La parábola del sembrador. ¿Qué tipo de tierra eres?


camino

Introducción

Esta parábola fue primero dicha y luego explicada por el mismo Jesús; esta parábola es tanto importante como es fácil de entender.

El Apóstol Pablo en su segunda carta a los Corintios (2 Corintios 13:5) hace esta exhortación: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos».

Los creyentes son llamados constantemente a examinarse para ver si todavía están en la fe, y esta parábola está entre los pasos que sirven para este propósito, no deben ignorarla, al contrario deben meditarla con cuidado.

El Señor, en esta parábola, mostró que hay cuatro categorías de personas: la primera son los incrédulos y tales éramos todos nosotros antes de que el Señor nos purificase con su sangre, por medio de la fe; la segunda son los que creen, pero luego se apartan cuando su fe es puesta a prueba; la tercera son los que siguen asistiendo a la comunidad y los hermanos, pero dentro de ellos la Palabra de Dios es suprimida; la cuarta es la que representa a los fieles que perseveran en la fe según la Palabra de Dios con un corazón dado completamente al Señor.

 

La parábola del sembrador dicha y explicada por Jesús

[Lucas 8:4-8] Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola: El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga.

[…]

[Lucas 8:11-15] Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan. La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto. Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia

[Véase también: Mateo 13:1-23 y Marcos 4:1-20]

 

La Palabra junto al camino: Los incrédulos

Cuando se predica el Evangelio a una persona incrédula, el diablo intenta por todos los medios para evitar que esa persona crea, porque sabe que si la Palabra de Dios penetra en su corazón, ella cree, y el Señor la salva librandola del reino de las tinieblas, para participar de la herencia de los santos en luz.

Hay varias maneras en que el maligno se opone para que el incrédulo no entienda la Palabra de Dios y sea salvado. Un ejemplo que confirma el hecho de que el diablo se opone de manera que las almas no se conviertan a Dios se encuentra en el pasaje de Hechos 13:8-10: «Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul. Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?»

A menudo los creyentes están llamados a responder con respecto a su fe y para proclamar el Evangelio; es útil saber, por tanto, que contra el pueblo de Dios actúan las fuerzas del mal para garantizar que las personas que oyen la Palabra no crean. Los creyentes deben oponerse a esta acción del maligno perseverando en la oración, pidiendo a Dios continuamente, entre otras cosas, para que salve a las personas que han sido evangelizadas y que las preserve del maligno.

Hermanos, no debemos ignorar las maquinaciones del diablo.

 

La Palabra sobre la piedra: Los creyentes que se apartan

En algunos casos los incrédulos reciben y aceptan la Palabra apenas se les anuncia. Pero, cuando su fe es puesta a prueba con la persecución y la tribulación, ya que no son fortalecidos en su fe, ellos retroceden.

Es importante aceptar la Palabra de Dios, pero es igualmente importante crecer y fortalecerse en la fe, para no apartarse. La fe se fortalece por la perseverancia en la oración sin cesar, la meditación de la Palabra de Dios, deseando continuamente la presencia de Dios. Si un creyente no ora, no medita la Palabra de Dios, él no se fortalece espiritualmente, no aprende a discernir las cosas del espíritu, y entonces no está listo para afrontar las pruebas de su fe que seguramente vendrán, y con el tiempo, sin duda, se apartará de la fe.

Leamos lo que la Palabra dice en Santiago 1:2-3, 12: «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. … Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman».

Mi petición a Dios por aquellos que han creído desde hace un breve periodo de tiempo es que el Señor les fortalezca en la fe, en la esperanza, y que les haga abundar en la caridad.

 

 

La Palabra entre espinos: Los creyentes ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida

Las espinas que ahogan la Palabra de Dios son:

– los afanes mundanos o preocupaciones de esta vida (Mateo 6:25 – Lucas 21:34) pueden ser las glotonerías, fiestas, borracheras, los llamados placeres y diversiones de la vida en general, aunque se consideren inofensivos; el trabajo, aunque sea necesario, a veces puede ahogar la Palabra de Dios si se le dedica mucho tiempo, o incluso si se trabaja en momentos inoportunos (Lucas 10:38-42), también para tener éxito en el lugar de trabajo; el tiempo dedicado a ver la televisión, el teatro, el cine, la lectura de libros mundanos, estas cosas no tienen utilidad para la fe; cualquier otra actividad mundana que no edifica al creyente sino lo empobrece espiritualmente;

– el engaño de las riquezas, sí, porque hay creyentes, nada menos que enteros movimientos de creyentes, que tienden a ser ricos pero no en la fe, sino de vil dinero; que predican un mensaje particular que se llama de la «prosperidad»; a todos aquellos que deseen llegar a ser ricos económicamente, el apóstol Pablo dice en su primera carta a Timoteo capítulo 6 versículo 9: «Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición. … « Jesús y los Apóstoles eran pobres en dinero, pero ricos en fe y en el Espíritu Santo;

– las codicias de otras cosas, es decir todos esos intensos deseos dirigidos hacia personas o cosas, tanto por motivaciones puras como impuras; los deseos de la carne.

Estas y otras cosas, penetrando en los corazones de los creyentes hacen infructuosa la Palabra de Dios.

Además, en otro pasaje de la Palabra de Dios los creyentes que son parte de esta tipología se comparan a los árboles que no llevan fruto y inutilizan también la tierra.

 

La Palabra en buena tierra: los creyentes que escuchan la Palabra y la ponen en práctica

Éstos son los creyentes que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.

Son los que aman al Señor Dios con todo su corazón; que tienen un corazón lleno de fe; que hacen lo todo con alegría y sencillez de corazón; obedecen con el corazón a los mandamientos del Señor; tienen los ojos de sus corazones bien iluminados y conocen la esperanza a la que Dios los ha llamado; cantan a Dios de corazón, aman a los hermanos de corazón, con un amor intenso y no falso.

En Romanos 7:4 está escrito: «Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios»

Nosotros, que pertenecemos a Cristo, estamos llamados a llevar fruto; pero, ¿qué se debe entender por “fruto”? La Palabra de Dios nos enseña también que significa llevar fruto; El apóstol Pablo dice a los Romanos: (Romanos 6:22) «Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis POR VUESTRO FRUTO LA SANTIFICACIÓN, y como fin, la vida eterna.»

A los Efesios escribe: (Efesios 5:8-10) «andad como hijos de luz (porque el FRUTO DEL ESPÍRITU ES EN TODA BONDAD, JUSTICIA Y VERDAD), comprobando lo que es agradable al Señor.»

En Colosenses 1:10 está escrito: «para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, LLEVANDO FRUTO EN TODA BUENA OBRA, y creciendo en el conocimiento de Dios;»

Aún en Tito 3:14: «Y aprendan también los nuestros a OCUPARSE EN BUENAS OBRAS PARA LOS CASOS DE NECESIDAD, PARA QUE NO SEAN SIN FRUTO.»

Y de nuevo en Filipenses 4:16,17 está escrito: «pues aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades. No es que busque dádivas, SINO QUE BUSCO FRUTO QUE ABUNDE EN VUESTRA CUENTA.»

La Palabra de Dios nos muestra que por fruto se entiende la santificación y las buenas obras, entonces nosotros los creyentes tenemos la obligación de santificarnos y hacer buenas obras, con un corazón alegre y con perseverancia, sin cansarse.

Gracias sean dadas a Dios que siempre termina su obra.

 

Conclusiones

Los ancianos de la comunidad, entre otros, tienen el deber de: evangelizar a los incrédulos, fortalecer a los que han creído que son todavía débiles y prepararlos para hacer frente a las persecuciones y tribulaciones que seguramente vendrán; edificar a la Iglesia de Cristo, a fin de llegar todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, para que todos sean perfectos en Cristo, creciendo en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.

Por desgracia, hoy en día he visto que esto se hace por unos pocos Ancianos; Digo esto para avergonzar a los que llevan el título de Anciano, pero no llevan a cabo su deber.

Además, les ruego, hermanos sencillos, para que se fortalezcan en la fe por medio del estudio de la Palabra de Dios, perseverando al mismo tiempo en la oración sin cansarse, siempre recordandose de los que les amonestan, les exhortan y les amaestran en la Palabra.

Éstas son sólo algunas de las cosas sobre las que meditar por medio de esta parábola.

Por el hermano en Cristo: Giuseppe Piredda

Traducido por Enrico Maria Palumbo

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Hemos ganado al maligno


triunfar-en-la-vidaCuando un equipo de fútbol o de baloncesto o cualquier otro deporte gana un trofeo, los que están de la parte de ese equipo gritan fuerte ‘¡HEMOS GANADO!’ y disfrutan de celebraciones de todo tipo, y durante estas fiestas celebran y exaltan a los vencedores. Sin embargo, celebran victorias que son vanidad, que pasan, porque «el mundo pasa, y sus deseos» (1 Juan 2:17), y las mismas celebraciones pasan.

El pueblo de Dios en cambio – gracias al triunfo de Jesucristo sobre los principados y las potestades en la cruz – puede regocijarse continuamente por su triunfo gritando siempre: ‘¡HEMOS GANADO AL MALIGNO!’ (Véase 1 Juan 2:13) y celebrar continuamente al ganador, es decir, Jesucristo el Hijo de Dios, diciendo: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5:12).

La victoria que Dios nos ha dado en Cristo Jesús es, de hecho, una victoria que va a durar para siempre y que será celebrada por Su pueblo para siempre. De hecho, Jesús murió en la cruz, pero al tercer día resucitó, y permanece para siempre. Y permanece también para siempre el que hace la voluntad de Dios.

A Dios sea la gloria en Cristo Jesús, ahora y siempre. Amén

Por el Maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

Ahora somos real sacerdocio


1 Pedro 2.9

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su misericordia por medio de Cristo nos ha hecho sacerdotes, como está escrito: «Mas vosotros sois… real sacerdocio» (1 Pedro 2:9) y de nuevo: «vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).

