘¿Pero cómo pueden ustedes decir que su misa es el sacrificio de Cristo y luego al mismo tiempo decir que no hay derramamiento de sangre cuando la Escritura enseña que cuando Jesús se ofreció a sí mismo a Dios hubo el derramamiento de su sangre? ¿Pero es o no es un sacrificio? ¡Cuántas contradicciones se pueden ver en las palabras de los teólogos papistas incluso cuando hablan de la misa!

Lo que vemos, pues, al leer lo que dice el catecismo de la Iglesia Católica Romana acerca de la Cena del Señor es que, una vez más, ha adulterado y pervertido la Palabra de Dios, porque mientras la Escritura dice que «todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:26), por lo tanto, por la Cena del Señor se proclama el sacrificio expiatorio de Cristo ya que por ella se proclama su muerte, la Iglesia papista enseña que uno durante la cena instituida por Cristo participa en la repetición del sacrificio expiatorio de Cristo!!

Es suficiente, pues, sólo este aspecto de la Eucaristía – porque podríamos hablar de otras cosas malignas y perversas que la Iglesia Católica Romana enseña acerca de la Cena del Señor – para entender que no es la verdadera Cena del Señor que Jesucristo estableció.

Por último, aprovecho la oportunidad para reiterar a los Católicos Romanos la exhortación a arrepentirse y creer en el Evangelio, para obtener la remisión de los pecados y la vida eterna, y apartarse de la Iglesia Católica Romana.

El que tiene oídos para oír, que oiga.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Véase también: La Cena del Señor

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La Cena del Señor


bread_wineEn cuanto a la Cena del Señor, en la Epístola de Pablo a los Corintios leemos: «Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo» (1 Corintios 11:23-32).

Ahora, dado que con la Cena del Señor proclamamos la propiciación hecha por Jesucristo, es necesario ante todo decir cuáles son los beneficios que se han derivado de la ofrenda de la carne y la sangre de Cristo.

Lo que Cristo hizo por nosotros ofreciendo la carne de su cuerpo

– Jesús ofreció su carne como sacrificio a Dios para vivificarnos (porque todos estábamos muertos en nuestros delitos), de hecho, un día dijo: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo» (Juan 6:51). Y también para santificarnos, de hecho, está escrito que «somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre» (Hebreos 10:10). Así, si hoy estamos espiritualmente vivos y santos ante los ojos de Dios, se lo debemos al cuerpo de Cristo.

– Jesús ofreció su cuerpo como sacrificio por nuestros pecados a fin de anular el dominio del pecado en nuestras vidas porque Pablo dice a los Romanos que Jesús «condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros» (Romanos 8:3,4). Así que nosotros, a través de la ofrenda de su cuerpo, somos muertos al pecado, porque el pecado que nos dominaba fue borrado en su carne. Pablo explica este concepto a los santos en Roma en estos términos: «¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?» (Romanos 7:1). Sabemos que la ley se enseñorea del hombre sólo mientras él está vivo, porque una vez muerto, el hombre ya no está sujeto a la misma, y, de hecho, ¿cómo puede la ley tener autoridad sobre una persona muerta que ha exhalado el alma? De ninguna manera. Y así también nosotros, para no ser más esclavos de la ley, teníamos que morir espiritualmente a la ley, y esto ha ocurrido a través de la fe en la muerte de Jesús. La crucifixión del cuerpo de Jesucristo, por lo tanto, es de gran valor para nosotros porque habiendo creído en Él, hemos sido crucificados con Él; es por esta razón que la ley no se enseñorea más de nosotros, porque hemos muerto con Cristo, de hecho está escrito: «Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos» (Romanos 7:4). Gracias sean entonces dadas a Dios que, a través del cuerpo de Cristo, nos hizo morir a la ley que nos mantenía esclavos; sí, hemos muerto con Cristo al pecado que reinaba sobre nosostros a través de la ley (que es el poder del pecado), para convertirnos en el especial tesoro de Cristo y vivir para Él.

