Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su misericordia por medio de Cristo nos ha hecho sacerdotes, como está escrito: «Mas vosotros sois… real sacerdocio» (1 Pedro 2:9) y de nuevo: «vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).
Bajo el antiguo pacto los sacerdotes levitas fueron designados por Dios para poner el incienso bajo sus narices, y el holocausto en el altar, de hecho ponían el incienso sobre el altar del incienso que estaba dentro del tabernáculo, y ofrecían sacrificios y holocaustos sobre el altar de los holocaustos que estaba a la entrada de la tienda de reunión; ellos, sobre los holocaustos, también debían ofrecer su relativa ofrenda que consistía de harina amasada con aceite, y también debían verter su relativa libación que se componía de una cierta cantidad de vino; fue Dios quien prescribió ofrecer sacrificios hechos por el fuego, que prefiguraban los sacrificios espirituales que hoy como sacerdotes de Dios tenemos que ofrecer a nuestro Dios que está en los cielos. Ahora vamos a ver en qué consisten estos sacrificios espirituales aceptables a Dios.
Ofrezcamos nuestras vidas en sacrificio a Dios
Pablo escribió a los santos de Filipos: «Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros..» (Filipenses 2:17); Pablo estaba en prisión cuando escribió esta epístola, y habría sido feliz si hubiera tenido que morir por el Evangelio. Él proclamaba el Evangelio a los gentiles, y era por ellos que él sufrió y soportó tanto sufrimiento y privaciones, de hecho, dijo a los Colosenses: «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros» (Colosenses 1:24), y escribió a los Efesios «por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros..» (Efesios 3:13); Pablo estaba dispuesto a morir por el nombre de Jesús, se había colocado en el altar a sacrificarse por los escogidos, y comparaba su muerte al derramar de la libación sobre un sacrificio. Pablo estaba listo y dispuesto a ofrecerse en libación sobre el sacrificio de la fe de los Filipenses; noten estas palabras dirigidas por Pablo a los Filipenses: «El sacrificio.. de vuestra fe ..»; él llamó la fe de los santos de Filipos «sacrificio», y esto sugiere que la fe que obra por medio del amor es un sacrificio agradable a Dios, que se complace en el que lo ofrece.
Consideremos Jesús, el Cordero de Dios y el sacrificio que Él ofreció a Dios por todos nosotros; Pablo escribió a los santos en Éfeso que Cristo «se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante» (Efesios 5:2). Jesús se ofreció a sí mismo como sacrificio a Dios por nosotros, Él se despojó a sí mismo para que nosotros pudiésemos ser exaltados, Él nos ha dado el ejemplo que nos muestra lo que significa presentar el cuerpo como un sacrificio agradable a Dios. Dios se complació en su Hijo, porque dijo: «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Lucas 3:22) y Jesús mismo explicó la razón por la cual el Padre lo amaba, y dijo: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar» (Juan 10:17). Jesús fue amado por Dios porque dio su vida por todos nosotros; Dios sintió un olor fragrante cuando su Hijo se ofreció a sí mismo por nosotros, y Dios sentirá un olor fragrante también si damos nuestra vida por los hermanos, porque ofreceremos nuestros cuerpos como sacrificio a Dios, como Jesús ofreció el suyo por nosotros.
Juan escribió: «En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Juan 3:16).
Epafrodito era un colaborador de Pablo y aquí de qué manera se ofreció a sí mismo en sacrificio a Dios: Pablo testificó de él a los santos de Filipos: «por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí» (Filipenses 2:30).
Aquila y Priscila, los compañeros de trabajo de Pablo para el Reino de Dios, dieron su vida en sacrificio a Dios por Pablo, de hecho, el apóstol dice a los Romanos hablando de ellos: «expusieron su vida por mí» (Romanos 16:4); este es el verdadero culto rendido a Dios en que Él se complace.