Bajo el antiguo pacto los sacerdotes levitas fueron designados por Dios para poner el incienso bajo sus narices, y el holocausto en el altar, de hecho ponían el incienso sobre el altar del incienso que estaba dentro del tabernáculo, y ofrecían sacrificios y holocaustos sobre el altar de los holocaustos que estaba a la entrada de la tienda de reunión; ellos, sobre los holocaustos, también debían ofrecer su relativa ofrenda que consistía de harina amasada con aceite, y también debían verter su relativa libación que se componía de una cierta cantidad de vino; fue Dios quien prescribió ofrecer sacrificios hechos por el fuego, que prefiguraban los sacrificios espirituales que hoy como sacerdotes de Dios tenemos que ofrecer a nuestro Dios que está en los cielos. Ahora vamos a ver en qué consisten estos sacrificios espirituales aceptables a Dios.

 

Ofrezcamos nuestras vidas en sacrificio a Dios

Pablo escribió a los santos de Filipos: «Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros..» (Filipenses 2:17); Pablo estaba en prisión cuando escribió esta epístola, y habría sido feliz si hubiera tenido que morir por el Evangelio. Él proclamaba el Evangelio a los gentiles, y era por ellos que él sufrió y soportó tanto sufrimiento y privaciones, de hecho, dijo a los Colosenses: «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros» (Colosenses 1:24), y escribió a los Efesios «por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros..» (Efesios 3:13); Pablo estaba dispuesto a morir por el nombre de Jesús, se había colocado en el altar a sacrificarse por los escogidos, y comparaba su muerte al derramar de la libación sobre un sacrificio. Pablo estaba listo y dispuesto a ofrecerse en libación sobre el sacrificio de la fe de los Filipenses; noten estas palabras dirigidas por Pablo a los Filipenses: «El sacrificio.. de vuestra fe ..»; él llamó la fe de los santos de Filipos «sacrificio», y esto sugiere que la fe que obra por medio del amor es un sacrificio agradable a Dios, que se complace en el que lo ofrece.

Consideremos Jesús, el Cordero de Dios y el sacrificio que Él ofreció a Dios por todos nosotros; Pablo escribió a los santos en Éfeso que Cristo «se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante» (Efesios 5:2). Jesús se ofreció a sí mismo como sacrificio a Dios por nosotros, Él se despojó a sí mismo para que nosotros pudiésemos ser exaltados, Él nos ha dado el ejemplo que nos muestra lo que significa presentar el cuerpo como un sacrificio agradable a Dios. Dios se complació en su Hijo, porque dijo: «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Lucas 3:22) y Jesús mismo explicó la razón por la cual el Padre lo amaba, y dijo: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar» (Juan 10:17). Jesús fue amado por Dios porque dio su vida por todos nosotros; Dios sintió un olor fragrante cuando su Hijo se ofreció a sí mismo por nosotros, y Dios sentirá un olor fragrante también si damos nuestra vida por los hermanos, porque ofreceremos nuestros cuerpos como sacrificio a Dios, como Jesús ofreció el suyo por nosotros.

Juan escribió: «En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Juan 3:16).

Epafrodito era un colaborador de Pablo y aquí de qué manera se ofreció a sí mismo en sacrificio a Dios: Pablo testificó de él a los santos de Filipos: «por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí» (Filipenses 2:30).

Aquila y Priscila, los compañeros de trabajo de Pablo para el Reino de Dios, dieron su vida en sacrificio a Dios por Pablo, de hecho, el apóstol dice a los Romanos hablando de ellos: «expusieron su vida por mí» (Romanos 16:4); este es el verdadero culto rendido a Dios en que Él se complace.

Ustedes saben que es mucho más difícil sacrificarse por el bien de los demás, más que por su propia cuenta, pero ustedes saben que no tenemos que vivir en la tierra para nosotros mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros, para que su nombre sea glorificado por el sacrificio de nuestras vidas dado a Dios, para el bien de los hermanos.

 

Las buenas obras son sacrificios aceptables a Dios

Está escrito: «Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios» (Hebreos 13:16); quienes hacen el bien a su prójimo, y le hace parte de sus posesiones materiales, ofrece un sacrificio aceptable a Dios, y esto es confirmado por estas palabras que Pablo dirigió a los santos de Filipos que le habían enviado una ofrenda a través de Epafrodito: «Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Filipenses 4:18). En este sentido, quiero decirles que cualquier oferta de dinero o de otro género que nos hacemos a los santos no debe ser manchada por el fraude para ser agradable a Dios; en la ley está escrito: «No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová tu Dios por ningún voto» (Deuteronomio 23:18), lo que significa es que el salario de una prostituta ofrecida en el templo habría sido una abominación para Dios y de hecho Salomón dijo: «El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová» (Proverbios 15:8). Bajo el antiguo pacto, la víctima ofrecida a Dios a través del fuego tenía que ser perfecta, sin defectos, para ser agradable a Dios, de hecho está escrito en la ley: «Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros. Asimismo, cuando alguno ofreciere sacrificio en ofrenda de paz a Jehová para cumplir un voto, o como ofrenda voluntaria, sea de vacas o de ovejas, para que sea aceptado será sin defecto» (Levítico 22:20,21), por lo tanto también una oferta en dinero debe ser el resultado de un trabajo honesto para ser un sacrificio agradable a Dios.

 

El espíritu roto es un sacrificio aceptable a Dios

El espíritu roto es otro sacrificio espiritual agradable a Dios. David, después de haber cometido adulterio con Betsabé y haber matado a Urías el Hitita, el esposo de Betsabé, confesó sus pecados a Dios y dijo: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio» (Salmo 51:4), y también: «Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado» (Salmo 51:2). David era culpable de una falta grave y de acuerdo a la ley de Moisés, tanto los que cometían adulterio con la esposa de su vecino, como los que mataban a su prójimo con premeditación debían ser condenados a muerte; no habían ofrendas o sacrificios por el pecado que el autor de estos delitos podía ofrecer a Dios para ser perdonado de estos pecados. David reconoció su pecado ante Dios y oró para que tuviese misericordia de él; David sabía que a Dios no le habría gustado ni sus sacrificios ni sus holocaustos, de hecho le dijo a Dios: «Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto» (Salmo 51:16), pero él sabía también que Dios requería de él un sincero arrepentimiento, de hecho dijo: «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmo 51:17). El pueblo de Israel cuando abandonó a Dios y dio la espalda a la ley de Dios, siguió ofreciendo sacrificios y holocaustos, pero Dios no le miró con agrado, está escrito en Isaías: «no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos» (Isaías 1:11), y en Amós: «Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré» (Amós 5:22), ¿y por qué esto? Porque el pueblo cometía toda clase de iniquidades y no se humillaba ante Dios, no confesando sus iniquidades y no abandonandoles y por lo tanto Dios despreciaba sus sacrificios. En el caso de David, Dios habría despreciado sus sacrificios, si él les hubiese ofrecido a él para ser perdonado sin arrepentirse de sus pecados, pero David sabía lo que eran los sacrificios que Dios requería de él y que Él no habría rechazado: un corazón quebrantado y contrito, Dios no lo habría despreciado por supuesto, y así fue, porque David se rompió el corazón y con el corazón roto se fue a Dios pidiendole que lo limpiase de sus pecados, y Dios lo perdonó.

Nosotros, como sacerdotes de Dios tenemos que ofrecer estos sacrificios a Dios, un corazón contrito y humillado; humillémonos delante de Dios, sabiendo que «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9); amados, el Señor da la bienvenida a aquellos que van a Él con sinceridad, confesando sus iniquidades y nunca los echa fuera.

 

La alabanza es un sacrificio aceptable a Dios

Otro sacrificio espiritual que nosotros, como sacerdotes de Dios, debemos ofrecer a Dios es el sacrificio de alabanza, como está escrito: «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre» (Hebreos 13:15). Nosotros, cuando alabamos a Dios con nuestros labios, Le ofrecemos a Dios un sacrificio espiritual en el que Él se complace; como está escrito: «Sacrifica a Dios alabanza» (Salmo 50:14), es una orden y hay que ejecutarla. Amados, alabemos a Dios con cánticos, porque Él es bueno, y su misericordia es para siempre sobre los que le temen; Jehová nos ha redimido de las manos del enemigo y nos llevó en sus manos, nos dando motivos para alabarle continuamente.

Pablo escribió a los santos: «cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales» (Colosenses 3:16), esto significa que el sacrificio de alabanza, para agradar a Dios, le debe ser ofrecido con el corazón bajo la influencia de la gracia. Dios dice: «El que sacrifica alabanza me honrará» (Salmo 50:23), entonces el sacrificio de alabanza es un olor fragrante que los santos envían a las narices de Dios en el que Dios se complace, y cómo puede ser aceptable a Dios también lo sabía David que dijo: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico, Lo exaltaré con alabanza.Y agradará a Jehová más que sacrificio de buey, O becerro que tiene cuernos y pezuñas» (Salmo 69:30,31); Estas palabras las dijo por el Espíritu, un hombre conforme al corazón de Dios, que ofreció a Dios tanto los holocaustos y sacrificios de acción de gracias de los que se habla en la ley de Moisés, como el sacrificio de alabanza.

Ahora, quiero decirles algo que creo sea necesario; el hecho de que una canción tenga una melodía hermosa, no significa necesariamente que el texto esté en armonía con la verdad y en este sentido les doy un ejemplo: hay una canción en nuestros himnarios que muchos de ustedes hermanos cantan que dice: «el templo de Dios quiero ser… con la sangre de tu Hijo destruye Tú la esclavitud que me separa de ti», por mencionar sólo unas pocas palabras de la misma. Pero yo les pregunto: «¿No saben que ya son el templo de Dios? ‘; ¿no saben que la sangre de Jesucristo ya ha destruido la esclavitud que les separaba de Dios? Ustedes, pues, son ya el templo de Dios y no tienen que quererlo ser; cuando ustedes dicen, «El templo de Dios quiero ser», es como decir: «Señor, sálvame porque estoy muerto en mis pecados», o «Quiero nacer de nuevo». Ustedes ya han sido libertados del pecado por la sangre de Jesús, ¿por qué entonces dicen: «Con la sangre de tu Hijo destruye Tú la esclavitud que me separa de ti?». Yo también después de que me convertí al Señor he estado cantando esta canción desde hace algún tiempo, pero ha llegado el día que dejé de hacerlo porque llegué a la conclusión (escudriñando las Escrituras) que no es justo que nosotros los creyentes canten estas palabras, porque a través de ellas nos contristamos el Espíritu Santo que está en nosotros.