– Jesús a través de su cuerpo perforado nos reconcilió con Dios, de hecho Pablo escribió a los santos en Colosas: «Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte..» (Colosenses 1:21,22). Así que, hermanos, nosotros que una vez éramos enemigos de Dios porque éramos amantes del placer del pecado y el amor por el mal, lo manifestábamos pensando cosas malas y actuando con maldad, en virtud del gran amor que Dios ha mostrado hacia nosotros al enviar a su Hijo en este mundo para morir en la cruz, fuimos reconciliados con Dios a través del cuerpo de Jesucristo. Por lo tanto, reconciliados con Dios a través del cuerpo de Jesús, tenemos paz en nuestros corazones y se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El castigo de nuestra paz fue sobre él» (Isaías 53:5). Amados, consideren esto; que éramos nosotros que teníamos que ser castigados por todos nuestros pecados, nos habríamos tenido que recibir la justa pena por nuestros hechos, pero Jesús, ¿qué mal hizo para ser puesto a la muerte en la cruz? Ninguno, de hecho está escrito; «anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10:38), sin embargo, le fue devuelto mal por bien, y odio por su amor, pero todo esto ya se había determinado antes de Dios tener lugar para que pudiéramos ser reconciliados con Él, y nos llegáramos a ser sus amigos. A Él sea gloria ahora y para siempre. Amén.

Lo que Cristo hizo por nosotros al derramar su sangre

– Jesús con su sangre nos ha perdonado nuestros pecados. Él, de hecho, en la noche que fue entregado, tomó una copa, y habiendo dado gracias, se la dio a sus discípulos, diciendo: «Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados» (Mateo 26:27,28). Como se puede ver la sangre de Jesús es la sangre del nuevo pacto en la cual hemos obtenido la remisión de nuestros pecados. El principio de que la expiación de los pecados se obtiene por medio de la sangre se expresa en la ley, cuando se dice: «Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona… porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre..» (Levítico 17:11,14). Así que, de acuerdo a la ley, la sangre servía para hacer la expiación por los pecados, por eso Dios la prohibió comer. La sangre se colocaba en los cuernos del altar de los perfumes y se derramaba al pie del altar del holocausto que estaba en la entrada de la tienda, que era lo que sucedía cuando toda la congregación de Israel pecaba sin saberlo, de hecho, Dios dijo: «Si toda la congregación de Israel hubiere errado, y el yerro estuviere oculto a los ojos del pueblo, y hubieren hecho algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, y fueren culpables; luego que llegue a ser conocido el pecado que cometieren, la congregación ofrecerá un becerro por expiación, y lo traerán delante del tabernáculo de reunión. Y los ancianos de la congregación pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro delante de Jehová, y en presencia de Jehová degollarán aquel becerro. Y el sacerdote ungido meterá de la sangre del becerro en el tabernáculo de reunión, y mojará el sacerdote su dedo en la misma sangre, y rociará siete veces delante de Jehová hacia el velo. Y de aquella sangre pondrá sobre los cuernos del altar que está delante de Jehová en el tabernáculo de reunión, y derramará el resto de la sangre al pie del altar del holocausto, que está a la puerta del tabernáculo de reunión… así hará el sacerdote expiación por ellos, y obtendrán perdón» (Levítico 4:13-18; 4:20​​). Sin embargo, la sangre de los animales que se ofrecían como sacrificios por el pecado no podía limpiar la conciencia de los que ofrecían los sacrificios expiatorios, porque «la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados» (Hebreos 10:4). La sangre de estos animales, de hecho, prefiguraba lo que Jesucristo habría derramado en la plenitud de los tiempos para hacer la expiación por nuestros pecados, una expiación perfecta porque habría borrado todos los pecados de la conciencia de los que la habrían aceptada por la fe. Nuestra conciencia fue entonces purgada de las obras muertas a través de la vida (es decir, la sangre) del cuerpo de la carne de Cristo. Era necesario, por tanto, que Jesús derramase su sangre, porque sin derramamiento de su sangre no podía haber sido concedida la remisión de los pecados. Ahora que la sangre de la aspersión fue derramada por Jesús, todos los que creen en Él son limpiados de todos sus pecados por su sangre.