Ustedes saben que es mucho más difícil sacrificarse por el bien de los demás, más que por su propia cuenta, pero ustedes saben que no tenemos que vivir en la tierra para nosotros mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros, para que su nombre sea glorificado por el sacrificio de nuestras vidas dado a Dios, para el bien de los hermanos.
Las buenas obras son sacrificios aceptables a Dios
Está escrito: «Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios» (Hebreos 13:16); quienes hacen el bien a su prójimo, y le hace parte de sus posesiones materiales, ofrece un sacrificio aceptable a Dios, y esto es confirmado por estas palabras que Pablo dirigió a los santos de Filipos que le habían enviado una ofrenda a través de Epafrodito: «Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Filipenses 4:18). En este sentido, quiero decirles que cualquier oferta de dinero o de otro género que nos hacemos a los santos no debe ser manchada por el fraude para ser agradable a Dios; en la ley está escrito: «No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová tu Dios por ningún voto» (Deuteronomio 23:18), lo que significa es que el salario de una prostituta ofrecida en el templo habría sido una abominación para Dios y de hecho Salomón dijo: «El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová» (Proverbios 15:8). Bajo el antiguo pacto, la víctima ofrecida a Dios a través del fuego tenía que ser perfecta, sin defectos, para ser agradable a Dios, de hecho está escrito en la ley: «Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros. Asimismo, cuando alguno ofreciere sacrificio en ofrenda de paz a Jehová para cumplir un voto, o como ofrenda voluntaria, sea de vacas o de ovejas, para que sea aceptado será sin defecto» (Levítico 22:20,21), por lo tanto también una oferta en dinero debe ser el resultado de un trabajo honesto para ser un sacrificio agradable a Dios.
El espíritu roto es un sacrificio aceptable a Dios
El espíritu roto es otro sacrificio espiritual agradable a Dios. David, después de haber cometido adulterio con Betsabé y haber matado a Urías el Hitita, el esposo de Betsabé, confesó sus pecados a Dios y dijo: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio» (Salmo 51:4), y también: «Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado» (Salmo 51:2). David era culpable de una falta grave y de acuerdo a la ley de Moisés, tanto los que cometían adulterio con la esposa de su vecino, como los que mataban a su prójimo con premeditación debían ser condenados a muerte; no habían ofrendas o sacrificios por el pecado que el autor de estos delitos podía ofrecer a Dios para ser perdonado de estos pecados. David reconoció su pecado ante Dios y oró para que tuviese misericordia de él; David sabía que a Dios no le habría gustado ni sus sacrificios ni sus holocaustos, de hecho le dijo a Dios: «Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto» (Salmo 51:16), pero él sabía también que Dios requería de él un sincero arrepentimiento, de hecho dijo: «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmo 51:17). El pueblo de Israel cuando abandonó a Dios y dio la espalda a la ley de Dios, siguió ofreciendo sacrificios y holocaustos, pero Dios no le miró con agrado, está escrito en Isaías: «no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos» (Isaías 1:11), y en Amós: «Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré» (Amós 5:22), ¿y por qué esto? Porque el pueblo cometía toda clase de iniquidades y no se humillaba ante Dios, no confesando sus iniquidades y no abandonandoles y por lo tanto Dios despreciaba sus sacrificios. En el caso de David, Dios habría despreciado sus sacrificios, si él les hubiese ofrecido a él para ser perdonado sin arrepentirse de sus pecados, pero David sabía lo que eran los sacrificios que Dios requería de él y que Él no habría rechazado: un corazón quebrantado y contrito, Dios no lo habría despreciado por supuesto, y así fue, porque David se rompió el corazón y con el corazón roto se fue a Dios pidiendole que lo limpiase de sus pecados, y Dios lo perdonó.
Nosotros, como sacerdotes de Dios tenemos que ofrecer estos sacrificios a Dios, un corazón contrito y humillado; humillémonos delante de Dios, sabiendo que «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9); amados, el Señor da la bienvenida a aquellos que van a Él con sinceridad, confesando sus iniquidades y nunca los echa fuera.