Quiero decirles otra cosa que creo que sea necesaria que ustedes sepan; en toda la Escritura no se menciona un solo cántico dirigido directamente al Espíritu Santo (repito: ni uno) y sin embargo, hay muchos himnos y versos en nuestros himnarios que se dirigen directamente y específicamente al Espíritu Santo. Ahora, entendiendo que «el Señor es el Espíritu» (2 Corintios 3:17) y que, como dice Juan, «tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno» (1 Juan 5:7), les pregunto: ‘¿Por qué tienen que ponerse para cantar al Espíritu Santo cuando esto no se puede confirmar de ninguna manera con las Escrituras? ¿Por qué van a practicar más allá de lo que está escrito? Consideren los salmos; existen ciento cincuenta salmos y sin embargo ninguno de ellos se dirige directamente al Espíritu Santo. Ahora, muchos de los salmos los escribió David, el dulce cantor de Israel, y quiero que se den cuenta de esto, y es que Jesús, en referencia a las palabras de un salmo de David, dijo: «Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estrado de tus pies» (Marcos 12:36; Salmo 110:1); Pedro también confirmó que David habló por el Espíritu Santo cuando dijo (después de que Jesús fue llevado al cielo): «Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús.. Porque está escrito en el libro de los Salmos: sea hecha desierta su habitación, y no haya quien more en ella;y: tome otro su oficio» (Hechos 1:16,20; Salmo 69:25; 109:8); estas palabras de Pedro se escriben respectivamente, en el sesenta y nueve y cien novesimo salmo. Pero en estos dos salmos hay otras palabras que el Espíritu Santo habló por boca de David, y entre ellas hay estas: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico, Lo exaltaré con alabanza» (Salmo 69:30) y: «Yo alabaré a Jehová en gran manera con mi boca, y en medio de muchos le alabaré..» (Salmo 109:30). En el nonagésimo quinto salmo se lee: «Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón», y en la Epístola a los Hebreos, estas palabras se atribuyen al Espíritu Santo, como está escrito: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.. «(Hebreos 3:7,8; Salmo 95:8), pero en el mismo Salmo, el Espíritu Santo dice: «Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación»; he mencionado estas Escrituras para que ustedes noten que los que escribieron los Salmos, han pronunciado esas palabras por medio del Espíritu Santo, y las alabanzas e himnos que han cantado les han cantado a Dios a través del Espíritu Santo, ellos nunca cantaron por el Espíritu Santo himnos al Espíritu Santo, sin embargo, esto no nos lleva a decir que David no creía en el Espíritu Santo, o que los que escribieron los salmos no honraron el Espíritu Santo porque no cantaron al Espíritu Santo. Hermanos, tengan cuidado de que el hecho de que en las Escrituras no haya ni siquiera un himno dirigido al Espíritu Santo, no quiere decir que el Espíritu Santo no es Dios, porque las mismas Escrituras dan testimonio de muchas y variadas formas que el Espíritu Santo es Dios.

Hay un himnario en el que no hay errores de cualquier tipo, y este es el libro de los Salmos, y yo creo que si de ciento cincuenta salmos escritos por hombres que oraban a Dios y cantaban a Dios a través del Espíritu, no hay un sólo himno dirigido directamente al Espíritu, nadie tiene el derecho de empezar a escribir canciones al Espíritu para que los fieles las canten.

Jesús estaba lleno del Espíritu Santo, predicó por el Espíritu, enseñó por el Espíritu, expulsó a los demonios por el Espíritu de Dios, sanó a los enfermos por el Espíritu, resucitó a los muertos por el Espíritu, pero no alabó al Espíritu, sino a su Padre, como está escrito: «En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Mateo 11:25,26); el Hijo de Dios que descendió del cielo nos ha dejado un ejemplo en todas las cosas, vamos a imitarlo.

También después de que el Espíritu Santo fue derramado en el día de Pentecostés, ni los apóstoles ni los discípulos comenzaron a cantar himnos al Espíritu Santo, sin embargo, fueron llenos del Espíritu, y sin embargo, sabían lo que era el Espíritu; como está escrito: «comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios…» (Hechos 2:46,47), y esto ocurrió después del día de Pentecostés!

Ahora vamos a ver si hay alguien en el cielo cantando al Espíritu Santo, porque si así fuese, nosotros también debemos hacerlo en la tierra; Juan, que fue arrebatado en espíritu ante el trono de Dios en el cielo, escribió en el libro de Apocalipsis: «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza » (Apocalipsis 5:8-12), y: «Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado» (Apocalipsis 15:2-4). A partir de estas Escrituras es claro que Juan no vio y no oyó a nadie en el cielo cantando al Espíritu Santo y sepan que también nosotros, cuando llegaremos al cielo, no iremos a cantar al Espíritu Santo, porque en el cielo alabaremos a Dios y al Cordero de Dios. Díganme hermanos, pero si alguien les pregunta: «¿Me pueden mostrar por las escrituras que lo que hacen, cantando al Espíritu, se hizo también por los antiguos discípulos? ‘, ¿que Escrituras les van a citar para demostrar que no se debe practicar más de lo que está escrito?

Pablo escribió a los Corintios: «Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros» (1 Corintios 4:6); todos tenemos que aprender a no practicar más de lo que está escrito, y esto se aprende siguiendo el ejemplo que nos han dejado los apóstoles, y ya que sabían lo que era la voluntad de Dios en Cristo Jesús hacia los santos, y en sus epístolas (y ni siquiera en el libro de los Hechos de los Apóstoles) no hay alguna prueba de cánticos dirigidos directamente al Espíritu Santo, yo creo que no sea correcto hacer lo que no han hecho y no han dicho que hiciésemos. Yo, es por amor a los hermanos que dejé de cantar al Espíritu, para que a través de mí, en esto, aprendan a no practicar más de lo que está escrito. ¿Qué ganancia tendría en el practicar más de lo que está escrito? Noten que Pablo dijo: «Pero esto, hermanos (que se refiere a lo que había escrito antes) lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos»; esto significa que fue por el verdadero amor que sentía hacia aquellos santos que Pablo aplicó estas cosas a él y Apolos, para que los santos, por su ejemplo, aprendiesen de ellos a basarse solamente en lo que estaba escrito y no se envaneciesen unos contra otros. Hoy en día, muchos de los que cantan al Espíritu, cuando ustedes les dicen que lo que hacen no está escrito en las Escrituras y que ni Jesús ni los apóstoles cantaron al Espíritu, hacen salir de su boca palabras de maldad que se deben al orgullo que hay en ellos que les impide reconocer que lo que hacen no es bíblico. Nos difaman diciendo: «¡Ustedes no creen al Espíritu Santo! ‘; pero quiero decirles que los que no creen en el Espíritu Santo no son los que no cantan al Espíritu Santo, sino los que rechazan la manifestación del Espíritu Santo; miren, son los creyentes carnales que ni siquiera saben lo que sucedió en el día de Pentecostés en Jerusalén y que rechazan la manifestación del Espíritu, de hecho, porque no creen a lo que el Espíritu dice y revela todavía hoy en día, y porque han rechazado los dones del Espíritu Santo, que dicen a los que no cantan al Espíritu: «Ustedes no conocen el Espíritu»; ‘Ustedes no son espirituales» y muchas otras cosas que no son ciertas.

Nosotros los hijos de Dios refutamos las falsas doctrinas y comportamientos de las sectas, y lo hacemos a través de las Sagradas Escrituras en defensa del Evangelio; pero cuando se trata de refutar una enseñanza (o una determinada forma de actuar) que no es escritural entre nosotros, muchos no muestran en absoluto aquel apego a la Palabra de Dios que muestran para refutar las doctrinas de los católicos romanos, los mormones, los testigos y muchas otras sectas, y esto se debe a que no quieren aprender a practicar no más de lo que está escrito. Algunas personas dicen: «Pero los que han escrito las canciones para el Espíritu eran hermanos, algunos de los cuales también predicaban la Palabra»; No estoy diciendo que los que han escrito estas canciones no eran hermanos, pero creo que tenemos el derecho y el deber de examinar las Escrituras para ver si las cosas que se dicen y hacen incluso por los ministros del Evangelio, estén verdaderamente así, ya que si las Escrituras no dan testimonio de esas cosas que dicen o hacen hacer, tenemos el deber de abstenernos de esas cosas para que no aprendamos a practicar más de lo que está escrito. ¿Tengo que cantar «cruz que sangra aún», o» Jesucristo sigue sangrando» porque el que escribió esta canción era un hermano? ¿o porque la melodía de la canción es hermosa? ¿Debo cantar una mentira para agradar a los hombres? ¿o por que la cantan un gran número de fieles? La Escritura nos enseña que en el Gólgota Jesucristo derramó su sangre y no la cruz y tampoco que Jesucristo está sangrando aún, porque está escrito: «Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (Juan 19:34), pero esto es lo que pasó, ahora desde el costado de Jesús no está continúando a gotear sangre; hermanos, examinen lo todo, incluso las letras de las canciones, que lo hagan por las Escrituras con toda diligencia.