– Jesús con su sangre nos rescató de nuestra vana manera de vivir, como está escrito: «Conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo… » (1 Pedro 1:17-19). Este rescate realizado por Cristo es de gran valor, porque a través de él nuestra vida ha dejado de ser una existencia inútil sin propósito, y sobre todo sin una recompensa después de la muerte. De hecho, ahora que estamos libres de la vanidad que nos ha dominado durante años, vivimos por el bien del Evangelio que es la mejor causa por la que un ser humano puede vivir, porque todos los esfuerzos realizados en el nombre de Cristo para el honor del Evangelio tendrán una recompensa de Dios cuando estaremos delante de Él en ese día. En la ley tenemos varios ejemplos de redención que prefiguraban lo que habría hecho Cristo. Uno de ellos es el del pobre que se vende, como está escrito: «Si el forastero o el extranjero que está contigo se enriqueciere, y tu hermano que está junto a él empobreciere, y se vendiere al forastero o extranjero que está contigo, o a alguno de la familia del extranjero; después que se hubiere vendido, podrá ser rescatado; uno de sus hermanos lo rescatará. O su tío o el hijo de su tío lo rescatará, o un pariente cercano de su familia lo rescatará; o si sus medios alcanzaren, él mismo se rescatará» (Levítico 25:47-49). Nosotros también habíamos sido vendidos como esclavos a la vana manera de vivir y de ella hemos sido redimidos; pero no con dinero, sino con la sangre preciosa de Cristo, y se ha cumplido la palabra que dijo el profeta Isaías: «Sin dinero seréis rescatados» (Isaías 52:3). La sangre que Jesús derramó, por tanto, es el rescate que tuvo que pagar para conducirnos a la libertad; Por tanto, era necesario que el Hijo de Dios asumiese nuestra naturaleza humana, participando en la sangre y la carne.

– Nosotros por la sangre de Cristo hemos sido comprados para Dios, de hecho Juan, cuando fue arrebatado en espíritu, vio a los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos que se postraban delante del Cordero y los oyó cantar este cántico: «Digno eres de recibir el rollo escrit y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra» (Apocalipsis 5:9,10 ‘NVI’). Que hemos sido comprados por Cristo con su sangre, también es confirmado por Pablo cuando dice: «Habéis sido comprados por precio…» (1 Corintios 6:20). Pero entonces, antes de ser comprados por Cristo, ¿en manos de quién éramos? Hermanos, todos estábamos en las manos del adversario antes de convertirnos en la propiedad preciosa de Dios. En los Salmos está escrito: «Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo…» (Salmos 107:1,2). Como pueden ver estas palabras confirman que el enemigo nos tenía apretados en su mano (y por su mano estábamos manipulados para hacer el mal a nosotros mismos y a los demás), pero también que Jesucristo, nuestro gran Dios nos ha liberado de su mano. En los días de su vida mortal, Jesús era consciente de que con su sangre habría redimido los escogidos de la mano del enemigo, de hecho, dijo esta parábola para mostrar cómo Él vino para liberar a los que están bajo el poder de Satanás. Él dijo: «Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín» (Lucas 11:21,22). Jesucristo, por lo tanto, para librarnos de la potestad de Satanás se ha enfrentado a una lucha contra el príncipe de este mundo, y salió victorioso de esta batalla. Jesucristo ha vencido al maligno al morir en la cruz por nuestros pecados, derramando su propia sangre por nosotros; Como dice Pablo en este sentido: «despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:15). El Hijo de Dios, por medio de su muerte, ha destruido aquel que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y siempre por su muerte nos ha liberado del miedo a la muerte por causa de la que todos vivíamos en el miedo. Gracias a Dios, en Cristo Jesús, porque ya no tenemos miedo de morir; ahora, tenemos el deseo de salir de este cuerpo e ir a vivir con el Señor, la muerte no nos da más miedo, porque Cristo la ha destruida. El diablo a través de la muerte, hace vivir con miedo los que están bajo su autoridad, mientras Jesús, los redimidos por Él del poder de Satanás, les hace vivir en paz y en seguridad, porque Él ha destruido la muerte y el diablo. Jesús ha logrado esta victoria sobre el diablo gastando su vida por todos nosotros, y nosotros, en Cristo Jesús, hemos ganado al maligno. Nosotros, por lo tanto, no hemos ganado al enemigo con nuestras fuerzas o por cualquier mérito personal, sino por la sangre del Cordero; nuestra victoria sobre el diablo es el fruto de la aflicción del alma de Cristo, y no el resultado de buenas obras que hayamos hecho.