La alabanza es un sacrificio aceptable a Dios
Otro sacrificio espiritual que nosotros, como sacerdotes de Dios, debemos ofrecer a Dios es el sacrificio de alabanza, como está escrito: «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre» (Hebreos 13:15). Nosotros, cuando alabamos a Dios con nuestros labios, Le ofrecemos a Dios un sacrificio espiritual en el que Él se complace; como está escrito: «Sacrifica a Dios alabanza» (Salmo 50:14), es una orden y hay que ejecutarla. Amados, alabemos a Dios con cánticos, porque Él es bueno, y su misericordia es para siempre sobre los que le temen; Jehová nos ha redimido de las manos del enemigo y nos llevó en sus manos, nos dando motivos para alabarle continuamente.
Pablo escribió a los santos: «cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales» (Colosenses 3:16), esto significa que el sacrificio de alabanza, para agradar a Dios, le debe ser ofrecido con el corazón bajo la influencia de la gracia. Dios dice: «El que sacrifica alabanza me honrará» (Salmo 50:23), entonces el sacrificio de alabanza es un olor fragrante que los santos envían a las narices de Dios en el que Dios se complace, y cómo puede ser aceptable a Dios también lo sabía David que dijo: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico, Lo exaltaré con alabanza.Y agradará a Jehová más que sacrificio de buey, O becerro que tiene cuernos y pezuñas» (Salmo 69:30,31); Estas palabras las dijo por el Espíritu, un hombre conforme al corazón de Dios, que ofreció a Dios tanto los holocaustos y sacrificios de acción de gracias de los que se habla en la ley de Moisés, como el sacrificio de alabanza.
Ahora, quiero decirles algo que creo sea necesario; el hecho de que una canción tenga una melodía hermosa, no significa necesariamente que el texto esté en armonía con la verdad y en este sentido les doy un ejemplo: hay una canción en nuestros himnarios que muchos de ustedes hermanos cantan que dice: «el templo de Dios quiero ser… con la sangre de tu Hijo destruye Tú la esclavitud que me separa de ti», por mencionar sólo unas pocas palabras de la misma. Pero yo les pregunto: «¿No saben que ya son el templo de Dios? ‘; ¿no saben que la sangre de Jesucristo ya ha destruido la esclavitud que les separaba de Dios? Ustedes, pues, son ya el templo de Dios y no tienen que quererlo ser; cuando ustedes dicen, «El templo de Dios quiero ser», es como decir: «Señor, sálvame porque estoy muerto en mis pecados», o «Quiero nacer de nuevo». Ustedes ya han sido libertados del pecado por la sangre de Jesús, ¿por qué entonces dicen: «Con la sangre de tu Hijo destruye Tú la esclavitud que me separa de ti?». Yo también después de que me convertí al Señor he estado cantando esta canción desde hace algún tiempo, pero ha llegado el día que dejé de hacerlo porque llegué a la conclusión (escudriñando las Escrituras) que no es justo que nosotros los creyentes canten estas palabras, porque a través de ellas nos contristamos el Espíritu Santo que está en nosotros.