 

La acción de gracias es un sacrificio aceptable a Dios

Bajo el antiguo pacto los sacerdotes ofrecían sacrificios llamados «sacrificios de acción de gracias»; también nosotros tenemos que ofrecer a Dios un sacrificio de acción de gracias que, sin embargo, es espiritual. Pablo dice: «Dad gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:18), por lo tanto debemos dar gracias a Dios en todo y en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

 

La oración pura es un olor fragrante

Dios, en la ley había mandado a construir un altar de incienso y de ofrecer en él un perfume, diciendo también de que manera se tenía que hacerlo, de hecho, Dios le dijo a Moisés: «Dijo además Jehová a Moisés: Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de todo en igual peso, y harás de ello el incienso, un perfume según el arte del perfumador, bien mezclado, puro y santo. Y molerás parte de él en polvo fino, y lo pondrás delante del testimonio en el tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti. Os será cosa santísima» (Éxodo 30:34-36); la oración de los santos es un olor fragante que sube delante de Dios y esto lo proclama David cuando dice: «Suba mi oración delante de ti como el incienso» (Salmo 141:2); Juan también lo confirma cuando dice: «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos» (Apocalipsis 5:8). Como el olor de incienso bajo la ley debía ser puro así también nuestra oración, para ser agradable a Dios, debe ser pura; Job era un hombre perfecto y recto en su tiempo y en medio de sus aflicciones él dijo que su oración fue siempre pura (Véase Job 16:17), y por lo tanto también podía decir: «Yo soy uno que invoca a Dios, y él le responde» (Job 12:4), porque él oraba a Dios con un corazón sincero. Dios no escucha y no le gusta la oración dirigida a Él con un corazón falso, porque está escrito: «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66:18).

La Escritura enseña que Dios acepta la oración pura de los que son rectos de corazón porque está escrito: «Mas la oración de los rectos es su gozo» (Proverbios 15:8), pero también que Él rechaza las oraciones impuras y sin sal, es decir, las oraciones ofrecidas a Él con un corazón lleno de hipocresía y de maldad.

Está escrito: «El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable» (Proverbios 28:9), y de hecho Dios habló de esta manera a los que no le obedecían, y le rogaban, y le ofrecían el incienso: «cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… el incienso me es abominación» (Isaías 1:15,13), por lo tanto hermanos prestemos atención a los mandamientos de Dios, de lo contrario, nuestras oraciones serán rechazadas por Dios. Nosotros oramos a Dios en el nombre de Jesucristo, porque Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará» (Juan 16:23); el Hijo de Dios está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros, así que acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro por sus poderosas liberaciones.

 

La elevación de las manos es un sacrificio

Se puede orar a Dios con las manos levantadas, como está escrito: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1 Timoteo 2:8), y también David dijo: «El don de mis manos como la ofrenda de la tarde» (Salmo 141:2).

Esdras era un sacerdote de Dios y también un escribano y después de que regresó de Babilonia a Jerusalén, escuchó decir que los israelitas, al regresar de su cautiverio, se habían casado con las mujeres extranjeras y al oír esto se rasgó las vestiduras y la capa, se rasgó su pelo de la cabeza y de la barba y se sentó consternado. Entonces, a la hora del sacrificio de la tarde, escribió: «Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza…» (Esdras 9:5,6). Esdras entonces, oró a Dios de rodillas y con sus manos extendidas a Jehová, confesando las iniquidades de todo el pueblo al Señor.

Salomón también oró a Dios en presencia del pueblo con sus manos extendidas, de hecho está escrito: «Luego se puso Salomón delante del altar de Jehová, en presencia de toda la congregación de Israel, y extendiendo sus manos al cielo, dijo: Jehová Dios de Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra… «(1 Reyes 8:22,23). También acerca de la elevación de las manos es necesario decir que Dios no mira con buenos ojos la elevación de las manos llenas de violencia y sangre, Él, de hecho, a través de Isaías, dijo a los rebeldes que estaban haciendo el mal con sus manos y luego les extendían a Dios: «Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos,… porque vuestras manos están contaminadas de sangre» (Isaías 1:15; 59:3).

 

Nuestro culto racional

Pablo dijo a los santos en Roma: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Romanos 12:1); nosotros, como sacerdotes de Dios bajo el nuevo pacto tenemos que ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio a Dios, y esto se hace mediante la renuncia a los deseos carnales que batallan contra el alma y presentando nosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros, que son los miembros de Cristo, como instrumentos de justicia a Dios. Presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios no significa hacerse incisiones como los profetas de Baal en los días de Elías, y ni siquiera subir de rodillas las escaleras así llamadas «santas», pelandose las rodillas y haciendolas sangrar; en la tierra hay muchos falsos profetas que mandan sus seguidores a torturar su carne con todo tipo de torturas; sepan que esas cosas son abominables a los ojos de Dios, y a través de las cuales ellos no glorifican a Dios con sus cuerpos, pero se lastiman a sí mismos incitados por el diablo. La sabiduría dice: «A su alma hace bien el hombre misericordioso mas el cruel se atormenta a sí mismo» (Proverbios 11:17); nosotros como hijos de Dios no debemos estropear nuestro cuerpo porque es el templo de Dios; como está escrito: «Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna» (Levítico 19:28), por lo tanto, es una cosa contraria a la sana doctrina, tanto el hecho de hacerse incisiones para sangrar, como imprimirse los llamados ‘tatuajes’, que muchos paganos se imprimen en el cuerpo.

Debemos hacer frente a las necesidades de nuestro cuerpo, pero no podemos cumplir los deseos de la carne, porque está escrito: «no proveáis para los deseos de la carne» (Romanos 13:14). Algunos dirán: «¿Es posible no proveer para los deseos de la carne?» Claro, por qué está escrito: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Pero ¿de qué manera es posible? Pablo dijo: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (Gálatas 5:16); caminar en el Espíritu significa cumplir con los deseos del Espíritu, sí, porque el Espíritu tiene deseos que son buenos, justos y santos, como está escrito: «el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Romanos 8:6). La carne en cambio tiene deseos que van en contra al Espíritu, «porque el ocuparse de la carne es muerte» (Romanos 8:6); ahora que todavía estamos viviendo en este cuerpo, sentimos los estímulos pecaminosos de la carne, y debemos vigilar para no regresar a obedecer a los deseos de la carne, los deseos que nos llevarían a la muerte si los obedeciésemos porque está escrito: «si vivís conforme a la carne, moriréis» (Romanos 8:13).

La Escritura también dice: «si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:13); pero ¿cuáles son estas obras de la carne? Son todos esos actos ilícitos e impuros que le gustan a la carne, como está escrito: «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría» (Colosenses 3:5), así que sabemos lo que tenemos que hacer morir y esto lo podemos hacer a través del Espíritu Santo que mora en nosotros y no con nuestra fuerza, porque el Señor dice: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu» (Zacarías 4:6).

Ahora que el Señor nos ha hecho libres del pecado, nuestra manera de vivir debe ser santa y justa, como está escrito: «como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» (1 Pedro 1:15). Hemos sido santificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo «por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11), pero es también cierto que «no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación» (1 Tesalonicenses 4:7), esto significa que si, por un lado Jesucristo nos ha sido hecho por Dios «santificación» (1 Corintios 1:30) y tenemos el derecho y el privilegio de ser llamados los «santos que están en la tierra» (Salmo 16:3), del otro debemos santificarnos.

Pablo había sido santificado en Cristo y perfeccionaba la santificación y les exhortaba a los santos a perfeccionarla, de hecho, él escribió a los Corintios: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Corintios 7:1).

Hermanos, debemos santificarnos, absteniéndonos de toda forma de mal, y al hacerlo, se lucha contra el pecado; no piensen que nuestra vida en la tierra sea una especie de vacación, no se equivoquen, estamos en guerra y hay que luchar contra el pecado; La Escritura dice: «Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado» (Hebreos 12:4), esto significa que hay una resistencia que los creyentes tenemos que mostrar contra el pecado, de lo contrario ¿por qué la Palabra hablaría de una lucha contra el pecado? Por lo tanto, hermanos, ármense con este pensamiento, es decir, que ustedes también deben dedicar el tiempo que le queda para vivir en su cuerpo, en el servicio de la justicia y no al servicio de los deseos de la carne; el pecado no es un enemigo que podemos subestimar, quien lo subestima se engaña a sí mismo, el pecado es una obra del diablo y mata como mata el diablo (como está escrito: «Él (el diablo) ha sido homicida desde el principio» [Juan 8:44]), entonces miren por ustedes mismos.

No hay santos en la tierra que puedan decir que son sin pecado, o no han pecado, e incluso si alguien dijera: «Yo soy sin pecado» o: «No he pecado desde que me convertí», sabemos que mentiría, porque Juan, el apóstol, dice: «Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado» (1 Juan 1:8) y otra vez: «Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1 Juan 1:10); Sin embargo hay santos en la tierra que luchan contra el pecado, se oponen al pecado y lo odian; ellos apoyan la buena batalla y Dios se deleita en ellos.

Hermanos, es cierto, todos fallamos en muchas cosas, no hemos ya llegado a la perfección, tenemos ante nosotros un curso para el que tenemos que seguir caminando, todos estamos obligados a decir a Dios: «Padre nuestro que estás en los cielos perdónanos nuestras deudas», pero les insto a no permanecer indiferentes ante las obras del diablo y a no participar en ellas, en cambio repréndanlas; no se dejen cegar los ojos por las tinieblas y no se dejen seducir tampoco por aquellos que dan la oscuridad por luz, y lo amargo por dulce, que conducen un tipo de vida que muestra claramente que a pesar de que estén vivos, ellos están muertos porque se dan a los placeres del pecado, van detrás de los deseos de la carne y luego durante el culto cantan «mis mejores años quiero vivirlos por ti, por ti mi Señor que moriste por mí», pero no pasan su tiempo al servicio de la justicia, sino al servicio del pecado; alguien les dijo: «¡Ustedes han sido santificados, han recibido el conocimiento de la verdad y no pueden perder la salvación de ninguna manera! Pero no es así, porque Jesús dijo: «El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden» (Juan 15:6). Jesucristo es la vid verdadera, y los que hemos creído en Él somos los pámpanos, pero algunos de estos pámpanos se han secado debido a que han decidido que no quieren permanecer unidos al Señor, han dejado de guardar los mandamientos de Dios, ya que pasan su tiempo sirviendo a sus propios vientres; se engañan a sí mismos, han pensado que podían llegar a servir de nuevo el pecado sin llevar el castigo de la desobediencia y murieron. Con ellos no hay comunión de espíritu, porque ellos ponen la mente en las cosas de la tierra, ellos cosecharán tormentos si no se arrepienten; Dios les dice: «Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones» (Jeremías 3:22).