El significado que tiene la Cena del Señor

Después de decir lo que Cristo ha hecho por nosotros a través de la ofrenda del cuerpo de su carne y de su sangre, quiero hablar sobre el significado que tiene la Cena del Señor. Para hablar de este tema, sin embargo, primero debo dar algunas informaciones acerca de la Pascua porque la Cena del Señor fue instituida por Jesús en la noche cuando comió la Pascua con sus discípulos, y en la que fue entregado, y por qué la Cena del Señor basa su significado precisamente en la Pascua.

La Pascua (la fiesta de los Judíos) fue instituida por Dios cuando los israelitas estaban aún en Egipto; ahora veamos en qué circunstancia y cuál era su significado. Los hijos de Israel habitaron en Egipto como Dios había dicho a Abraham, y los egipcios los sometieron a una dura servidumbre; entonces Dios escuchó sus gemidos y se recordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob, y envió a Moisés como líder y como libertador para sacarlos de Egipto. Dios envió sobre el faraón y los egipcios que habían maltratado a su pueblo, grandes juicios; el juicio de Dios que obligó a Faraón para dejar ir a Israel, fue el exterminio de los primogénitos. Faraón había endurecido su corazón y se negó a dejar ir a Israel; Dios, esto lo vio y le dijo a Moisés: «Una plaga traeré aún sobre Faraón y sobre Egipto, después de la cual él os dejará ir de aquí… A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias» (Éxodo 11:1,4,5). Dios le dijo a Moisés, por tanto, que en esa noche (el día catorce del mes de Abib), habría golpeado a todos los primogénitos de los egipcios, y que habría dejado salir a sus legiones de la tierra de Egipto, pero también dijo a Moisés lo que habrían debido hacer en esa noche para que el destructor no entrase en sus casas para golpearlos. De hecho Dios dijo a Moisés y a Aarón para hablar a toda la congregación y decirles que tomasen, el décimo día de ese mes, un cordero por familia; tenía que ser sin defecto, macho de un año, y tenía que ser por ellos inmolado y comido en el día catorce de ese mes. Aquí está lo que Dios mandó a este respecto: «Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán» (Éxodo 12:6-8.). La sangre del cordero pascual puesto en los postes y en el dintel habría servido como señal a los hijos de Israel, porque el destructor, cuando habría pasado a través de Egipto, cuando habría visto ese sangre habría pasado más allá y no los habría destruidos; la carne del cordero en su lugar debía ser asada y comida con hierbas amargas y pan sin levadura, con los lomos ceñidos, con los calzados en los pies, y el palo en la mano, de prisa, porque esa noche los israelitas habrían debido irse del Egipto y ellos tenían que estar preparados para la salida. Los israelitas hicieron como Dios había mandado a Moisés y a Aarón, y aquella noche en la que comieron la Pascua, Dios los sacó de Egipto después de una esclavitud secular; Dios, hablando de ese día, dijo: «Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis… Y guardaréis la fiesta de los panes sin levadura, porque en este mismo día saqué vuestras huestes de la tierra de Egipto» (Éxodo 12:14,17). Y, de hecho, para los Judíos, la Pascua sigue siendo un día de conmemoración que se celebra cada año, en el que recuerdan su salida de la tierra de Egipto, y también el hecho de que el Señor no golpeó sus casas, cuando hirió a los egipcios.