Quiero decirles otra cosa que creo que sea necesaria que ustedes sepan; en toda la Escritura no se menciona un solo cántico dirigido directamente al Espíritu Santo (repito: ni uno) y sin embargo, hay muchos himnos y versos en nuestros himnarios que se dirigen directamente y específicamente al Espíritu Santo. Ahora, entendiendo que «el Señor es el Espíritu» (2 Corintios 3:17) y que, como dice Juan, «tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno» (1 Juan 5:7), les pregunto: ‘¿Por qué tienen que ponerse para cantar al Espíritu Santo cuando esto no se puede confirmar de ninguna manera con las Escrituras? ¿Por qué van a practicar más allá de lo que está escrito? Consideren los salmos; existen ciento cincuenta salmos y sin embargo ninguno de ellos se dirige directamente al Espíritu Santo. Ahora, muchos de los salmos los escribió David, el dulce cantor de Israel, y quiero que se den cuenta de esto, y es que Jesús, en referencia a las palabras de un salmo de David, dijo: «Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estrado de tus pies» (Marcos 12:36; Salmo 110:1); Pedro también confirmó que David habló por el Espíritu Santo cuando dijo (después de que Jesús fue llevado al cielo): «Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús.. Porque está escrito en el libro de los Salmos: sea hecha desierta su habitación, y no haya quien more en ella;y: tome otro su oficio» (Hechos 1:16,20; Salmo 69:25; 109:8); estas palabras de Pedro se escriben respectivamente, en el sesenta y nueve y cien novesimo salmo. Pero en estos dos salmos hay otras palabras que el Espíritu Santo habló por boca de David, y entre ellas hay estas: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico, Lo exaltaré con alabanza» (Salmo 69:30) y: «Yo alabaré a Jehová en gran manera con mi boca, y en medio de muchos le alabaré..» (Salmo 109:30). En el nonagésimo quinto salmo se lee: «Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón», y en la Epístola a los Hebreos, estas palabras se atribuyen al Espíritu Santo, como está escrito: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.. «(Hebreos 3:7,8; Salmo 95:8), pero en el mismo Salmo, el Espíritu Santo dice: «Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación»; he mencionado estas Escrituras para que ustedes noten que los que escribieron los Salmos, han pronunciado esas palabras por medio del Espíritu Santo, y las alabanzas e himnos que han cantado les han cantado a Dios a través del Espíritu Santo, ellos nunca cantaron por el Espíritu Santo himnos al Espíritu Santo, sin embargo, esto no nos lleva a decir que David no creía en el Espíritu Santo, o que los que escribieron los salmos no honraron el Espíritu Santo porque no cantaron al Espíritu Santo. Hermanos, tengan cuidado de que el hecho de que en las Escrituras no haya ni siquiera un himno dirigido al Espíritu Santo, no quiere decir que el Espíritu Santo no es Dios, porque las mismas Escrituras dan testimonio de muchas y variadas formas que el Espíritu Santo es Dios.
Hay un himnario en el que no hay errores de cualquier tipo, y este es el libro de los Salmos, y yo creo que si de ciento cincuenta salmos escritos por hombres que oraban a Dios y cantaban a Dios a través del Espíritu, no hay un sólo himno dirigido directamente al Espíritu, nadie tiene el derecho de empezar a escribir canciones al Espíritu para que los fieles las canten.
Jesús estaba lleno del Espíritu Santo, predicó por el Espíritu, enseñó por el Espíritu, expulsó a los demonios por el Espíritu de Dios, sanó a los enfermos por el Espíritu, resucitó a los muertos por el Espíritu, pero no alabó al Espíritu, sino a su Padre, como está escrito: «En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Mateo 11:25,26); el Hijo de Dios que descendió del cielo nos ha dejado un ejemplo en todas las cosas, vamos a imitarlo.
También después de que el Espíritu Santo fue derramado en el día de Pentecostés, ni los apóstoles ni los discípulos comenzaron a cantar himnos al Espíritu Santo, sin embargo, fueron llenos del Espíritu, y sin embargo, sabían lo que era el Espíritu; como está escrito: «comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios…» (Hechos 2:46,47), y esto ocurrió después del día de Pentecostés!