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

Como corderos en medio de lobos


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Cuando Jesús envió a los setenta discípulos, les dijo, entre otras cosas: «Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos» (Lucas 10:3). Hermanos, en este mundo somos realmente como corderos en medio de lobos. Esta es la razón por la cual hay que ser prudentes (no astutos) como serpientes y sencillos como palomas (Mateo 10:16).

Quien tiene oídos para oír, oiga.

Por el Maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

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No améis al mundo


115089300El apóstol Juan dice: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:15-17).

Con la palabra mundo aquí tenemos que entender los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida. Para ser más específico, algunas cosas que son parte de las cosas del mundo son la fornicación, las lascivias, los atracones, las borracheras, la forma de vestir pomposa, indecente y provocativa tanto para el hombre como para la mujer (sobre todo para las mujeres menciono las minifaldas, los pantalones, las camisas transparentes apretadas y escotadas, la joyería, el maquillaje); jugar a la lotería y el juego de azar, ir a la playa medio desnudos, amar el dinero y la riqueza, así como el lujo, alimentarse con las perversiones y frivolidades televisivas, ir al cine, teatro, discoteca, night club, «casino» , ir a ver, o ver el partido de fútbol, ir detrás de la música mundana.

¿Qué dice el Apóstol ? Que no debemos amar al mundo. ¿Por qué? Porque todo lo que hay en el mundo no proviene de Dios, sino del mundo, y sabemos que «el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19), que es el enemigo de Dios.

Es por eso que a nosotros, los que han sido redimidos de este presente siglo malo, es mandado de no amar al mundo, porque si lo hiciésemos comenzaríamos a amar lo que es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, y nos convertiríamos en enemigos de Dios ¿Se acuerdan como Santiago llamaba a los creyentes que amaban al mundo? «¡Oh almas adúlteras!», y también les dijo: «¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Santiago 4:4).

Guardense, pues, de todos aquellos que con sus palabras o con su ejemplo les animan a amar al mundo, porque no buscan su bien, sino su mal. Ellos no les aman, porque el amor del Padre no está en ellos porque aman al mundo. No dejense seducir por sus palabras dulces y halagadoras, porque detrás de ellas se encuentra una maquinación del diablo. Quieren llevarles lejos de Dios, y por lo tanto lejos de Su santidad. Sus discursos que se centran en las libertades que ahora tenemos en Cristo, son charlas perversas de gente perversa, que han cambiado la gracia en libertinaje.

La gracia sea con vosotros

Por el Mestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

 

Somos salvos para que hagamos buenas obras


Un_bicchiere_dacqua_fresca (1)Juan dice: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10).

Hermanos, Dios nos ha amado primero, no podemos decir que fuimos los primeros que lo amaron, porque hubo un momento en que todos nosotros estábamos muertos en nuestros pecados, nosotros éramos enemigos de Dios en nuestra mente y en nuestras malas obras; estábamos aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros, por lo tanto en la muerte, porque «El que no ama permanece en la muerte» (1 Juan 3:14); nosotros no conocíamos a Dios, porque «El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor» (1 Juan 4:8). Cada uno de nosotros se apartó por su camino; recordando los años pasados ​​en el servicio del pecado, hay que decir que también nosotros seguíamos la corriente de este mundo, y sin embargo vivíamos en obediencia a los deseos de la carne y de los pensamientos; así que éramos por naturaleza hijos de ira, «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…» (Efesios 2:4-5). Dios nos ha mostrado Su gran amor «en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8), y debemos de continuo darle las gracias por su don inefable, la vida eterna que Él nos ha dado. Consideren esto: que Dios nos ha dado vida eterna, y no por las buenas obras que nosotros hubiéramos hecho, sino por su gran misericordia para con nosotros; hemos obtenido la vida eterna por gracia por medio de la fe, como está escrito: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3:36). Consideren esto también; el precio de la redención del alma ha sido pagado en su totalidad por Cristo Jesús, ya no hay nada más que pagar porque Él en la cruz antes de morir, dijo: «Consumado es» (Juan 19:30), por esta razón, la salvación del alma se obtiene de forma gratuita por la fe en Cristo, sin las obras de la ley.

Ahora, no somos salvos por las buenas obras, pero somos salvos para hacer buenas obras, como está escrito: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2:10).

El Señor se ha dado a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y nos hacer un pueblo celoso de buenas obras; hermanos, como antes de conocer a Dios demostrábamos nuestra locura, haciendo lo malo, ahora debemos mostrar nuestra sabiduría, haciendo el bien. Santiago, hablando de la fe, dice que «si no tiene obras, es muerta en sí misma» (Santiago 2:17) y que «como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Santiago 2:26).

Hermanos, la fe sin obras está muerta, lo que tiene valor delante de Dios es la fe que obra por el amor. Tomemos por ejemplo la fe de Abraham, nuestro padre; Santiago dice acerca de Abraham: «¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios» (Santiago 2:21-23; Génesis 15:6; Isaías 41:8). Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia, (por lo tanto es su fe que le fue contada por justicia), y esto sucedió antes del nacimiento de Isaac. Después del nacimiento de Isaac, cuando todavía era un niño, Dios le ordenó a Abraham: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré» (Génesis 22:2) y Abraham obedeció a Dios, de hecho, se levantó, tomó a su hijo y se fue a la montaña que Dios le mostró para que ofreciese Isaac en holocausto. La Escritura dice al respecto: «Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (Hebreos 11:17,19), esto significa que la fe de Abraham, en la prueba, no se detuvo, pero continuó obrando lo que Dios le había mandado a hacer. Tengan en cuenta que está escrito: «Por la fe Abraham, cuando fue probado ofreció a Isaac» (Hebreos 11:17), entonces lo que Abraham hizo, lo hizo por la fe; acerca de Abel también está escrito que «por la fe ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín» (Hebreos 11:4), esto nos enseña que todas las buenas obras que estamos llamados a hacer, debemos hacerlas por la fe. Sepan que cada vez que una necesidad se presenta dentro de la hermandad somos probados, (al igual que Abraham), porque el mandamiento de Dios es: «Ayuden a los hermanos necesitados» (Romanos 12:13), pero el tentador nos tienta donde no se observa este mandamiento, y por lo tanto es inevitable que nazca una lucha que en medio de la cual sabemos que tenemos que someternos a Dios y resistir al diablo.

Quiero recordarles que es Dios que ha preparado las buenas obras, esto significa que Él permite y crea ciertas necesidades dentro de la hermandad, para poner a prueba nuestra fe y nuestro amor. Él quiere ver si seguimos o no sus mandamientos. Abraham habría podido decir: ‘Pero, ¿por qué tengo que sacrificar mi único hijo? ¿De qué sirve que yo lo ofrezca en holocausto?’ Pero él no dijo nada; él obedeció y ofreció a Dios su hijo «pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (Hebreos 11:19).

Pablo, acerca de la ayuda para los pobres de entre los santos, dijo a los Corintios: «Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre» (2 Corintios 9:7-9); Noten que primeramente Pablo da este orden a los santos: «Cada uno dé como propuso en su corazón» (2 Corintios 9:7) y luego dice: «Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia..» (2 Corintios 9:8). Como Abraham ofreció a Isaac creyendo que Dios es capaz de resucitar de entre los muertos, así ustedes siempre provean a las necesidades de los santos, creyendo que Dios es capaz de hacer que toda gracia abunde en ustedes; como Abraham volvió a tener a su hijo, así ustedes no perderán lo que dan a los necesitados, pero lo recuperarán con seguridad (en la forma y tiempo establecido por Dios), porque Dios «es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6); Dios ve lo que hacen a los pobres de entre los santos y facilitará a todas sus necesidades porque Él es fiel y a su tiempo recompensará todo su buen trabajo.

Dios quiere que llevemos fruto en toda buena obra; Jesús dijo: «el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5), entonces los que guardan los mandamientos de Dios, llevan mucho fruto, pero los que no lo hacen no pueden dar frutos, «como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Juan 15:4). Jesús también dijo: «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos» (Juan 15:8), entonces también sabemos que nuestro Dios será glorificado en nosotros, si practicamos su Palabra.

Ahora vamos a ver algunas buenas obras transcritas en la Palabra; Pablo dice: «Sea puesta en la lista sólo la viuda no menor de sesenta años, que haya sido esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra» (1 Timoteo 5:9-10), por lo tanto la iglesia debe ayudar a las mujeres que son realmente viudas, es decir las que están solas, sin hijos y nietos, porque esto es justo ante los ojos de Dios, y los requisitos para que estas viudas puedan ser puestas en la lista son estos: no deberá ser menor de sesenta años, debe haber sido las esposas de un marido solamente, debe ser conocida por sus buenas obras, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos (tengan en cuenta que este es una buena obra), socorrido a los afligidos y practicado toda buena obra; en cambio no deben ser ayudadas esas viudas que se dan a los placeres, que primero se rebelan en contra de Cristo y luego quieren casarse, que aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando lo que no debieran. Pablo dice: «Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia» (1 Timoteo 5:14), por lo tanto las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; y «si algún creyente o alguna creyente tiene viudas, que las mantenga, y no sea gravada la iglesia, a fin de que haya lo suficiente para las que en verdad son viudas» (1 Timoteo 5:16). Job dijo: «al corazón de la viuda yo daba alegría» (Job 29:13) y esto es lo que la iglesia debe hacer, debe hacer regocijar el corazón de la viuda que lo es auténticamente; la iglesia tiene que levantarse en favor de la viuda y hacer valer su derecho de viuda; que nadie vaya a hacer de la viuda su presa, ya que el «defensor de viudas» (Salmo 68:5) que está en los cielos lo castigará; Dios castiga a los que devoran las casas de las viudas, porque Él es justo. Dios también quiere que las viudas sean visitadas en sus tribulaciones. Los santos deben también visitar a los huérfanos en sus tribulaciones; los santos deben dar comida, bebida y ropa a aquellos de entre el pueblo de Dios que se encuentran en estas necesidades (y también a los de fuera que están en necesidad de acuerdo que tienen la oportunidad); los santos deben visitar a los enfermos y los encarcelados por el bien del Evangelio. Los santos deben proveer a los gastos de viaje de los ministros del Evangelio sin que les falte nada, como está escrito: «A Zenas intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que nada les falte» (Tito 3:13); los que anuncian el Evangelio deben vivir del Evangelio, entonces los que son instruidos en la Palabra deben proveer a las necesidades de aquellos que les enseñan. Los santos deben practicar la hospitalidad, como está escrito: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (Hebreos 13:2) y «practicad la hospitalidad» (Romanos 12:13), y sin murmurar porque Pedro dice: «Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones» (1 Pedro 4:9); tengan en cuenta de que está escrito: «los unos a los otros», por lo tanto la hospitalidad debe ser mutua.