Si Jesús entonces instituyó la Cena del Señor precisamente cuando comió la Pascua con sus discípulos, lo que significa es que Él, con la Santa Cena, quiso que los discípulos nos recordáramos de su sacrificio expiatorio hecho para darnos una liberación superior a la hecha por Dios a los hijos de Israel, de hecho, con este sacrificio Jesús nos ha liberado del pecado, a nosotros que estábamos esclavos de ello. Mientras que los Judíos, por lo tanto, a través de la Pascua recordaban y recordan su éxodo desde Egipto, nosotros, a través de la Cena del Señor, recordamos la muerte de Jesús por medio de la que hemos salido de este mundo malvado para ser reyes y sacerdotes de Dios y de Cristo. Y ahora que somos sacerdotes de Dios y de Cristo estamos a salvo; cómo los israelitas se sentían a salvo en sus casas rociadas con la sangre, así nos sentimos seguros en la vista del día de la ira de Dios, cuando Dios derramará su hervor de fuego sobre el mundo de los impíos, porque somos rociados con la sangre de Jesús y sabemos que aquellos sobre quienes Dios verá la sangre del Cordero que fue inmolado, serán salvos de su ira, como está escrito: «Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira» (Romanos 5:9). Es por eso que Pablo dice a los Corintios: «nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros» (1 Corintios 5:7), porque Cristo es el Cordero Pascual ya destinado antes de la fundación del mundo, pero ofrecido por nuestros pecados, a la fines de los siglos, con el fin de liberarnos, a través de Su sangre, del pecado y de la ira venidera. A Él sea gloria ahora y para siempre. Amén.

Jesús, en la noche en que fue traicionado, mientras comía la Pascua con sus discípulos, tomó el pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí» (Lucas 22:19), y después de cenar, tomó la copa, dio gracias y se la dio a ellos diciendo: «Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre… haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí» (Mateo 26:28; 1 Corintios 11:25). Las palabras de Jesús antes citadas y las del Apóstol Pablo a los Corintios (sobre la Cena del Señor) muestran claramente esto, es decir que cuando comemos el pan y bebemos de la copa del Señor, proclamamos la muerte de Cristo hasta que Él venga, en otras palabras recordamos la muerte de Jesucristo que tuvo lugar hace siglos; para nosotros el día que comemos el pan y bebemos el cáliz del Señor es un día de recuerdo que tenemos el placer de celebrar para la gloria de Dios. No un día en el que se repite el sacrificio de Cristo, como la Iglesia Católica Romana dice falsamente a sus fieles, porque Jesús se ofreció a sí mismo una vez para siempre (Véase Hebreos 10:10), y su sacrificio no es repetible en cualquier forma y apariencia. Por supuesto en el recuerdo de este trágico acontecimiento que es la muerte de Cristo, tenemos comunión con el cuerpo y la sangre de Jesús que están representados por el pan y el vino, de hecho Pablo dice: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan» (1 Corintios 10:16,17). ¿Por qué tenemos esta comunión? Porque hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Cristo y hemos sido rociados con la sangre de Jesús y por lo tanto somos un solo espíritu con Él, como está escrito: «el que se une al Señor, un espíritu es con él» (1 Corintios 6:17). Es claro, por tanto, que el que no se ha unido al Señor no es un espíritu con Él, todavía no siendo miembro del cuerpo de Cristo, no puede tener comunión con el Cuerpo de Cristo que es representado por el pan que partimos y con su sangre representado por el vino.