Ahora vamos a ver si hay alguien en el cielo cantando al Espíritu Santo, porque si así fuese, nosotros también debemos hacerlo en la tierra; Juan, que fue arrebatado en espíritu ante el trono de Dios en el cielo, escribió en el libro de Apocalipsis: «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza » (Apocalipsis 5:8-12), y: «Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado» (Apocalipsis 15:2-4). A partir de estas Escrituras es claro que Juan no vio y no oyó a nadie en el cielo cantando al Espíritu Santo y sepan que también nosotros, cuando llegaremos al cielo, no iremos a cantar al Espíritu Santo, porque en el cielo alabaremos a Dios y al Cordero de Dios. Díganme hermanos, pero si alguien les pregunta: «¿Me pueden mostrar por las escrituras que lo que hacen, cantando al Espíritu, se hizo también por los antiguos discípulos? ‘, ¿que Escrituras les van a citar para demostrar que no se debe practicar más de lo que está escrito?
Pablo escribió a los Corintios: «Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros» (1 Corintios 4:6); todos tenemos que aprender a no practicar más de lo que está escrito, y esto se aprende siguiendo el ejemplo que nos han dejado los apóstoles, y ya que sabían lo que era la voluntad de Dios en Cristo Jesús hacia los santos, y en sus epístolas (y ni siquiera en el libro de los Hechos de los Apóstoles) no hay alguna prueba de cánticos dirigidos directamente al Espíritu Santo, yo creo que no sea correcto hacer lo que no han hecho y no han dicho que hiciésemos. Yo, es por amor a los hermanos que dejé de cantar al Espíritu, para que a través de mí, en esto, aprendan a no practicar más de lo que está escrito. ¿Qué ganancia tendría en el practicar más de lo que está escrito? Noten que Pablo dijo: «Pero esto, hermanos (que se refiere a lo que había escrito antes) lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos»; esto significa que fue por el verdadero amor que sentía hacia aquellos santos que Pablo aplicó estas cosas a él y Apolos, para que los santos, por su ejemplo, aprendiesen de ellos a basarse solamente en lo que estaba escrito y no se envaneciesen unos contra otros. Hoy en día, muchos de los que cantan al Espíritu, cuando ustedes les dicen que lo que hacen no está escrito en las Escrituras y que ni Jesús ni los apóstoles cantaron al Espíritu, hacen salir de su boca palabras de maldad que se deben al orgullo que hay en ellos que les impide reconocer que lo que hacen no es bíblico. Nos difaman diciendo: «¡Ustedes no creen al Espíritu Santo! ‘; pero quiero decirles que los que no creen en el Espíritu Santo no son los que no cantan al Espíritu Santo, sino los que rechazan la manifestación del Espíritu Santo; miren, son los creyentes carnales que ni siquiera saben lo que sucedió en el día de Pentecostés en Jerusalén y que rechazan la manifestación del Espíritu, de hecho, porque no creen a lo que el Espíritu dice y revela todavía hoy en día, y porque han rechazado los dones del Espíritu Santo, que dicen a los que no cantan al Espíritu: «Ustedes no conocen el Espíritu»; ‘Ustedes no son espirituales» y muchas otras cosas que no son ciertas.
Nosotros los hijos de Dios refutamos las falsas doctrinas y comportamientos de las sectas, y lo hacemos a través de las Sagradas Escrituras en defensa del Evangelio; pero cuando se trata de refutar una enseñanza (o una determinada forma de actuar) que no es escritural entre nosotros, muchos no muestran en absoluto aquel apego a la Palabra de Dios que muestran para refutar las doctrinas de los católicos romanos, los mormones, los testigos y muchas otras sectas, y esto se debe a que no quieren aprender a practicar no más de lo que está escrito. Algunas personas dicen: «Pero los que han escrito las canciones para el Espíritu eran hermanos, algunos de los cuales también predicaban la Palabra»; No estoy diciendo que los que han escrito estas canciones no eran hermanos, pero creo que tenemos el derecho y el deber de examinar las Escrituras para ver si las cosas que se dicen y hacen incluso por los ministros del Evangelio, estén verdaderamente así, ya que si las Escrituras no dan testimonio de esas cosas que dicen o hacen hacer, tenemos el deber de abstenernos de esas cosas para que no aprendamos a practicar más de lo que está escrito. ¿Tengo que cantar «cruz que sangra aún», o» Jesucristo sigue sangrando» porque el que escribió esta canción era un hermano? ¿o porque la melodía de la canción es hermosa? ¿Debo cantar una mentira para agradar a los hombres? ¿o por que la cantan un gran número de fieles? La Escritura nos enseña que en el Gólgota Jesucristo derramó su sangre y no la cruz y tampoco que Jesucristo está sangrando aún, porque está escrito: «Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (Juan 19:34), pero esto es lo que pasó, ahora desde el costado de Jesús no está continúando a gotear sangre; hermanos, examinen lo todo, incluso las letras de las canciones, que lo hagan por las Escrituras con toda diligencia.