Lidia en Filipos, cuando fue bautizada con los de su propia casa hospedó a los siervos del Señor, de hecho, Lucas dice: «Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos» (Hechos 16:15). También el carcelero de Filipos después que fue bautizado con los de su casa, practicó la hospitalidad a los apóstoles Pablo y Silas, porque está escrito: «Y llevándolos a su casa, les puso la mesa» (Hechos 16:34). También Mnasón de Chipre practicó la hospitalidad porque Lucas dice: «Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos» (Hechos 21:15-16). Antiguamente muchos hermanos hospedaban en sus casas la iglesia (es decir, la asamblea de los redimidos) para orar; María, la madre de Juan, que tenía por sobrenombre Marcos, hizo eso, de hecho, cuando Pedro fue liberado de la cárcel por el ángel del Señor «llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando» (Hechos 12:12); también un cierto Gayo hospedó la iglesia en su casa, porque Pablo a los santos en Roma dijo: «Os saluda Gayo, hospedador mío y de toda la iglesia» (Romanos 16:23), y lo mismo hicieron Aquila y Priscila, de hecho, Pablo a los santos de Roma dijo: «Saludad también a la iglesia de su casa» (Romanos 16:5). En los ojos de Dios es justo que los santos hospeden la iglesia en casa para orar, para partir el pan y comer juntos. Quien recibe en su casa a sus hermanos lo debe hacer de una manera digna, de hecho, cuando Pablo recomendó a los santos de Roma Febe, les dijo: «Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos» (Romanos 16:1-2); De hecho, cuando un hermano acoge a otro hermano en su casa, sin importar el motivo, lo debe acoger como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús mismo. Creo que deberíamos recordar la hospitalidad que Abraham, el patriarca, ejerció hacia el Señor y los dos ángeles que estaban con Él para que ustedes entiendan lo que significa «como es digno de los santos»; como está escrito: «Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasaréis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz así como has dicho. Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma pronto tres medidas de flor de harina, y amasa y haz panes cocidos debajo del rescoldo. Y corrió Abraham a las vacas, y tomó un becerro tierno y bueno, y lo dio al criado, y éste se dio prisa a prepararlo. Tomó también mantequilla y leche, y el becerro que había preparado, y lo puso delante de ellos; y él se estuvo con ellos debajo del árbol, y comieron» (Génesis 18:1-8).

Un día Jesús dijo: «Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa» (Mateo 10:42); consideren la justicia de Dios hermanos, porque es excelente; nuestro Dios es justo y recompensa incluso a los que dan un vaso de agua fría a uno de sus hijos, por lo tanto, hermanos, sabiendo que Dios no es injusto para olvidar cualquiera de los servicios que prestan a los santos, sean celosos de buenas obras hasta el fin, para que el nombre del Señor sea glorificado en ustedes.

Por el Maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

 

 

La Iglesia puede reunirse en las casas


La Iglesia puede reunirse en las casas

avatar«… y a la iglesia que está en tu casa: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Filemón 1:2-3)

Hermanos, en varios pasajes de la Biblia está escrito que la Iglesia se reunía en las casas… Vamos a verlos:

– «Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor» (1 Corintios 16:19)

– Saludad también a la iglesia de su casa (de Aquila y Priscila)» (Romanos 16:5)

– «Saludad a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia que está en su casa» (Colosenses 4:15)

– «Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al amado Filemón, colaborador nuestro, y a la amada hermana Apia, y a Arquipo nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Filemón 1:1-3)

Así que, ustedes que se reúnen en las casas y no tienen un lugar de culto, no se preocupen, ustedes son «Iglesia de Cristo» en la misma forma de que lo son los que se reúnen en los locales utilizados para el culto.

No es el lugar que debe medir la espiritualidad de un grupo de creyentes, sino que es la fe en Dios, su oración, y el estudio y el poner en práctica la Palabra de Dios.

No hagan caso a esos autoproclamados pastores que dicen que los que se reúnen en las casas no son «iglesia»; lo más importante es que lo dice la Palabra de Dios, que me parece que tenga mucha más autoridad que algunos que hablan palabras innecesarias e inconvenientes sólo para el interés personal y de su propia denominación.

Por desgracia, me encontré obligado a escribir estas cosas, para alentar a todos aquellos hermanos que por sus propias razones se reúnen en las casas y no tienen todavía un lugar de culto. Les ruego, por lo tanto, a no desmayarse por causa de palabras pronunciadas por los así llamados conductores de comunidades, que no buscan el bién de todos nuestros hermanos y hermanas, sino sólo de su vientre.

Les bastes pensar que Jesús también dijo:

«Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:20)

Por lo tanto, que se fortalezcan con estas palabras y sigan cada vez más para reunirse y orar en las casas y dondequiera que el Señor les pondrá en el corazón para celebrar el culto de adoración al Señor.

Dios bendiga a su Iglesia.

Salvado por gracia por la fe en Cristo Jesús, Giuseppe Piredda.


La palabra griega «Ekklesia» en la Biblia significa «asamblea».

La iglesia no es un edificio religioso, una institución, una religión o denominación, sino la unión de dos o más creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús para orar y meditar en las Escrituras. Así que el significado de la iglesia es mucho más profundo e interior de lo que se cree en el mundo católico, que quiere hacer aparecer a la iglesia con su propia institución visible y organizada. Esto no es lo que Cristo enseñó.

Por el hermano en Cristo: Nicola Iannazzo

La Iglesia


tra-i-verdi-cespugli-e-il-cielo-azzurro¿Qué es la Iglesia?

La palabra iglesia deriva del griego ekklesia que significa «asamblea» e indica aquel conjunto de personas que han sido redimidas de este presente siglo malo y transportadas en el reino del Hijo de Dios. Por supuesto, este término se refiere tanto a la Iglesia universal que incluye a todos los redimidos de todo linaje y lengua y pueblo y nación; como a la Iglesia local, como la de una ciudad o de un país que incluye los redimidos que viven sólo en esa ciudad o país (hecho que no excluye que la Iglesia de ese lugar sea compuesta por personas de diferente etnia y raza). Por lo tanto, la Iglesia universal se compone de muchas Iglesias locales.

En la Escritura el término Iglesia entendido como una asamblea universal se utiliza por ejemplo en estos pasajes: «tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia…» (Mateo 16:18); «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella….» (Efesios 5:25); «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20-21). El mismo término endendido más bien como una iglesia local se utiliza por ejemplo en estos otros pasos: «Saludad también a la iglesia de su casa» (Romanos 16:5); «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya» (2 Corintios 1:1).

Dado que este es el significado de la palabra «Iglesia» es incorrecto llamar «iglesia» el lugar de culto. Pero mediten: ‘¿Cómo se puede llamar «iglesia» un lugar de culto cuando Pablo decía de saludar a la Iglesia que se reunía en la casa de Aquila y Priscila?

¿Quién es la cabeza de la Iglesia?

La cabeza suprema de la Iglesia es Cristo: el apóstol Pablo explica con claridad y en una variedad de formas que la cabeza de la Iglesia, tanto en el cielo como en la tierra, es Cristo Jesús:

– El dice a los Efesios que Dios ha resucitado a su Hijo, sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero y que «sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Efesios 1:22-23); y también: «siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo» (Efesios 4:15), y «Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador» (Efesios 5:23). Así que, como la cabeza de la mujer es una sóla, es decir su marido, la cabeza de la Iglesia (que es la Esposa del Cordero) es una sóla, es decir Cristo, su esposo, y nadie más.

– A los Colosenses Pablo dice: «Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia» (Colosenses 1:17-18). Por lo tanto, la Iglesia de Dios no tiene dos cabezas, una de las cuales está en el cielo, y el otra está en la tierra; o una visible y otra invisible, sino sólo una, y Él está en el cielo a la diestra de Dios y, por la fe, en los corazones de todos los que le recibieron como su personal Señor y Salvador.

Cuando se hace parte de la Iglesia

Dependiendo del significado mismo de la palabra Iglesia, se da a entender que se hace parte de la Iglesia cuando uno se libera del pecado, porque lo que ata a los hombres en este mundo malo es el pecado que ellos sirven; por lo tanto cuando se recibe la salvación. Y ¿cuándo se recibe la salvación? Cuando se cree con el corazón en Jesucristo porque la salvación se obtiene por la fe en Cristo. De hecho, Pablo dice claramente que «si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9). También se puede decir que el individuo hace parte de la Iglesia de Dios cuando nace de nuevo, porque a través del nuevo nacimiento deja de ser muerto espiritualmente, ya que es vivificado por Dios a través de su Palabra y de su Espíritu. Esta entrada en la Iglesia es representada y establecida con el rito del bautismo, por el cual el nuevo salvado o nacido de nuevo anuncia de haber muerto al pecado por su fe en el Cristo de Dios, pero acerca del bautismo y su significado hablaremos más adelante.

Los nombres dados a la Iglesia

La Iglesia se define de varias maneras en la Escritura, ahora vamos a ver estas definiciones teniendo en cuenta que pueden ser aplicadas sin distinción, tanto a la Iglesia universal como a la local.

El Cuerpo de Cristo. La Iglesia de Dios es el cuerpo de Cristo, porque Pablo, escribiendo a la iglesia de Dios que estaba en Corinto, les dice: «Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (1 Corintios 12:27). Y a medida que las personas se convierten en parte de lo mismo por la obra del Espíritu Santo, como está escrito: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1 Corintios 12:13), porque es Él que primero convence al mundo de pecado, justicia y juicio, y luego les vivifica, no se pueden llamar “miembros del cuerpo de Cristo” a los que aún no han sido vivificados por el Espíritu Santo. Y puesto que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, siendo nosotros sus miembros, nos sentimos parte unos de los otros. Es por eso que Pablo dice que «si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan» (1 Corintios 12:26). Ocurre un poco como cuando uno de los miembros de nuestro cuerpo físico sufre, todos los demás miembros se duelen con él, sin excepciones, precisamente porque ellos también son parte de un mismo cuerpo. Y como cuando recibimos un cumplido sobre una parte de nuestro cuerpo, por ejemplo: «¡Qué hermosos ojos tienes!», que todo nuestro ser se siente invadido por la alegría, en otras palabras, el hecho de que el cumplido lo haya recibido aquel miembro del cuerpo conduce a todos los demás miembros a regocijarse. Y siempre porque la Iglesia se asemeja a un cuerpo humano, sus miembros necesitan unos a otros; no importa qué tarea tienen en el cuerpo, no pueden decir que no necesitan de otro miembro. Por ejemplo, ya que el ojo no puede decir a los pies: “No tengo necesidad de ustedes”, así como cualquier persona que ha recibido el poder de hacer milagros y curaciones, no puede decir que no tiene necesidad de su hermano, que ha recibido el don de la interpretación de lenguas o el don de profecía, y así sucesivamente. Quien cree que puede prescindir de otro miembro del cuerpo de Cristo, muestra un comportamiento loco. Gracias a Dios por lo tanto para haber construido el cuerpo de esta manera, es decir, con el fin de impedir a cualquier miembro de decir que no tiene necesidad de cualquier otro miembro. Nuestro Dios es sabio y sabiendo que el orgullo siempre habría estado espiando a la puerta de los corazones de los creyentes, ha organizado la Iglesia de tal manera que surgiese en los corazones de los creyentes la necesidad de estar juntos. Así que la forma en la que Dios ha estructurado a su Iglesia es una demostración de la infinita sabiduría de Dios, que con el fin de evitar cualquier división en su asamblea ha encomandado diversas y variadas tareas a creyentes diferentes y de sexo diferente. No hay creyentes que tienen todos los dones, de lo contrario podrían decir que no necesitan los otros hermanos, pero cada uno tiene solamente aquellas facultades que Dios ha decidido darle, por lo tanto es inevitable que cada uno busque quien tiene las capacidades que él no posee. El Profeta entonces buscará, cuando su esposa está enferma, quien tiene los dones de sanidades; y los que tienen los dones de sanidades buscarán el profeta con la esperanza de recibir una palabra de parte de su Dios. Y se podría dar muchos más ejemplos semejantes.

La Esposa del Cordero. El apóstol Pablo escribiendo a los Corintios dijo: «Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo» (2 Corintios 11:2), esto sugiere que la Iglesia es la esposa de Cristo, o más bien es su novia promesa. Y de hecho, llegará el día en el cual se celebrará la boda del Cordero; esto es lo que Juan dice que ha oído en la visión que tuvo en la isla de Patmos: «Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos» (Apocalipsis 19:6-8). Por supuesto, como sucede en el ámbito humano, el novio quiere que su novia llegue inmaculada a la boda, así es en el campo espiritual, de hecho Cristo quiere presentar en frente de Él la Iglesia santa y sin mancha; esto es lo que dice Pablo a los Efesios, cuando dice: «…Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Efesios 5:25-27). Cuando la Iglesia se alía con los enemigos de Cristo, o comienza a amar al mundo, espiritualmente comete adulterio porque se enamora de extraños y traiciona a su esposo. Santiago, de hecho, llama a aquellos creyentes que se ponen a amar al mundo «gente adúltera» (Santiago 4:4).

La grey de Dios. El apóstol Pedro, al escribir a los santos dice a los ancianos: «Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto» (1 Pedro 5:2). Así que la iglesia de Dios se le llama también la grey de Dios. Sus miembros por lo tanto se comparan con las ovejas (animales tan mansos, pero también fácilmente influenciables). Una confirmación de esto es el hecho de que Jesús se llamó a sí mismo «el buen pastor» (Juan 10:11), y las que le seguían: «sus ovejas», de hecho dijo: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre… También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor» (Juan 10:27-29,16). Jesucristo es, pues, el pastor de sus ovejas (que son al mismo tiempo las ovejas de su Padre) de acuerdo a lo que dice también Pedro: «Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas» (1 Pedro 2:25), o como Lo llama siempre Pedro «el Príncipe de los pastores» (1 Pedro 5:4) y esto porque en la tierra hay pastores que son llamados por Dios para pastorear a su rebaño y que un día tendrán que dar cuenta de sus acciones como pastores a Aquel que es el Príncipe de los pastores.

La familia de Dios. El apóstol Pablo dijo a los Efesios: «Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios» (Efesios 2:19). Así que la Iglesia es la familia de Dios; por lo tanto sus miembros se llaman «hermano» o «hermana», ya que son conscientes de ser parte de esta gran familia. El mismo Jesús llamó a sus discípulos hermanos cuando después de haber resucitado dijo a las mujeres: «No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mateo 28:10), y esto porque Él es «el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29). El apóstol también Pablo llamaba a los santos hermanos; a los santos de Corinto, por ejemplo, dijo: «Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa….» (1 Corintios 1:10).

Casa espiritual o templo de Dios. La iglesia es una casa espiritual formada por piedras vivas, es decir, por los hombres y mujeres que habían muerto en sus pecados un día y luego fueron vivificados por el Espíritu Santo; y nosotros, por la gracia de Dios, somos parte de estas piedras vivas. Esto es lo que Pablo enseña cuando dice a los Efesios: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecadosAsí que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efesios 2:1,19-22). El apóstol Pedro lo confirma en su primera epístola, de hecho primero dice a los elegidos: «siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempredesead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada…» (1 Pedro 1:23; 2:2), y luego dice: «vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual…» (1 Pedro 2:5). Estando así las cosas, por lo tanto, es evidente que no es correcto llamar “casa de Dios” el lugar de culto donde los fieles se reúnen para adorar y orar a Dios, pero por desgracia esto se escucha en muchos hermanos. Muchos conductores dicen claramente desde el púlpito que el lugar en el que se reúnen es la casa de Dios; una de las expresiones más frecuentes que se escucha es “bienvenidos a la casa de Dios” Pero yo digo: “¿Pero nunca han leído que está escrito que «la cual casa somos nosotros» (Hebreos 3:6)?” Este edificio espiritual que es la casa de Dios tiene Jesucristo como piedra angular y, de hecho, Jesús le dijo a Pedro que Él habría edificado su Iglesia sobre Él mismo (Véase Mateo 16:18). Inmediatamente después de Jesús, en este edificio el fundamento está formado por los apóstoles y los profetas; entre los apóstoles hay también Pedro, así como hay Pablo.

La vid y los pámpanos. Jesús comparó la Iglesia a una vid; De hecho, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:1-5). Ahora nosotros estamos unidos al Señor, y nos hemos convertido en un sólo espíritu con Él cuando nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos creído en Su nombre; por esta razón decimos que hemos entrado a hacer parte de la vid, que es la casa de Dios. Por lo tanto los que todavía no se han arrepentido y no han creído en el Hijo de Dios no son uno con nosotros en Cristo Jesús, no importa a que iglesia digen participar, porque no son pámpanos de la vid de Dios. Entonces, ¿cómo se puede reconocer si una persona es un pámpano de esta vid? En primer lugar el hecho de que tiene la seguridad de haber obtenido el perdón de los pecados (porque él se ha arrepentido y ha creído en Cristo); y luego por los frutos dignos de arrepentimiento que él lleva guardando los mandamientos de Cristo. En otras palabras, el hecho de que él permanece en Cristo y Cristo en él.

Un linaje escogido. La Iglesia, en las palabras de Pedro, es un «linaje escogido» (1 Pedro 2:9), es decir un grupo de personas que fueron elegidas para la salvación por la fe en la verdad. Así que aquellos que son miembros están seguros de ser salvos porque han experimentado la salvación de Dios. No se pueden, por lo tanto, definirse como Iglesia de Dios, los hombres y mujeres que dicen ser Cristianos, pero no admiten abiertamente de no ser salvados y de ser todavía pecadores, o que son todavía pecadores aún esclavos de los deseos de la carne y de todas las formas de idolatría y superstición.

Un real sacerdocio. La Iglesia, de acuerdo con las palabras de Pedro, es «un real sacerdocio» (1 Pedro 2:9), es decir un reino de sacerdotes que ofrecen sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Estos sacrificios son la alabanza, la oración y la acción de gracias.

Una nación santa. La Iglesia, en las palabras de Pedro, es «una nación santa» (1 Pedro 2:9), es decir, un pueblo que ha sido santificado por Cristo a través del Espíritu Santo y que siguen la santidad. En virtud del hecho que los miembros de la Iglesia de Dios que han sido santificados por Cristo son llamados santos por las Sagradas Escrituras. He aquí algunos pasos que lo confirman:

– Pablo escribió a los Corintios: «Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús» (1 Corintios 1:1-2), y otra vez, «No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:9 -11);

– a los Filipenses: «Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos» (Filipenses 1:1);

– a los Colosenses: «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas..» (Colosenses 1:1-2);

– a los Romanos: «Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Romanos 8:27), y también: «Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos» (Romanos 15:25).

Así que los santos no son un cierto grupo de creyentes que se han destacado por su piedad y justicia, sino a todos los creyentes. Pero, por supuesto, no todos los creyentes se santifican en la misma medida.

Columna y baluarte de la verdad. Pablo llamó a la Iglesia del Dios viviente «columna y baluarte de la verdad» (1 Timoteo 3:15), esto significa que sirve de soporte a la verdad que es en Cristo Jesús, es decir, en la Palabra de Dios, como está escrito: «Tu palabra es verdad» (Juan 17:17); y que se levanta por causa de la verdad.

La organización de la Iglesia

La Iglesia de Dios es un cuerpo bien estructurado en el interior, no podía ser de otra manera, ya que fue fundada por Cristo, por quien fueron hechas todas las cosas, visibles e invisibles.

En la Iglesia, Cristo ha puesto los pastores para apacentar a sus ovejas; cada iglesia tiene su propio pastor también llamado el ángel de la iglesia, asistido por un consejo de ancianos (obispos) y diáconos que tienen la tarea de ayudar al pastor y los ancianos y de ocuparse en la asistencia de los pobres, los huérfanos y las viudas; o como en algunos casos la Iglesia tiene sólo un colegio de ancianos asistidos por los diáconos. En la Iglesia, Cristo ha establecido también los apóstoles que son los enviados a fundar otras iglesias; los profetas que son aquellos que tienen el don de profecía y los dones de revelación; los evangelistas que son aquellos que van de un lugar a otro para evangelizar (predicar el Evangelio), y los maestros que han recibido de Dios la capacidad de enseñar con precisión la doctrina de Dios.

 

Las actividades de la Iglesia

Los miembros de la Iglesia de Dios están llamados a santificarse en el temor de Dios con el fin de presentarse ante Dios santos y sin mancha, y para hacerlo deben abstenerse de cualquier cosa que tenga el poder de contaminarlos espiritualmente y carnalmente. Además de esto son llamados a practicar las buenas obras, a ser celosos en ellas (limosnas, ayudar a los pobres, las viudas, los huérfanos,…) (Véase Efesios 2:10; Tito 2:14). Los santos también deben orar los unos por los otros (Véase Efesios 6:18; Santiago 5:16), y por los perdidos para que se salven (Véase Romanos 10:1; 1 Timoteo 2:1-4). Otra cosa que los santos deben hacer es desear los dones espirituales que se dan para el bien común (Véase 1 Corintios 14:1-12). Los santos en la tierra también son llamados a evangelizar, es decir a llevar a la gente el mensaje de la Buena Nueva del Reino de Dios (Véase Hechos 8:4; 11:20). El Evangelio es el mensaje por el cual somos salvos y creemos que puede salvar también a las otras personas porque es el poder de Dios para la salvación de todos aquellos que creen; por esta razón lo proclamamos a los hombres. Esto lo que hacemos aunque creemos que no todos los que lo escucharán serán salvados, porque creerán sólo los que están ordenados para vida eterna. La orden de evangelizar debe ser cumplida, tanto que los hombres nos escuchen como si no lo hagan, y eso es porque todos los hombres deben escuchar el Evangelio, porque el fin no vendrá si antes el Evangelio será predicado a todo el mundo para testimonio a todas las naciones (Véase Mateo 24:14: Marcos 13:10). Así que nosotros los creyentes, cuando tenemos la oportunidad debemos hablar del Cristo de Dios a aquellos que todavía no lo conocen, exhortándoles a arrepentirse y creer en Él para que obtengan el perdón de los pecados.

Los que hacen parte de la Iglesia están llamados a asistir a las reuniones de culto de la Iglesia, reuniones en las cuales se enseña la Palabra de Dios por aquellos que son llamados a hacerlo, donde se ora y canta junto a Dios, y en las cuales se ora por los enfermos, y durante las cuales se participa en la Cena del Señor en la que recordamos la muerte expiatoria de Cristo hasta que Él venga. También hay otras reuniones organizadas por la Iglesia que son llamadas “agape” en las que se come juntos y que es bueno que los santos las asistan con el fin de intensificar la comunión con los demás hermanos. La unión entre hermanos es algo bueno; aquellos que la desean tienen un buen deseo. Por supuesto, estando con los otros hermanos se descubren sus defectos, se pueden producir malentendidos, o surgir problemas de diversa índole; cosas que pasan en cualquier familia, y que también se producen en la familia de Dios. Nada extraño y nada nuevo, sólo es suficiente leer los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas para entender esto. Los Santos, sin embargo, saben cómo hacer frente a estas cosas porque tienen en la Palabra de Dios y en el Espíritu Santo guías infalibles. El amor que estamos llamados a procurar intensamente hacia los otros hermanos les traerá a soportar las flaquezas de los demás y a perdonar. De hecho, estamos llamados a apoyarnos unos a otros con amor y perdonarnos unos a otros como Cristo nos ha perdonado. Amar, sin embargo, no significa cerrar los ojos ante las injusticias, las herejías, el engaño, la hipocresía, porque todas estas cosas deben ser reprendidas con vigor y decisión sin acepción de personas. Tolerar el mal que está en el medio de la hermandad, los falsos ministros de Cristo correteando en las iglesias, las herejías, las mentiras, la hipocresía, la arrogancia, y cualquier cosa que podría destruir el rebaño del Señor no entra en la voluntad de Dios para nosotros en Cristo Jesús. Jesús y los apóstoles nos han dado el ejemplo y nos han dicho cómo comportarse con los falsos ministros y frente a la injusticia, la hipocresía y el engaño perpetrado en medio de la hermandad.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

Perros y Cerdos


cerdito-cerdo-gracioso-con-perro-fotos-divertidas-animalesJesús dijo: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mateo 7:6)

Recordemos y observemos también este mandamiento.

Las cosas de Dios, que son santas y preciosas como perlas, no las debemos dar a las personas que tienen las características de los perros y de los cerdos.

Los perros son conocidos por sus brutalidades (y de hecho a menudo se sienten noticias acerca de niños e incluso adultos que son heridos o mutilados brutalmente por algunos perros, que aparentemente se veían bien y en vez de repente, sin explicación aparente, han hecho tanto daño), y aquí representan los que son los más firmes opositores y burladores del Evangelio que tienen una mente brutal.

Los cerdos son los que son endurecidos, obtusos, y por lo tanto incapaces de apreciar las perlas preciosas de la Palabra de Dios, y de hecho, las pisotean.

Así que, a aquellos que muestran abiertamente el odio, el endurecimiento y el desprecio contra las cosas que se refieren al reino de Dios, no se les debe dar nada. Y entonces no debemos insistir en el querer proclamarles la Palabra de Dios, porque es inútil hacerlo, y también contraproducente.

Recordemos que los apóstoles se retiraban de los que se endurecían, y que blasfemando contradecían las cosas que proclamaban (Hechos 13:45-46; 19:9).

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

La falta de no denunciar la mundanería en la Iglesia


worldliness¿Por qué hoy en día casi nadie denuncia la mundanería tan frecuente en las iglesias?

Las razones son variadas.

En muchos casos, quien debe y debería denunciarla es precisamente él mismo a ser dado a la mundanería con su esposa y su familia. Por lo tanto, le es imposible reprender a los que les gusta ser mundanos; si lo hiciera, sería inmediatamente regañado por muchos que le dirían que, en cambio, es él lo que debe ser reprendido porque hace las mismas cosas que ellos. Le dirían en otras palabras: “Tú miras la televisión como nosotros, te vas a la playa para broncearte como nosotros, permites a tu esposa que se ponga la minifalda y el maquillaje, las joyas, y que se vista de una manera lujosa y apretada, te vas a los parques de atracciones, sigues a la moda, tienes la mente a las cosas de esta tierra; ¡hipócrita, comienza primero a poner en marcha las cosas de tu casa, y entonces ven a repréndernos!”. Esto nos enseña que para que un ministro del Evangelio sea capaz de reprender con sinceridad y toda autoridad a los que obran mal, en primer lugar, debe ser un ejemplo. Quiero recordar en este contexto que Pablo ha dicho a Timoteo: «Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina…» (2 Timoteo 4:1-3), pero también le dijo: «… sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza» (1 Timoteo 4:12).

En otros casos, en cambio, se debe a que los conductores tienen miedo a denunciar los deseos mundanos a los que se dan muchos creyentes, para no perder el favor de los rebeldes que puede ser en algunos casos el voto en la elección regular del pastor, en otros, el dinero de su cartera. Este miedo es del diablo que tiene todo el interés en que los Cristianos lleguen a ser y sigan siendo mundanos. Debe saber, aquel pastor o conductor de Iglesia que trata de complacer a los rebeldes en lugar de complacer a Dios, que se ha convertido en enemigo de Dios; el juicio contra él no se duerme, vendrá inexorablemente en su tiempo si no deja de tolerar el mal para sus intereses personales.

En otros casos es porque los conductores piensan y dicen que será el Señor que hará entender a estos rebeldes que ciertos comportamientos no son agradables ante Él. También esto es errado porque, si así fuese, eso no explica porque el Señor haya constituido los ministerios en la Iglesia. ¿No son de hecho dados para el perfeccionamiento de los santos? Esto significa que a través de los ministros los santos se perfeccionan, y ¿cómo pueden perfeccionarse si no se les dice nada? No podrán. Así que los ministros del Evangelio deben elevar su voz en contra de la hipocresía, la mentira, la avaricia, la astucia, la injusticia, el amor por las cosas de este mundo tan popular hoy en día dentro de la Iglesia a todos los niveles. Tienen que reprender a los que se extravían del Señor y de las sendas antiguas para que vuelvan al Señor, para que vuelvan a andar por las sendas antiguas, que son las derechas donde hay abundancia de alegría y paz. El que ama al mundo tiene que enrojecerse, avergonzarse por sus malas obras, debe arrepentirse y hacer frutos dignos de arrepentimiento. Ninguna piedad sea demostrada contra el pecado y sus deseos; como el pecado no tiene piedad de los santos, así los santos no deben tener piedad del pecado. Que los ministros del Evangelio luchen enérgicamente contra el pecado que sutilmente sedujo a tantos creyentes. Que adviertan a los creyentes de las amargas consecuencias que van a pasar los que llegan a amar al mundo. Que sean anunciados los terribles pero justos juicios de Dios contra los rebeldes; que aquellos que se deleitan en la mentira, la hipocresía, el entretenimiento, la moda, tiemblen a oírlos hablar del juicio de Dios, y abandonen la dureza de su corazón para agradar al Señor y no más a este mundo. Que suenen la trompeta en Sión; adviertan a la gente de las maquinaciones de Satanás. Por supuesto, al hacerlo, se atraerán la enemistad de los rebeldes que les afligirán con todo tipo de mentira y comportamiento desleal; pero esto les pasará por causa de justicia, por el bien de la verdad, y por lo tanto, serán bienaventurados. Sí, bienaventurados porque sufren por el Evangelio, por el Señor.

Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro

Traducido por Enrico Maria Palumbo

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