Ningún extraño comerá de ella

En la mesa del Señor no deben participar aquellos que todavía no son nacidos de Dios, porque son extranjeros e incircuncisos de corazón. Para demostrarles que no tienen derecho a comer el pan y beber de la copa del Señor, les recuerdo lo que Dios dijo a Moisés y a Aarón sobre la Pascua: «Esta es la ordenanza de la pascua; ningún extraño comerá de ella… Mas si algún extranjero morare contigo, y quisiere celebrar la pascua para Jehová, séale circuncidado todo varón, y entonces la celebrará, y será como uno de vuestra nación; pero ningún incircunciso comerá de ella» (Éxodo 12:43,48). Noten estas palabras: «ningún incircunciso comerá de ella»; en este caso era la circuncisión en la carne que se requería a los extranjeros que querían comer la Pascua. Por lo tanto, como bajo la ley, los incircuncisos en la carne no tenían derecho a comer la Pascua, de la misma manera bajo la gracia, los que son incircuncisos de corazón no tienen derecho a comer la cena del Señor. Como el extranjero antes de comer la Pascua tenía que ser circuncidado en la carne, de la misma manera ahora el incircunciso de corazón debe circuncidar su corazón (arrepentiendose de sus pecados y creyendo en Jesucristo), y luego ser bautizado con el fin de tener derecho a comer la cena Señor.

Examinemos a nosotros mismos

Llegamos ahora a las palabras de Pablo: «De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor» (1 Corintios 11:27). Quiero señalarles que Pablo luego dice: «Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí» (1 Corintios 11:29), y esto lo dijo para explicar que los que participan en la Cena del Señor sin discernir el cuerpo del Señor, participan indignamente y por lo tanto son juzgados por el Señor.

Nosotros, los hijos de Dios, lavados en la sangre de Jesucristo, tenemos el derecho de comer el pan y beber esta copa del Señor en virtud de la gracia de Dios, no en virtud de algunos de nuestros méritos personales, sino únicamente por la gracia del Señor Jesús, esto lo reconocemos y lo decimos: pero si un hijo de Dios no se está conduciendo de una manera digna del Evangelio de Cristo y come el pan y bebe esta copa del Señor, come y bebe indignamente y es culpado del cuerpo y de la sangre de Señor, atrayendose el inevitable juicio de Dios sobre la cabeza. En Corinto habían creyentes que despreciaban la Iglesia de Dios y cuando se reunían hacían vergüenza a los que no tenían nada, de hecho, Pablo escribió a los santos en Corinto: «Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga» (1 Corintios 11:20,21); esto es lo que sucedía dentro de esa congregación. Los creyentes de la iglesia de Corinto se unieron no para lo mejor sino para lo peor, sobre todo porque cuando se reunían en la asamblea se habían divisiones entre ellos, y porque cuando se reunían cada uno se adelantaba a tomar su propia cena, y mientras uno tenía hambre, otro se embriagaba. El hecho en que los Corintios se equivocaban, era que estaban borrachos y se acercaban a la Cena del Señor en ese estado siendo culpados del cuerpo y de la sangre del Señor, porque, al perder el discernimiento, ya no eran capaces de discernir el cuerpo del Señor. Y Dios castigó a aquellos que no discernían el cuerpo del Señor, de hecho en la iglesia de Corinto muchos estaban enfermos y muchos murieron por esta misma razón, porque comían la Cena del Señor indignamente. Y no es que las cosas hoy en día han cambiado porque el Señor todavía ejerce sus juicios contra los que comen la Cena del Señor indignamente. Así que hermanos, sabiendo que «el juez está delante de la puerta» (Santiago 5:9), cuidemos de nosotros mismos para no ser juzgados por el Señor. Según la ley, acerca de la Pascua, había una regla que nos muestra cómo para comer la Pascua era necesario ser puro. Dios dio esta regla en una circunstancia específica, es decir en el caso de algunos que se habían contaminados por causa de muerto y no podían celebrar la Pascua en el tiempo señalado. Él dijo que estos hombres podían igualmente celebrar la Pascua, pero sólo un mes más tarde (Véase Números 9:1-11), y esto para permitirles antes de purificarse. Quien se contaminaba por causa de muerto, de hecho, permanecía inmundo por siete días y tenía que purificarse en el tercer y séptimo día con el agua de la purificación para ser considerado puro de nuevo (en este caso la que daba el agua de la purificación era la purificación de la carne). Nosotros, por lo tanto, bajo la gracia, antes de comer el pan y beber la copa del Señor, haremos bien en examinarnos y confesar nuestras faltas a Dios para ser limpiados de toda maldad por la sangre de Jesús. Así que, hermanos, «limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu» (2 Corintios 7:1) antes de comer el pan y beber la copa del Señor, para no ser castigados por Dios.