La acción de gracias es un sacrificio aceptable a Dios
Bajo el antiguo pacto los sacerdotes ofrecían sacrificios llamados «sacrificios de acción de gracias»; también nosotros tenemos que ofrecer a Dios un sacrificio de acción de gracias que, sin embargo, es espiritual. Pablo dice: «Dad gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:18), por lo tanto debemos dar gracias a Dios en todo y en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
La oración pura es un olor fragrante
Dios, en la ley había mandado a construir un altar de incienso y de ofrecer en él un perfume, diciendo también de que manera se tenía que hacerlo, de hecho, Dios le dijo a Moisés: «Dijo además Jehová a Moisés: Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de todo en igual peso, y harás de ello el incienso, un perfume según el arte del perfumador, bien mezclado, puro y santo. Y molerás parte de él en polvo fino, y lo pondrás delante del testimonio en el tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti. Os será cosa santísima» (Éxodo 30:34-36); la oración de los santos es un olor fragante que sube delante de Dios y esto lo proclama David cuando dice: «Suba mi oración delante de ti como el incienso» (Salmo 141:2); Juan también lo confirma cuando dice: «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos» (Apocalipsis 5:8). Como el olor de incienso bajo la ley debía ser puro así también nuestra oración, para ser agradable a Dios, debe ser pura; Job era un hombre perfecto y recto en su tiempo y en medio de sus aflicciones él dijo que su oración fue siempre pura (Véase Job 16:17), y por lo tanto también podía decir: «Yo soy uno que invoca a Dios, y él le responde» (Job 12:4), porque él oraba a Dios con un corazón sincero. Dios no escucha y no le gusta la oración dirigida a Él con un corazón falso, porque está escrito: «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66:18).
La Escritura enseña que Dios acepta la oración pura de los que son rectos de corazón porque está escrito: «Mas la oración de los rectos es su gozo» (Proverbios 15:8), pero también que Él rechaza las oraciones impuras y sin sal, es decir, las oraciones ofrecidas a Él con un corazón lleno de hipocresía y de maldad.
Está escrito: «El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable» (Proverbios 28:9), y de hecho Dios habló de esta manera a los que no le obedecían, y le rogaban, y le ofrecían el incienso: «cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… el incienso me es abominación» (Isaías 1:15,13), por lo tanto hermanos prestemos atención a los mandamientos de Dios, de lo contrario, nuestras oraciones serán rechazadas por Dios. Nosotros oramos a Dios en el nombre de Jesucristo, porque Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará» (Juan 16:23); el Hijo de Dios está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros, así que acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro por sus poderosas liberaciones.
La elevación de las manos es un sacrificio
Se puede orar a Dios con las manos levantadas, como está escrito: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1 Timoteo 2:8), y también David dijo: «El don de mis manos como la ofrenda de la tarde» (Salmo 141:2).
Esdras era un sacerdote de Dios y también un escribano y después de que regresó de Babilonia a Jerusalén, escuchó decir que los israelitas, al regresar de su cautiverio, se habían casado con las mujeres extranjeras y al oír esto se rasgó las vestiduras y la capa, se rasgó su pelo de la cabeza y de la barba y se sentó consternado. Entonces, a la hora del sacrificio de la tarde, escribió: «Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza…» (Esdras 9:5,6). Esdras entonces, oró a Dios de rodillas y con sus manos extendidas a Jehová, confesando las iniquidades de todo el pueblo al Señor.
Salomón también oró a Dios en presencia del pueblo con sus manos extendidas, de hecho está escrito: «Luego se puso Salomón delante del altar de Jehová, en presencia de toda la congregación de Israel, y extendiendo sus manos al cielo, dijo: Jehová Dios de Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra… «(1 Reyes 8:22,23). También acerca de la elevación de las manos es necesario decir que Dios no mira con buenos ojos la elevación de las manos llenas de violencia y sangre, Él, de hecho, a través de Isaías, dijo a los rebeldes que estaban haciendo el mal con sus manos y luego les extendían a Dios: «Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos,… porque vuestras manos están contaminadas de sangre» (Isaías 1:15; 59:3).
Nuestro culto racional
Pablo dijo a los santos en Roma: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Romanos 12:1); nosotros, como sacerdotes de Dios bajo el nuevo pacto tenemos que ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio a Dios, y esto se hace mediante la renuncia a los deseos carnales que batallan contra el alma y presentando nosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros, que son los miembros de Cristo, como instrumentos de justicia a Dios. Presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios no significa hacerse incisiones como los profetas de Baal en los días de Elías, y ni siquiera subir de rodillas las escaleras así llamadas «santas», pelandose las rodillas y haciendolas sangrar; en la tierra hay muchos falsos profetas que mandan sus seguidores a torturar su carne con todo tipo de torturas; sepan que esas cosas son abominables a los ojos de Dios, y a través de las cuales ellos no glorifican a Dios con sus cuerpos, pero se lastiman a sí mismos incitados por el diablo. La sabiduría dice: «A su alma hace bien el hombre misericordioso mas el cruel se atormenta a sí mismo» (Proverbios 11:17); nosotros como hijos de Dios no debemos estropear nuestro cuerpo porque es el templo de Dios; como está escrito: «Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna» (Levítico 19:28), por lo tanto, es una cosa contraria a la sana doctrina, tanto el hecho de hacerse incisiones para sangrar, como imprimirse los llamados ‘tatuajes’, que muchos paganos se imprimen en el cuerpo.
Debemos hacer frente a las necesidades de nuestro cuerpo, pero no podemos cumplir los deseos de la carne, porque está escrito: «no proveáis para los deseos de la carne» (Romanos 13:14). Algunos dirán: «¿Es posible no proveer para los deseos de la carne?» Claro, por qué está escrito: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Pero ¿de qué manera es posible? Pablo dijo: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (Gálatas 5:16); caminar en el Espíritu significa cumplir con los deseos del Espíritu, sí, porque el Espíritu tiene deseos que son buenos, justos y santos, como está escrito: «el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Romanos 8:6). La carne en cambio tiene deseos que van en contra al Espíritu, «porque el ocuparse de la carne es muerte» (Romanos 8:6); ahora que todavía estamos viviendo en este cuerpo, sentimos los estímulos pecaminosos de la carne, y debemos vigilar para no regresar a obedecer a los deseos de la carne, los deseos que nos llevarían a la muerte si los obedeciésemos porque está escrito: «si vivís conforme a la carne, moriréis» (Romanos 8:13).
La Escritura también dice: «si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:13); pero ¿cuáles son estas obras de la carne? Son todos esos actos ilícitos e impuros que le gustan a la carne, como está escrito: «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría» (Colosenses 3:5), así que sabemos lo que tenemos que hacer morir y esto lo podemos hacer a través del Espíritu Santo que mora en nosotros y no con nuestra fuerza, porque el Señor dice: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu» (Zacarías 4:6).
Ahora que el Señor nos ha hecho libres del pecado, nuestra manera de vivir debe ser santa y justa, como está escrito: «como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» (1 Pedro 1:15). Hemos sido santificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo «por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11), pero es también cierto que «no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación» (1 Tesalonicenses 4:7), esto significa que si, por un lado Jesucristo nos ha sido hecho por Dios «santificación» (1 Corintios 1:30) y tenemos el derecho y el privilegio de ser llamados los «santos que están en la tierra» (Salmo 16:3), del otro debemos santificarnos.
Pablo había sido santificado en Cristo y perfeccionaba la santificación y les exhortaba a los santos a perfeccionarla, de hecho, él escribió a los Corintios: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Corintios 7:1).
Hermanos, debemos santificarnos, absteniéndonos de toda forma de mal, y al hacerlo, se lucha contra el pecado; no piensen que nuestra vida en la tierra sea una especie de vacación, no se equivoquen, estamos en guerra y hay que luchar contra el pecado; La Escritura dice: «Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado» (Hebreos 12:4), esto significa que hay una resistencia que los creyentes tenemos que mostrar contra el pecado, de lo contrario ¿por qué la Palabra hablaría de una lucha contra el pecado? Por lo tanto, hermanos, ármense con este pensamiento, es decir, que ustedes también deben dedicar el tiempo que le queda para vivir en su cuerpo, en el servicio de la justicia y no al servicio de los deseos de la carne; el pecado no es un enemigo que podemos subestimar, quien lo subestima se engaña a sí mismo, el pecado es una obra del diablo y mata como mata el diablo (como está escrito: «Él (el diablo) ha sido homicida desde el principio» [Juan 8:44]), entonces miren por ustedes mismos.
No hay santos en la tierra que puedan decir que son sin pecado, o no han pecado, e incluso si alguien dijera: «Yo soy sin pecado» o: «No he pecado desde que me convertí», sabemos que mentiría, porque Juan, el apóstol, dice: «Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado» (1 Juan 1:8) y otra vez: «Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1 Juan 1:10); Sin embargo hay santos en la tierra que luchan contra el pecado, se oponen al pecado y lo odian; ellos apoyan la buena batalla y Dios se deleita en ellos.
Hermanos, es cierto, todos fallamos en muchas cosas, no hemos ya llegado a la perfección, tenemos ante nosotros un curso para el que tenemos que seguir caminando, todos estamos obligados a decir a Dios: «Padre nuestro que estás en los cielos perdónanos nuestras deudas», pero les insto a no permanecer indiferentes ante las obras del diablo y a no participar en ellas, en cambio repréndanlas; no se dejen cegar los ojos por las tinieblas y no se dejen seducir tampoco por aquellos que dan la oscuridad por luz, y lo amargo por dulce, que conducen un tipo de vida que muestra claramente que a pesar de que estén vivos, ellos están muertos porque se dan a los placeres del pecado, van detrás de los deseos de la carne y luego durante el culto cantan «mis mejores años quiero vivirlos por ti, por ti mi Señor que moriste por mí», pero no pasan su tiempo al servicio de la justicia, sino al servicio del pecado; alguien les dijo: «¡Ustedes han sido santificados, han recibido el conocimiento de la verdad y no pueden perder la salvación de ninguna manera! Pero no es así, porque Jesús dijo: «El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden» (Juan 15:6). Jesucristo es la vid verdadera, y los que hemos creído en Él somos los pámpanos, pero algunos de estos pámpanos se han secado debido a que han decidido que no quieren permanecer unidos al Señor, han dejado de guardar los mandamientos de Dios, ya que pasan su tiempo sirviendo a sus propios vientres; se engañan a sí mismos, han pensado que podían llegar a servir de nuevo el pecado sin llevar el castigo de la desobediencia y murieron. Con ellos no hay comunión de espíritu, porque ellos ponen la mente en las cosas de la tierra, ellos cosecharán tormentos si no se arrepienten; Dios les dice: «Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones» (Jeremías 3:22).
Por el maestro de la Palabra de Dios: Giacinto Butindaro
Traducido por Enrico Maria Palumbo