Sobre el pan que tenemos que utilizar en la Cena del Señor

Hermanos en el Señor, en relación con la Cena del Señor quiero discutir brevemente este tema, a saber qué tipo de pan se debe utilizar para celebrarla, y lo hago para evitar que se creen divisiones o conflictos innecesarios entre la hermandad.

Entonces, ¿qué dice la Biblia sobre el pan que debe ser usado en la Cena del Señor? ¿El pan debe ser con o sin levadura, leudado o ácimo?

Aquí está la respuesta. Aunque la Cena del Señor fue instituida por Cristo con pan sin levadura (pan ácimo), no creo que los Cristianos tengamos la obligación de utilizar el pan sin levadura cuando la celebramos, y esto por las siguientes razones:

– En primer lugar, porque cuando Cristo instituyó la Cena del Señor era la fiesta de la Pascua de los Judíos, o Fiesta de los Panes sin Levadura (Lucas 22:1) y durante esa fiesta el pan de comer era el pan ácimo, según como Dios mandó a Israel: «Siete días comeréis panes sin levadura; y así el primer día haréis que no haya levadura en vuestras casas; porque cualquiera que comiere leudado desde el primer día hasta el séptimo, será cortado de Israel» (Éxodo 12:15), pero nosotros que estamos en Cristo, no somos llamados a celebrar la Cena del Señor mientras celebramos la fiesta de la Pascua de los Judíos, porque no nos es mandado para celebrar la Pascua, porque la Pascua era una sombra de lo que ha da venir ya que ahora tenemos la imagen misma de las cosas (Hebreos 10:1; Colosenses 2:16-17), y, en consecuencia, no estamos obligados a usar pan sin levadura.

– En segundo lugar, debido a que nosotros los hijos de Dios no debemos guardarnos de la levadura del pan, sino de otro tipo de levadura, que es la «levadura de malicia y de maldad» (1 Corintios 5:8).

Esto, sin embargo, no quiere decir que esas iglesias que celebran la Cena del Señor usando pan sin levadura se equivocan; ellas son libres en el Señor de usar pan sin levadura, pero deben abstenerse de juzgar o despreciar aquellas Iglesias que prefieren utilizar pan fermentado. Lo mismo puede decirse, sin embargo, para las iglesias que utilizan pan fermentado, también ellas deben abstenerse de juzgar o despreciar aquellas Iglesias que utilizan el pan ácimo. Ellas hacen lo que hacen para el Señor, y dan gracias a Dios antes de partir el pan, y por tanto, ¿quién somos para juzgar o despreciar a nuestros hermanos porque utilizan el pan ácimo?

Como Pablo dijo luego: «El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan» (1 Corintios 10:16-17).

Por lo tanto, acojamonos unos a otros como Cristo nos ha acogido, y busquemos las cosas que contribuyen a la paz y a la mutua edificación, evitando las disputas y las peleas, que son vanas y sin provecho.

Los que por lo tanto se atendrán a esta regla no tendrán ningún problema y obstáculo para participar en la Cena del Señor en una congregación que están visitando, pero que usan un tipo de pan diferente de lo que ellos utilizan habitualmente. Y en esto demostrarán madurez espiritual y amor sincero.

La gracia de nuestro Señor Jesús sea con todos los que le aman con pureza inalterable.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo